Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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martes, 28 de julio de 2015

Evangelio y comentario del domingo 30 de agosto

Fuente: CATHOLIC.NET


XXII Domingo del Tiempo ordinario

La tragedia de una máscara

Esopo, famoso escritor griego, nos cuenta en una de sus fábulas que una zorra –animal sumamente curioso y astuto por naturaleza– entró de casualidad al taller de un orfebre y comenzó a observar, con gran maravilla, las diversas obras del artista. De pronto, reparó en una máscara de teatro bellamente pintada, y la estuvo examinando cuidadosamente. Y, después de unos minutos, decepcionada, exclamó: "¡Oh, qué grande y hermosa cabeza, pero no tiene cerebro!". Todo era pura fachada. Pero estaba vacía por dentro.

Algo muy semejante nos cuenta el Evangelio de hoy. Los escribas y los fariseos, en tiempos de nuestro Señor, se cuidaban de limpiar meticulosamente los platos, las jarras y las ollas, y de lavarse las manos con grandísimo esmero antes de las comidas, pensando que así eran más puros. Pero ésa era una pureza meramente legal, externa, de fachada, que no llegaba al corazón ni a la conciencia de las personas. A esos comportamientos y a otros gestos externos y de pura apariencia se le ha dado el nombre de "fariseísmo". Y nuestro Señor retrató perfectamente a estos pobres individuos en las diatribas que tuvo que dirigirles, llamándolos "sepulcros blanqueados y raza de víboras": por fuera, muy blancos y limpiecitos, pero por dentro eran un montón de huesos, de podredumbre, de odio y de intriga.

Tal vez el peor vicio de los fariseos, junto con la soberbia, era su hipocresía: creerse santos y perfectos a los ojos de Dios sólo porque observaban la Ley con escrupulosidad, hasta los detalles más banales, mientras descuidaban la justicia, la caridad y la misericordia. Y en su aparente santidad, buscaban sólo el aplauso y la aprobación de los hombres, mientras que cometían toda clase de abusos y de fraudes, amparados en su cargo y en su clase social. ¡Máscaras vacías! ¿Sabías tú que la palabra "hipócrita" es una palabra griega? Y significa, ni más ni menos, artista, actor, payaso, máscara de teatro. O sea, puras apariencias, bajo las cuales se esconde la verdadera identidad de la persona.

Hace tiempo escuché una melodía del cantante mexicano Javier Solís, titulada "el payaso". Y entre los acordes de la melodía, la letra describe la vida triste y desgraciada de ese payaso, que es una pura apariencia ante la sociedad.

Otro mexicano, el poeta Juan de Dios Peza, escribió una poesía que trata de este mismo tema. Se llama "Reír llorando". Y narra la vida de un famosísimo cómico inglés, Garrik, que hacía morir de risa a todos los espectadores. Todos lo consideraban el más dichoso de la tierra y el más feliz. Y, sin embargo, sufría éste de una angustia mortal y se moría de tristeza y depresión por no encontrar él mismo una verdadera alegría y sentido a su existencia. Por dentro era el más desgraciado de los hombres. Al final de la historia, concluye el poeta: "El carnaval del mundo engaña tanto, que nuestras vidas son unas breves mascaradas. Aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas". ¡Era una máscara!

Esto es el fariseísmo. A esto llamamos hipocresía. ¡Pobres los seres humanos que viven en este terrible engaño, en esta mentira, tratando de aparentar algo y siendo otra cosa, o siendo casi nada! Nuestro Señor llamó al diablo "padre de la mentira y homicida", diametralmente opuesto a El, que se autodenominó "el Camino, la Verdad y la Vida".

Por eso nuestro Señor fue siempre tan duro con los fariseos cuando trató de desenmascarar su repugnante vicio: su hipocresía, su insinceridad y la mentira en que vivían. Por eso también en el Evangelio de hoy, les dice con tonos fuertes: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son puros preceptos humanos”. Dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres...». Una piedad sin caridad es una farsa. Un legalismo sin corazón es fanatismo mortal, pero no es verdadera religión. Donde falta el amor, no está Dios. Y la auténtica pureza no es la externa, sino la del alma.

Ojalá nosotros no caigamos nunca en este vicio tan repugnante, porque las máscaras no son más que máscaras. La comedia se convierte en tragedia. Pidámosle esta gracia a Dios nuestro Señor y tratemos de ser siempre muy sinceros, humildes, sencillos y transparentes en nuestras relaciones con El, con los demás y con nuestra propia conciencia.



P. Sergio Córdova, L.C.


 

Evangelio

Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas,- es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?» El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.». Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.


Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23




Evangelio y comentario del domingo 23 de agosto

Fuente: CATHOLIC.NET

XXI Domingo del Tiempo ordinario

¿Tú te subirías a la carretilla?

El discurso eucarístico de Jesús llega a su fin. Pero, como hemos ido meditando en estas últimas semanas, cuando no se escuchan las palabras de nuestro Señor con fe, sino que se las interpreta de un modo humano, demasiado "carnal", "tierra-tierra", las cosas acaban mal. Querer interpretarlas al pie de la letra es un absurdo y una locura. Y es lo que les pasó a los judíos. Pero no por culpa de Jesús, sino por las malas disposiciones de sus oyentes. Ya El se lo había anunciado y les había insistido, más de una ocasión, en la necesidad ineludible de la fe. Pero fue inútil. Y ahí tenemos los resultados...: el escándalo, la deserción y el abandono del Señor: "Duras son estas palabras –concluyen escandalizados-. ¿Quién puede oírlas? Es inaceptable este discurso. ¿Cómo hacerle caso?".

Pero a nuestro Señor no le preocupa "la opinión pública", ese tirano que esclaviza a tantos hombres, incluso a aquellos que se consideran más inteligentes y libres. ¡Cuántos de nosotros somos víctimas de la opinión de los demás! Jesús no se retracta ni mitiga sus palabras para que sus discípulos no se le vayan. El quiere gente convencida, no admiradores fáciles, y menos aún aduladores engañosos y frívolos.

Se cuenta que cuando Cronwell hacía su entrada triunfal en Londres, alguien le hizo notar la enorme afluencia de pueblo que acudía de todas partes para verle. "La misma habría -respondió él fríamente- y mucha más aún para verme ahorcar". ¡Así de veleidosas son las multitudes! Jesús lo sabía muy bien y, por eso, no se dejaba impresionar por la respuesta de las masas: ni el aplauso de los hombres le hacía sentirse más "importante", ni se alteraba por la más o menos frecuente "impopularidad" de su mensaje. Por ello gozaba de tanta libertad de espíritu: porque no se peocupaba por lo que los demás pensasen de El.

Nuestro Señor sabía que mucha gente -incluso entre sus discípulos- no creía en El. Sabía que era piedra de escándalo para muchos y "signo de contradicción". Pero eso no lo amedrentaba ni le hacía echar marcha atrás: "¿Esto os hace dudar? ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?". Y enseguida invita a sus oyentes a "subir" otra vez a la esfera de la fe: "El espíritu es el que da la vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero algunos de vosotros no creéis". Volvemos otra vez a la primera condición, indispensable, para seguir a Jesús: tener FE en El, querer creer en El, tener el valor de jugarse el todo por el todo por El.

En la santa Misa, inmediatamente después de la consagración, el sacerdote dice: "Mysterium fidei, ¡Este es el sacramento de nuestra fe!". Y enseguida toda la asamblea aclama: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!". La Eucaristía es, ante todo, un misterio y un sacramento de fe en la Pasión, muerte y resurrección del Señor. Juan Pablo II, en su última encíclica, dedicada al tema de la Eucaristía, nos dice que estas palabras se refieren a Cristo en el misterio de su Pasión, pero revelan también el misterio de la Iglesia. Ella, en efecto, tiene su fundamento y su fuente en el "Triduo pascual", pero éste está como incluido, anticipado y "concentrado" en el don de la Eucaristía.

Pe
ro tener fe no es un mero sentimiento de la presencia de Dios, ni creer solamente en los dogmas y verdades que nos enseña la Iglesia Católica. Creer es confiar ciegamente en Jesús, entregarse a El, ponerse en sus manos, sabiendo que con El estamos seguros, en medio de todas las dificultades de la vida. Como la historia de aquel equilibrista de Nueva York. Para sus espectáculos solía atar un cable entre dos edificios, a gran altura, y luego caminaba por dicho cable con una barra de equilibrio. Al bajar, era ovacionado por todo el mundo. En una ocasión, durante uno de sus espectáculos, dice a los presentes: "Subiré nuevamente, pero ahora con una carretilla. Sólo necesito que crean que lo puedo hacer". Hay un silencio sepulcral entre la multitud. Al fin, uno grita: "Sí, adelante, yo creo que tú puedes". A lo cual el equilibrista responde: "Si en verdad crees que lo puedo hacer, ¡ven y súbete en la carretilla!"... Algo así es la fe.


¿Serías capaz de subirte tú a la carretilla con Jesús? Si de verdad creemos en Cristo, debemos ser capaces de hacerlo, sin pensarlo dos veces. El no falla. Sólo entonces podremos afirmar, como Pedro al final del discurso de Jesús: "Maestro, ¿a quién vamos a ir si no te seguimos a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tú eres el Mesías, el Santo de Dios".


P. Sergio Córdova, L.C.


Evangelio


Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» 

Juan 6, 60-69







Evangelio y comentario del domingo 16 de agosto

Fuente: CATHOLIC.NET

XX Domingo del Tiempo ordinario

Un Pan del todo especial


San Justino, de familia pagana, convertido luego al cristianismo, murió mártir el año 165 d.C. Enseñó filosofía en Roma y escribió abundantes obras sobre la fe y la religión cristiana. En sus "apologías" explica lo fundamental de la fe católica, del credo y de los sacramentos, y refuta las falsas acusaciones que ya desde entonces comenzaban a circular en contra de la Iglesia. Entre otras cosas -¡para que veamos cuán absurda y atrevida es la ignorancia!- se acusaba a los primeros cristianos de antropofagia y de convites truculentos e idolátricos porque pensaban que comían carne y bebían sangre humana. Habían oído, en efecto, que el que presidía las asambleas decía: "Tomad y comed: éste es mi cuerpo. Tomad y bebed: ésta es mi sangre".

Así fue como lo interpretaron los judíos que escuchaban a nuestro Señor. Y era lógico que no lo aceptaran, que lo criticaran e, incluso, que se escandalizaran de El. El rechazo hacia Jesús se iba pronunciando cada vez más, a medida que nuestro Señor hablaba, hasta abrirse un abismo y convertirse en un camino sin retorno...

Pero nuestro Señor continúa su discurso: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Estas palabras de Jesús, tan claras como misteriosas, sólo podían ser acogidas en un clima de fe. Y es una evidente anticipación de lo que sucedería el Jueves Santo, en aquella hora solemne y de intimidad con sus apóstoles, cuando instituía la Eucaristía: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros. Esta es mi Sangre, derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados". Ahora, en este momento, estaba cumpliendo su promesa. Y les invitaba a los Doce a repetir este mismo gesto, de generación en generación: "Haced esto en memoria mía".

Cada santa Misa, cuando el sacerdote pronuncia estas palabras de nuestro Señor, está perpetuando su sacramento. Y no se trata de un simple recuerdo, sino de un "memorial". Es decir, de una celebración que "revive" y actualiza en el hoy de nuestra historia el misterio de la Eucaristía y del Calvario, por nuestra salvación. En cada santa Misa, Jesucristo renueva su Pasión, muerte y resurrección, y vuelve a inmolarse al Padre sobre el altar de la cruz por la redención de todo el género humano. De modo incruento, pero real. ¡Por eso cada Misa tiene un valor redentor infinito, que sólo con la fe podemos apreciar!

El beato Titus Brandsman, sacerdote carmelita holandés, pasó varios años en los campos de concentración alemanes durante la persecución nazi. Tenía prohibida la celebración de la Eucaristía, pero él se ponía junto con los otros prisioneros y recitaba de memoria las oraciones de la Misa, el Evangelio y les predicaba a sus compañeros de prisión; luego hacían la comunión espiritual: él fijaba los ojos en cada uno de los presos y les decía: "el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna". Al poco tiempo fue transferido a láger de Dachau. Allí los sacerdotes alemanes sí podían celebrar y clandestinamente pasaban la hostia santa a los otros sacerdotes que no eran alemanes, como Tito. El comulgaba, daba la comunión a los otros prisioneros y se guardaba un pedacito en el estuche de sus lentes para la adoración nocturna. De ese "pan" del todo especial sacaba fuerzas para soportar las torturas y ofrecer sus sufrimientos. Un día fue duramente golpeado por la guardia nazi del campo de concentración y aguantó la paliza sin odios ni maldiciones. Después confesó: "¡Ah, yo sabía quién estaba conmigo!". En 1942 murió mártir en Dachau.

Además del santo Sacrificio, podemos gozar de la presencia real de Jesucristo nuestro Señor en el Sagrario durante las veinticuatro horas del día. Se cuenta que el santo cura de Ars se dejaba embargar particularmente por la presencia real de Cristo Eucaristía. Ante el Tabernáculo solía pasar largas horas de adoración, durante la noche o antes del amanecer; y durante sus homilías, solía señalar al Sagrario diciendo con emoción: "El está ahí". Por ello, él, que tan pobremente vivía en su casa rectoral, no dudaba en gastar cuanto fuere necesario para embellecer la iglesia. Pronto pudo ver el buen resultado: los fieles tomaron por costumbre ir a rezar ante el Santísimo Sacramento, descubriendo, a través de la actitud de su párroco, el gran misterio de la fe.


P. Sergio Córdova, L.C.


Evangelio

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre. 


Juan 6, 51-58



Evangelio y comentario del domingo 9 de agosto

Fuente: CATHOLIC.NET

XIX Domingo del Tiempo ordinario
¿Es hora de dimitir?

Algunos medios de comunicación especularon sobre la posible dimisión del Papa Juan Pablo II debido a su edad y a su salud. Sin embargo, el Santo Padre nunca mencionó una sola palabra sobre el tema. Después de esos absurdos pronunciamientos de la prensa, el Papa expresó abiertamente su firme deseo de continuar en la misión que Cristo le había encomendado al frente de su Iglesia hasta su muerte. ¡Qué ejemplo tan maravilloso de entrega y de fidelidad heroica nos dió Juan Pablo II! A pesar de su edad y de su quebrantada salud, siguió en pie, como un roble, conduciendo el timón de la Iglesia, sabiendo que es el mismo Señor quien la guió a través de él.

Sin embargo, muchos de nosotros, a nuestra edad y llenos de salud, sí que "dimitimos" tantas veces, presos del desaliento, la depresión y el cansancio. Dimitimos de nuestras responsabilidades y nos dejamos vencer por las crisis del desánimo. Nos asalta la tentación de la derrota y claudicamos a la primera bajo el peso de las desilusiones, las incomprensiones, los fallos, los fracasos, el ambiente mezquino, injusto y podrido que nos rodea; bajo el peso de la hipocresía, de la falsedad y de la desconfianza. Y todo se nos acumula dentro, nos nubla la vista, seca las energías de nuestro corazón y, finalmente, nos postramos en tierra y desistimos de seguir avanzando.

A nosotros nos pasa lo que le aconteció al profeta Elías. La primera lectura, del libro de los Reyes, nos cuenta que Elías, huyendo de la persecución desatada contra él por la reina Jezabel, fatigado del camino, se tira bajo una retama, se desea la muerte y luego se queda profundamente dormido. Ya no tiene ganas de nada, se siente frustrado y completamente derrotado. Ya no vale la pena continuar. ¿Para qué esforzarse más? ¿Qué sentido tiene, si nadie lo reconoce, si lo persiguen e intentan darle muerte por el bien que realiza? Basta ya. Mejor quedarse tranquilo y olvidarse de todo. Y, en medio de esta crisis mortal, se le aparece un ángel del Señor, lo despierta, le da de comer y de beber, y lo anima a seguir adelante: "Levántate y come -le dice- porque el camino es superior a tus fuerzas". Y con el vigor que le dio aquel alimento –nos narra el autor sagrado– "caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al Horeb, el monte de Dios".

Recuerdo que, cuando era niño -y después, cuando me fui haciendo menos niño- con mucha frecuencia escuchaba –y también cantaba– durante la Santa Misa aquel motete que dice: "No podemos caminar con hambre y bajo el sol, danos siempre el mismo pan, tu Cuerpo y Sangre, Señor". Y enseguida venía a mi imaginación una estampa típica del desierto. Y me fortalecía pensando en Jesús, a quien enseguida iba a recibir en la Sagrada Comunión.

Es
ta es la enseñanza que nos trae el evangelio de hoy: "Yo soy el pan de vida –nos dice nuestro Señor–. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre". No sólo tendrá la fuerza para caminar cuarenta días y cuarenta noches, como Elías; ni sólo tendrá la fortaleza que necesita para vencer las crisis de desánimo, de cansancio y de derrota; sino que, además, tendrá vida ETERNA. ¿Qué más podemos desear?


Pero aquí tenemos que preguntarnos: ¿Cómo recibo a nuestro Señor en la Comunión? Si lo hago con verdadera fe, devoción y amor, producirá sus frutos de vida eterna en mi alma. Pero si lo recibo de modo indigno, distraído, con el corazón tibio o mediocre... es obvio que no me aprovechará para nada. Ojalá que, de hoy en adelante, procuremos recibir a Jesús en nuestra alma como lo haría la Santísima Virgen María después de que su Hijo subió al cielo. Entonces, sólo entonces, muchas cosas cambiarán en nuestra vida.

P. Sergio Córdova, L.C.


Evangelio

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.» Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?» Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» 


Juan 6, 41-51



Evangelio y comentario del domingo 2 de agosto

Fuente: CATHOLIC.NET
XVIII Domingo del Tiempo ordinario
La primera condición.....¡que creas!
Después de la multiplicación de los panes, san Juan nos presenta el discurso eucarístico.

Juan nos narra el milagro de los panes en función de la Eucaristía y lo coloca precisamente antes del sermón eucarístico de Jesús. Es posible que históricamente así haya ocurrido porque Juan se preocupa más por la cronología de los hechos, pero los otros evangelios no lo refieren. Mateo y Marcos nos ofrecen esta narración dentro del ministerio público de nuestro Señor: Jesús es visto como el gran Maestro y taumaturgo, entregado en cuerpo y alma a la predicación del Reino; y, en consecuencia, se dedica a curar a numerosos enfermos de todos los males de los que padecían. Pero no sólo. Jesús es el Hijo de Dios a quien todo le está sometido, aun las fuerzas de la naturaleza, y se muestra como el señor absoluto de la materia. Además, es el Mesías anunciado por los profetas, descrito como el buen Pastor del pueblo elegido. Es manso y misericordioso, y siente ternura y compasión por todas esas gentes "porque andaban como ovejas sin pastor". La multiplicación de los panes es, pues, una respuesta a esas necesidades de la multitud, una manifestación de la infinita caridad y compasión de Jesús. Pero Juan nos presenta el milagro a la luz de la Eucaristía, de la que ahora nos va a hablar el Señor con tonos sublimes e impresionantes.

La muchedumbre sigue entusiasmada a Jesús. Pero El se da cuenta de que esa búsqueda no es totalmente desinteresada. "Me buscáis –les dice con toda claridad– no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros". O sea, que lo buscan no porque creen de verdad en El, sino por conveniencia personal; más por lo que esperan recibir que por la Persona misma de nuestro Señor. ¡Cuántas amistades humanas se fundan precisamente en intereses materiales y en cálculos egoístas! Diría yo que casi infinitas.... Como aquel rey persa que cruzaba el desierto, con sus camellos cargados de joyas y de diamantes.... ¿Recuerdas en qué acaba la historia? Pues sí, aquel ministro fiel, que prefirió seguir a su rey en vez de quedarse con los tesoros, afirmó: "Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey". ¡Qué pocos son este tipo de hombres!

Pero, volviendo al evangelio, Jesús, en todo el discurso que viene a continuación, con un esfuerzo colosal de paciencia, va a tratar de "elevar" a esa gente a un plano superior: les va a hablar de otro pan muy distinto al que han comido, del "pan que no perece, sino que perdura, que baja del cielo y da la vida eterna".

Al multiplicar los panes, Jesús les quiere hacer ver que El tiene el poder para saciar su hambre; pero habla del hambre que anida en lo más profundo del corazón humano. Y con este milagro nos ofrece un “signo” para que creamos en El. Juan, en su evangelio, habla más de "signos" que de milagros, porque las obras de Cristo son, precisamente, "signos" para suscitar la fe de sus oyentes. Y es necesario querer creer para poder creer. Por eso, les dice a los que lo buscan: "Esta es la obra que Dios quiere: que creáis en aquel que El ha enviado". Es la primera condición para poder buscarlo y seguirlo, porque bien sabe lo que va a decirles a continuación. Y sólo si tienen FE, van a escuchar y acoger sus palabras, pues van a ser palabras muy fuertes... Y sin fe, seguro que se van a escandalizar; como, de hecho, sucedió a muchos de esos judíos.

Sólo con una fe auténtica, profunda y sincera podemos acercarnos a este misterio sacrosanto de la Eucaristía. De lo contrario, nos sucederá lo que casi siempre nos ocurre: que no nos damos cuenta del misterio que celebramos, ante quién estamos o qué es lo que sucede allí en el altar... Tristemente, somos a veces tan superficiales y nos hemos acostumbrado a fuerza de rutina, que ya no nos dice cada nada la presencia de Jesús en el Sagrario o en la Santa Misa... ¡y el que está allí es Dios mismo! "Si nos acercáramos con fe a la Eucaristía –afirmaba santa Teresa– estoy segura de que obtendríamos milagros".

Concluyo con un breve recuerdo: en una ocasión en que fui de misiones a la sierra de Puebla, me decía una señora protestante: "Si yo creyera que Jesús está de verdad en la Eucaristía, nadie sería capaz de moverme del Sagrario". Y tú y yo, querido amigo, ¿lo creemos de verdad?

                                           P. Sergio Córdova, L.C.





Evangelio

Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.» Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.» Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.



Juan 6, 24-35


viernes, 24 de julio de 2015

Recordatorio: hoy viernes, rezos semanales ante Nuestros Sagrados Titulares en la Capilla del Voto

                                                                                           Fotografía obra de N.H.D. José Soto Rodríguez

Hermano, ayuda a los más necesitados: Bolsa de Caridad Pedro Guerrero González. Hermandad de las Cinco Llagas


Evangelio y comentario

XVII Domingo del Tiempo ordinario
¿Con qué compraremos pan?

Casi seguro que el mayor problema económico y político de hoy es el del pan. Muchos millones de personas pasan hambre y mueren a causa de la desnutrición y de sus consecuencias. Quienes no hemos visto el azote del hambre más que en las películas, nunca haremos lo suficiente por caer de verdad en la cuenta de que la muerte por hambre es una realidad sangrante, que está ahí, al otro lado de la puerta de nuestras sociedades del consumo y del despilfarro.
A diferencia de otros tiempos de mayor incomunicación –en los que paradójicamente tampoco existía este drama del hambre endémica de muchísima gente–, hoy toda la humanidad está más unida que nunca técnica y políticamente. Pero esa cercanía física y operativa ha de convertirse también en cercanía humana, en fraternidad. ¿Cómo lo haremos?
En el momento culminante de su misión en Galilea, Jesús multiplica el pan para que no se quede sin comer una multitud de personas que lo seguía entusiasmada. No eran gente que pasara hambre. Pero, naturalmente, eran personas que necesitaban comer y que tenían que procurarse el pan todos los días. Era un pueblo que andaba buscando sobre todo un líder que le diera esperanza como pueblo. Andaban detrás de Jesús, porque sospechaban que Él podía ser aquel Mesías a quien esperaban.
Entonces, Jesús aprovecha la circunstancia para enseñar a sus discípulos y a la gente lo que se podía y se debía esperar realmente del Mesías, del enviado de Dios. ¿Era el pan para aquella comida? Bueno –les dice a los suyos, a quienes veía preocupados por el problema del pan–, pues dadles vosotros de comer (Mc 6, 37). El Evangelio de san Juan subraya que fue el mismo Jesús quien se adelantó a preguntarles: ¿Con qué compraremos panes para que coman estos? Tanto aquel desafío como esta pregunta eran un modo de probar a los suyos. Estaba claro que no había modo humano de dar de comer a tantos. Pero bien sabía él lo que iba a hacer.
Algunas interpretaciones racionalistas reducen el milagro a una acción más de solidaridad humana: compartieron y hubo para todos. Pero no fue eso lo que la gente vivió con Jesús. Aquel día quisieron hacerlo rey, porque Él había hecho algo maravilloso que ellos no habrían podido ni imaginar. Sólo que lo interpretaron mal. Jesús ha venido por algo mucho más importante y renovador que dar milagrosamente pan a quienes no lo tienen. Ha venido a darse a sí mismo como alimento de esperanza eterna, capaz de cambiar radicalmente la vida de las personas y de los pueblos. El pan multiplicado no era un pan milagroso que dispensara del trabajo necesario para cuidar el mundo y cuidar nuestra vida. Jesús no vino a hacerles ninguna competencia desleal a panaderos y economistas. Con aquel pan les enseñaba que Él viene a darnos el pan del Cielo.
Quien vive de este Pan, quien vive del Hijo de Dios, queda plenamente saciado. Es el hambre de Dios, de amor incondicional y de vida eterna la que es saciada con el Pan que reparte el Señor, en el que se encierra su propia persona. Por eso, quien come de ese Pan es liberado del ansia de tener y de poder para ser en verdad hijo de Dios y hermano de todos. El Pan de la Vida es el pan de la verdadera fraternidad, capaz de hacer saltar los muros del hambre en el mundo.


+ Juan Antonio Martínez Camino



Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Tiberiades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» (Lo decía para tantearlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer). Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo».
Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo, todo lo que quisieron del pescado.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este sí que es el profeta que tenía que venir al mundo». Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.


Juan 6, 1-15







viernes, 17 de julio de 2015

Brillante ponencia del abogado, tesorero de la Hermandad de la Vera-Cruz y Miembro de Número del Centro de Estudios Históricos Jerezanos José Jácome González sobre ‘La Hermandad de las Cinco Llagas de 1561’

Una muy aplaudida ponencia del abogado, tesorero de la jerezana Hermandad de la Vera-Cruz y Miembro de Número del Centro de Estudios Históricos Jerezanos José Jácome González protagonizó el pasado viernes otra nueva sesión de ponencias del programa de actos del LXXV Aniversario de la Reorganización de la Hermandad de las Cinco Llagas. Aunque el contenido completo de dicha interesantísima conferencia titulada ‘La Hermandad de las Cinco Llagas de 1561’ se transcribirá, textualmente, en una publicación que ya la cofradía de la Madrugada del Viernes Santo está planteando editar con motivo de dicha efeméride, adelantamos algunas primeras aseveraciones históricas –tan sólo unas pinceladas- de la charla de Jácome González (a la que acudió una digna representación de la Hermandad de la Vera-Cruz encabezada por su Hermano Mayor José Ignacio Soto).

-          La Hermandad se funda en este convento de San Francisco. El 22 de abril de 1561 se redactaron finalmente las Reglas para su ordenación legal. La Cofradía se funda expresamente como Hermandad de Penitencia, para rendir culto y devoción a la sangre, llagas, signos de la Pasión y Muerte de Cristo. En los autos de reducción de Cofradías de 1568, expresamente se dice que su origen se remonta a 1561 con ocasión de las procesiones con disciplina que, durante nueve días, se realizaron por la calle Carpintería con la autorización de la ciudad, en la que participaron hombres y niños, para implorar que mejorase la situación de sequía y malas cosechas.

-          Al finalizar estas procesiones se trató con el P. Guardián de San Francisco, el Padre Fray Luis de Orozco, que dejase fundar una Cofradía de disciplina en este monasterio, dado que en este convento no había otra de esta clase por aquellas fechas. A los hermanos se les cedió la entonces Capilla de los Mártires que, con el tiempo pasó a denominarse de la Esperanza.

-          El escudo fundacional recoge el pasaje de la tradición de la Orden de San Francisco, cuando al Santo Fundador se le apareció en el Monte Auvernia un serafín con cinco alas, de las que salieron cinco rayos que atravesaron su costado, manos y pies, dejando a la vista las CINCO LLAGAS, que marcaron la unión entre San Francisco de Asís y Jesucristo, dejando en su cuerpo las marcas de la Pasión. En el Archivo Municipal se conserva la Regla original. En su primera página figura el escudo de la Hermandad ricamente policromado, representándose el Árbol de la Cruz rematado por la cartela del INRI sobre el Monte Calvario. Sobre los brazos pende el campo del escudo sobre el que figuran las Cinco Llagas y una corona de espinas, así como los tres clavos en los extremos de la Cruz y el cordón franciscano bordeando todo el conjunto.

-          La Hermandad estaba organizada por una junta formada por dos Hermanos Mayores, dos Veedores, Diputados en número de cuatro, un Mayordomo y un Escribano. Las primeras Reglas se redactaron por acuerdo de Cabildo por D. García Dávila, que era el Administrador de la Cofradía, asesorado por el P. Guardián del Convento, Fray Luis de Orozco. En las citadas Reglas se prohibía que la Hermandad pudiera añadir nuevos capítulos. Además, tenía que rendir cuentas ante el Visitador del Ordinario, quedando fuera de la exención de la que disfrutaban los religiosos. Sólo le estaba permitido el pedir limosna entre los hermanos.

-          Es importante destacar el papel del Administrador, encabezado por un destacado miembro de la nobleza local.

-          En las Reglas se distinguía entre los hermanos de luz (cirios) y los disciplinantes o de sangre.

-          No tuvo un origen asistencial u hospitalaria, a pesar de su marcado carácter benéfico.

-          En la época ya existía una clasificación de distintas corporaciones seglares religiosas o Cofradías, dedicadas a las más variadas asistencias hospitalarias, que se habían fundado para tales fines.

-          Según el texto de las Reglas, durante la jornada del Jueves Santo por la noche salían los hermanos en número aproximado de trescientos confesados y comulgados disciplinándose, en compañía del Padre Guardián y frailes del convento, siendo una de las procesiones más devotas de la ciudad.

-          En estas procesiones se rogaba por la salud del Rey y por el estado de la Santa Iglesia de Roma.

-          Entre los enseres de la Hermandad figuraban: una corona de plata para el Cristo, una cruz de plata para el Crucificado y un escudo, igualmente, de plata para el cielo del palio de la Virgen.

-          La Cofradía hacía estación de penitencia los Jueves Santos en torno a las diez de la noche, debiéndose recoger dos horas más tarde, comenzando sus hermanos de sangre a disciplinarse ante la presencia de una imagen de Cristo Crucificado una hora antes de la salida procesional.   Pasados los años, la Hermandad saldría durante la jornada del Viernes Santo a media tarde, para posteriormente retomar la salida los Jueves Santos en el último tercio del siglo XVIII.

-          La Virgen salía bajo palio de seis varales, de forma similar a otras Dolorosas de las Cofradías jerezanas de la época.

-          La Cofradía sostuvo para litigios a lo largo de sus primeros siglos de existencia. Entre los más sonados fueron el que mantuvo con los PP. Franciscanos en 1612, que le supuso la retirada del cajón de limosnas de la nave principal de San Francisco, ya que alegaban los religiosos que la Hermandad estaba pidiendo para el Santísimo sin ser Sacramental, a la vez que tenía muy descuidada su Capilla.

-          Es interesante el dato sobre los pasos y sus cuadrillas, conformados por doce personas bajo el mando de los cuadrilleros.

-          Para portar estos pasos se exigía la condición de hermano de la Cofradía, y que debía comportarse con veneración y respeto, siguiendo las instrucciones de quien estuviera al mando y gobierno de la Hermandad.

-          En el año 1754 se menciona que la Hermandad sacaba un paso con el misterio de la Sagrada Lanzada a Cristo y el Apóstol San Juan, así lo cuenta Bartolomé Gutiérrez en su obra “Año Xericiense“.


Al término del acto el Hermano Mayor de la corporación organizadora, Juan Lupión Villar entregó a José Jácome González un artístico obsequio –que reproduce el logotipo del LXXV Aniversario de la Reorganización de la Cofradía- realizado por el destacado hermano de esta Hermandad y orfebre jerezano Miguel Ángel Camas Soto.


En la foto, de izquierda a derecha: el Hermano Mayor de la Vera-Cruz José Ignacio Soto, el ponente José Jácome y el Hermano Mayor de las Cinco Llagas Juan Lupión

Publicación en la web cofrademania de la ponencia de José Jácome González del pasado día 10


Resumen de la salida procesional de la Divina Pastora de Santa Marina 2013

Selección de instantáneas de la visita de nuestra Hermandad de las Cinco Llagas a la Primitiva Hermandad de la Divina Pastora, de Sevilla, el pasado día 21 de junio







Interesantísima entrevista al P. Fernando García Gutiérrez, S.I., vicepostulador de la causa de beatificación de N.H.D. Pedro Guerrero González, en el número 79 –del presente mes de julio- de la revista Pasión en Sevilla

Fuente: PASIÓN EN SEVILLA

Fernando García:   “En la serenidad de nuestras Imágenes es donde se trasluce la divinidad”

 

El jesuita conversa con ‘Pasión en Sevilla’ sobre el concepto de ‘unción sagrada’

Por José Manuel de la Linde

Lleva 16 años al frente del patrimonio artístico mueble de la Diócesis. El encargado por tanto de admitir una nueva imagen de nuestra Semana Santa; de aceptar o no una restauración de un retablo o de una dolorosa y también de, llegado el caso, echar para atrás una imagen que no sea digna. Le nombró el cardenal Amigo por recomendación de Francisco Navarro, quien pensó que al estar en la Universidad podía atraer a los mejores expertos. Amigo le dijo que ponía en sus manos el mejor patrimonio de arte sacro que existe en España. Nos recibe en unos salones sencillos de la casa madre jesuita de la calle Jesús del Gran Poder. Con rostro y gesto amable nos invita a sentarnos en unos sillones algo gastados y sobrios. Preside la escena una pintura de San Ignacio orando ante la custodia. Iconografía única para una conversación con un singular sacerdote.


       Padre, ¿qué es la unción sagrada de las imágenes?

       Es más difícil explicarlo con palabras que con los sentimientos. Situemos una imagen del Renacimiento italiano al lado de un Cristo de los nuestros: se ve claramente que tiene unción sagrada. Los escultores de aquí fueron capaces de reflejar la interioridad de la divinidad de Cristo reflejada a través de la humanidad. La grandeza de la escuela sevillana es que es capaz de lograr a través de los medios materiales la naturaleza humana y divina de Cristo. Los buenos escultores tienen la grandeza de conseguir que la divinidad salga por encima de la pasión que expresan sus obras. Eso es la unción sagrada.

       ¿Cualquier trabajo es admisible?

       No. Si se trata de una restauración, se debe aprobar el proyecto hecho ya por la persona que supuestamente va a trabajar. Debe ser un profesional solvente. No es lo mismo ser restaurador, que imaginero o escultor. No es bueno que intervenga en este sentido un escultor. Se mira también si está colegiado. Si es una obra de nueva hechura, lo que no podemos es imponer nuestro gusto. Sólo tenemos que ver que sea digna para el culto. Igual, a mí no me gusta, pero pasa el trámite.

       ¿Cómo se advierte la dignidad en una talla?

       Se ve enseguida. Que no sea grotesca. No recuerdo ninguna que se haya echado para atrás. Sí dieron algunos problemas algunas imágenes secundarias de algún misterio sevillano. Si es de Semana Santa debe mover primero a la devoción y posteriormente a la compasión. Luego las habrá de mejor o peor gusto.

        ¿Existen imágenes de reciente creación de las que se dude de su calidad artística?

       No he tenido ningún caso. Al menos en  Sevilla capital. Cualquier proyecto de algo nuevo se eleva al vicario general y me lo pasa a mí. Las cosas que se tratan en IAPH también pasan por nosotros aunque a ellos se les ponen pocos reparos porque están los mejores.

       Hay una corriente actual que presenta a las imágenes de Cristo excesivamente musculadas…

       Los que he visto en general no dan problema en esto. Pero no puedo imponer mi gusto. Los que vengan como si salieran del gimnasio sí irían para atrás. Nuestras imágenes de pasión son de un dolor mucho más sereno que en otras regiones de España. La manifestación del dolor es divina. No conozco una Semana Santa tan perfecta como la nuestra. No se me han presentado cosas raras en este tiempo.

       ¿Usted también aborda las sustituciones de imágenes?

       Sí, claro. Ejemplo reciente la dolorosa del Polígono. El proceso de cambio se envía al vicario; lo estudio con mi comisión y el último que pone la firma es el vicario tras nuestro visto bueno.

       ¿Hay imágenes de nuestra Semana Santa que haya que retirar?

       No veo ninguna indigna; y con ello no quiero decir que me gusten todas. En Sevilla, esto se cuida pero hay algunas mejores que otras. Aunque sea sólo por imitar a los escultores clásicos se sigue una línea muy buena…

       ¿Para que un escultor sea bueno tiene que ser una persona religiosa?

       Defiendo que no. Porque al igual que en arquitectura sin ser católico saben transmitir a la hora de crear una iglesia, un escultor puede estudiar y prepararse para eso. Igual que uno que quiere hacer una imagen budista tiene que estudiar antes aquello, aunque no crea en ello.

       ¿De los nuevos imagineros qué ejemplo pondría?

       Valoro mucho el trabajo de José Antonio Navarro Arteaga. Un imaginero que estimo y es muy creativo. Lo felicité cuando rehízo el misterio de las Cigarreras. Antes había una serie de plumeros que eran lo único que llamaban la atención…

       ¿Si situáramos a un japonés delante del Gran Poder sería capaz de descubrir lo sagrado?

       Sí, porque tienen un sentimiento interior enorme. Lo que no podrían es descubrir los valores del Barroco. La expresión de sentimiento la entenderían pero este estilo artístico les asusta o les sorprende en exceso. Son mucho más minimalistas…


De tierra de vinos a Tokyo

Fernando García Gutiérrez es jerezano aunque por proximidad y estancia se siente también sevillano. Jesuita licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona, se traslada a Japón en 1955 y ejerce como profesor de Arte Español y Arte Oriental en la Universidad Sophia de Tokyo. Tras convertirse en un apasionado del arte oriental, regresa e imparte como profesor clases de Arte Oriental en la Universidad de Sevilla. Como imagen de cabecera, y como buen jesuita, tiene al Cristo de la Buena Muerte de los Estudiantes: “es tan perfecto que da la impresión de que no se puede llegar a más”.

Entre las dolorosas sitúa a la Esperanza Macarena: “…con sus gestos tan particulares; y la Virgen de la Victoria de las Cigarerras que para mí es una de las más hermosas”, concluye. Está muy orgulloso de tener en su equipo al profesor Emilio Gómez Piñol; a Juan Luis Rabé, al arquitecto Rafael Aguilar y como jurista al secretario del Consejo de Hermandades, Carlos López Bravo. Si alguien le pregunta por un restaurador lo tiene muy claro y ofrece el nombre del quinto miembro de su equipo, el restaurador Enrique Gutiérrez Carrasquilla, “sin duda el más relevante de la época”.