III Domingo de Adviento - de Gaudete (ciclo A)
El que ha de venir
Llevamos ya tres semanas celebrando el Adviento y, tanto
fuera como dentro de las iglesias se respira ya un ambiente navideño. Son días
de preparación, con las habituales campañas navideñas, cenas, conciertos
solidarios y funciones teatrales en los colegios. Aunque, generalmente, este
período del año es vivido con ilusión, especialmente por los más pequeños, son
muchos los que preferirían que estos días no existieran: para algunos, porque
se hace más viva cierta melancolía y tristeza, al experimentar con mayor fuerza
la soledad, la enfermedad o el recuerdo de seres queridos que otros años nos
acompañaron y ya han partido al Padre; para otros, porque no hay nada especial
que celebrar y todo forma parte de un reclamo para gastar más durante esta
época del año.
¿Eres tú?
La página del Evangelio de este domingo nos presenta de
nuevo a Juan Bautista, quien desde la cárcel envía a sus discípulos a
preguntarle a Jesús si es él el que ha de venir o si hay que seguir esperando.
La respuesta de Jesús es clara: el Señor pone ante los embajadores de Juan «lo
que estáis viendo y oyendo», es decir las obras (curaciones de ciegos, cojos y
leprosos, y resurrección de muertos) y las palabras de Buena Noticia a los
pobres. La predicación del Bautista ha concluido y la voz que clama en el
desierto da paso ahora a la
Palabra hecha carne. El ministerio inaugurado por el Señor
contrasta, en cierto sentido, con la imagen de un Mesías juez y enérgico
profetizado por Juan. Para algunos, el Mesías iba a cambiar el mundo y ahora
perciben que la vida sigue igual. No son capaces de descubrir que la salvación
de Dios, predicha desde la antigüedad, ha llegado de un modo sencillo y
encarnada en Jesús. La señal de su mesianidad es una intervención
misericordiosa en la que el centro de atención es el enfermo, el sufriente y el
desdichado. En esta nueva época «el más pequeño en el reino de los cielos es
más grande que Juan», dado que nosotros no vivimos ya en el tiempo de
preparación, sino en el de la plenitud. Sabemos que durante los 2.000 años de
cristianismo han sido no pocos los que se han presentado como nuevos mesías,
apoyándose en una gran personalidad, en una ideología novedosa o en un modo de
vivir aparentemente más auténtico. Todos sabemos las consecuencias de muerte,
vacío y destrucción que han dejado a su paso los falsos redentores. Por más que
nos empeñemos, no existen atajos. El camino de nuestra salvación pasa sin
remedio por las palabras y obras del único Salvador.
Una llamada a la alegría
Por otro lado, la alegría que se respira en estos días
tiene un motivo más profundo del aparente. Aunque es un tiempo adecuado para
reunirse con los amigos y familiares, para hacernos regalos y para compartir
con el que menos tiene, no podemos olvidar de dónde nace la alegría que
exteriorizamos. El canto de entrada de este domingo comienza con la palabra
Gaudete, que significa alegraos. La primera lectura de la Misa , tomada de Isaías, nos
anuncia el gozo y la alegría que traerá el Mesías. Algunos signos de nuestras
celebraciones también nos ayudan a vivir esta alegría. Un ejemplo de ello es la
corona de Adviento, en la que las luces que se encienden gradualmente nos
señalan a Cristo, luz del mundo, que está a punto de llegar, y el color verde de
la hoja perenne hace referencia a la vida eterna que ese Salvador nos viene a
traer. Es ahí donde debemos detenernos y pensar. Es cierto que nuestros amigos
y familiares pueden dejar de acompañarnos con el paso de los años, o que
nuestras posibilidades de regalar o de compartir con los demás pueden
disminuir. Sin embargo, no podemos olvidar lo que estamos «viendo y oyendo»:
que nuestra salvación ha comenzado.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las
obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id a anunciar a
Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres
son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre
Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el
viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que
visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a
un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo
envío mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti”. En
verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista;
aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
Mateo 11, 2-11