Quien no renuncia a todos sus
bienes no puede ser discípulo mío (Lc 14, 33).
Seguir a Jesucristo implica
llegar a comprender que con Él lo tenemos todo. Para quien sigue a Jesús, poner
a la familia después de Él, cargar con la propia cruz, calcular las propias
fuerzas y renunciar a todos los bienes son siempre respuestas de amor a Quien
nos ha amado hasta el extremo. El Señor solo nos pide lo que primero nos da.
Nos pide todo porque Él se nos da del todo. Esta es la Gracia, el Don
inmerecido, de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre
por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9).
La Iglesia nos invita hoy, a
través de la Liturgia, a fijar la mirada de fe en el testimonio y la
intercesión de san Ignacio de Loyola. Lo hacemos, además, cuando estamos
conmemorando el quinientos aniversario de su conversión: quien aspiraba a
recibir la gloria de este mundo en la milicia al servicio del rey temporal,
recibió la gracia de la conversión que le llevó a comprender que nuestra
felicidad está en hacerlo todo para mayor gloria de Dios. San
Ignacio se dejó seducir por el Señor, gustó su bondad y fue convertido en
imitador de Cristo: buscó lo que Él buscó y amó lo que Él amó (cf. EG 267).
Experimentó así que posponer la familia a Cristo no significa amarla menos,
sino amarla con la plenitud que solo Él nos puede conceder; comprendió que la
cruz que Cristo nos pide cargar es yugo suave y carga ligera si descansamos
nuestro corazón en el suyo; entendió que calcular y medir las propias fuerzas
antes de grandes empresas requiere siempre discernimiento previo, es decir,
búsqueda de la voluntad de Dios y uso de las cosas de este mundo en tanto en
cuanto nos ayudan a alcanzar el fin para el que hemos sido creados; comprobó,
finalmente, en su propia vida que, renunciando a todos los bienes para ser
discípulo de Cristo, el Señor le desveló el secreto para alcanzar amor: memoria
interna de tanto bien recibido y ver a Dios en todas las cosas, para en todo
amar y servir.
El Señor ha querido en su
Providencia que, al celebrar la memoria litúrgica de san Ignacio de Loyola,
comience mi ministerio episcopal como obispo de esta Diócesis de
Asidonia-Jerez. ¿Cómo no ver aquí un recordatorio claro de que la única
motivación que debe orientar mi entrega apostólica es la mayor gloria de
Dios y la santificación de los
fieles que me son confiados? El Derecho designa esta celebración como “toma de
posesión canónica de la diócesis” y la Liturgia nos instruye sobre el
significado de esta expresión. “Tomar posesión” no es un acto de dominio sino
de obediencia, no es una apropiación sino un despojamiento, no es un ejercicio
de exaltación personal sino de servicio en comunión. Tres gestos sencillos nos
lo recuerdan: la presencia del nuncio y de mis hermanos obispos; la entrega de
la sede y el báculo; y la acogida de los fieles que representan los diferentes
estados de vida en la Iglesia diocesana.
Ha comenzado la celebración con
la presidencia del Nuncio Apostólico, que hace presente al Sucesor de Pedro,
principio de unidad en el colegio episcopal. Con Pedro y bajo
Pedro el nuevo obispo está llamado a desempeñar su ministerio, como
sucesor de los apóstoles, en comunión con los demás hermanos obispos. En el
ejercicio del ministerio episcopal, la Iglesia me pide obediencia, es decir,
abrazar la voluntad de Dios, reconocida en las disposiciones del Papa, para ser
cumplida desde el vínculo de la fraternidad episcopal. Doy gracias de corazón
al Señor Nuncio por su presencia y cercanía, y en él renuevo mi adhesión
cordial al Papa Francisco que nos llama a poner a la Iglesia en estado de
misión, saliendo al encuentro de las heridas de nuestros contemporáneos, para
llevar a todos la alegría del evangelio. Extiendo mi gratitud a los obispos que
hoy me acompañan, de forma especial al Cardenal Arzobispo de Madrid, Don Carlos
Osoro, Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española y Metropolitano de la
Provincia eclesiástica que me ha acogido durante nueve años, y al Arzobispo de
Sevilla, Don José Ángel Saiz Meneses, Metropolitano de la Provincia que hoy me
recibe. Mi gratitud se hace filial al mencionar a Don Joaquín y a Don Ginés,
que en Getafe me han tratado con corazón de padres. Gratitud admirada a Don
José Mazuelos, mi predecesor, y en él a los muy queridos y recordados Don
Rafael Bellido y Don Juan del Río. Lo que ellos han sembrado, espero cosecharlo
para seguir sembrando en la continuidad serena de la Sucesión Apostólica.
Gratitud originaria a los arzobispos de Granada, donde nací a la vida eterna, y
de Toledo, donde la Iglesia me formó sacerdotalmente. Gratitud, en fin,
confiada a Don Federico Mantaras, Administrador diocesano durante los últimos
meses, que ha conducido la Diócesis con prudencia y discreción. Pido a mis
hermanos obispos que me sigan sosteniendo con su oración, palabra y ejemplo,
para que, en el signo de la obediencia, vivida en unidad, manifestemos al mundo
la bondad del Corazón de Cristo, el Buen Pastor.
La “toma de posesión” es también
un despojamiento, como expresan paradójicamente los signos de la presidencia,
la sede y el báculo, que remiten al triple ministerio de la santificación, la
enseñanza y el gobierno. En las acciones
sacramentales, en las palabras
que pronuncie, en las decisiones que adopte, el Pueblo de Dios espera reconocer
a Cristo su Señor, que se entrega por amor a cada uno de sus fieles sin
reservarse nada para sí. Si el camino del Buen Pastor ha sido el del abajamiento
para levantar a todas y cada una de las ovejas que el Padre le ha confiado, así
también ha de ser el camino del obispo. Pedid al Señor que mi alegría esté
puesta en vuestro crecimiento espiritual y que al final de cada día experimente
el gozo de quienes se saben “siervos inútiles que solo han hecho lo que tenían
que hacer”. Doy gracias a Dios de todo corazón por la presencia de las
autoridades civiles, judiciales, académicas y militares, que honran a la
Diócesis de Asidonia-Jerez con su participación en esta celebración. Dirijo mi
saludo lleno de afecto a la Sra. Alcaldesa y a los miembros de la corporación
municipal de Jerez, a los Alcaldes y representantes de los diferentes
municipios de la diócesis, a la Delegada del Gobierno de Andalucía, a los Sres.
Diputados nacionales de la Provincia de Cádiz y representantes de la Junta de
Andalucía. A los políticos que hoy nos acompañan les tiendo mi mano amiga para
trabajar, cada uno desde su ámbito y competencia, al servicio de las personas
de nuestra sociedad. Saludo también afectuosamente a las autoridades
judiciales, al Señor Almirante y miembros de las Fuerzas Armadas y Seguridad
del Estado, a los miembros de la Academia San Dionisio y a las Autoridades
académicas y universitarias. Cuenten con mi colaboración leal y respetuosa en
la búsqueda del bien común, y en el cuidado de aquellos que pasan por la grave
prueba de la soledad, de la enfermedad o del desempleo. Nuestra contribución en
la construcción de una sociedad más justa se llama evangelización. Y esto es lo
que deseamos seguir impulsando, conscientes de que nada hay más humanizador que
evangelizar.
La “toma de posesión” es, en fin,
la expresión visible de la belleza de la Iglesia diocesana que recibe y acoge a
su pastor. En el saludo de una representación de fieles se simboliza la
totalidad de la Diócesis, porción del Pueblo de Dios que camina en esta tierra.
Nada puede el obispo sin sus fieles. Su ministerio es servicio en comunión.
Cuando el Papa nos está llamando a visibilizar en la Iglesia su dimensión
sinodal, considero un regalo de la Providencia ser recibido en esta Diócesis.
Para “caminar juntos” -esto es la sinodalidad- el obispo debe trabajar sin
descanso por la comunión entre sus fieles y con el resto de la Iglesia
universal. Doy gracias a Dios por vosotros, sacerdotes, personas consagradas y
fieles laicos. A todos os pido que me ayudéis a ser vuestro obispo. Rezo por
vuestra fidelidad y os ruego que elevemos nuestras súplicas al Señor para que
nos bendiga con santas y abundantes vocaciones al sacerdocio, a la vida
consagrada, al matrimonio y al compromiso laical. Cuento con los sacerdotes,
para llevar el amor del Corazón de Cristo a todos, a los de dentro y a los de
fuera de la Iglesia,
al estilo del Buen Pastor,
contemplando por dentro los misterios divinos, sosteniendo por fuera las cargas
de nuestro pueblo fiel. Cuento con los diáconos para llegar a los más
necesitados y cuidarlos como al mayor tesoro de la Iglesia. Cuento con las
personas consagradas para proclamar con fuerza al mundo que hemos sido creados
para el Cielo y que solo Cristo puede colmar los anhelos de nuestro corazón.
Cuento con las contemplativas para sostener con sus manos elevadas la vida de
quienes en la Iglesia afrontan cada día el combate de la fe. Cuento con los seglares
para reconducir todas las cosas a Cristo, sembrar la semilla del evangelio en
los hogares, en las escuelas, en los trabajos y en las instituciones
sanitarias, sociales, políticas y culturales. Cuento con los movimientos y
asociaciones de fieles en la riqueza de su diversidad, especialmente cuento con
las Cofradías y Hermandades. En la persona del presidente que termina su
mandato y del recién elegido de la Unión de Hermandades de Jerez saludo con
enorme afecto y gratitud a todos nuestros cofrades. No me cansaré de repetir
que confío mucho en el poder evangelizador de las Hermandades y Cofradías.
Trabajaré para que las Cofradías sean verdaderas escuelas de vida cristiana y
ámbitos de caridad generosa, donde se ejercite el amor que hace fraternidad, los
esposos fortalezcan su vida matrimonial, los hijos crezcan en la fe de sus
mayores y la sociedad entera se enriquezca de una fe que sale a la calle para
proclamar a todos la grandeza del amor de Dios que se nos ha revelado en los
misterios de la vida de Cristo y de su Santísima Madre.