Fuente: ALFA Y OMEGA
XV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)
Yo os aliviaré
San Mateo quiere, a través de este pasaje,
mostrarnos dos cosas: en primer lugar, la fuerza de la Palabra de Dios; en
segundo lugar, las buenas disposiciones requeridas por el hombre para acogerla.
Se trata de la verdad de Dios, que se ha de recibir con la libertad del hombre.
Ello nos muestra que la revelación de Dios es un acontecimiento que hace
intervenir la libertad y la voluntad del hombre.
La eficacia de la Palabra de Dios
La Escritura no duda a la hora de plasmar el poder de la Palabra de Dios. Lo vemos
en la primera lectura que la liturgia de este domingo nos presenta. Utilizando
el símil de la lluvia y de la nieve, se afirma que la «palabra que sale de mi
boca» empapa la tierra, la fecunda, la hace germinar y cumple el deseo de Dios.
En el pasaje evangélico, Jesús adopta otra imagen que nos resulta muy familiar:
compara la Palabra
con una semilla; algo que a primera vista parece insignificante y pequeño, pero
que encierra en sí el germen de la vida, la capacidad de producir algo grande,
siempre que sea convenientemente acompañada en su crecimiento. En definitiva, la Palabra de Dios tiene gran
eficacia, a pesar de que sean necesarios tiempo y paciencia para verla
fructificar.
La acogida de la Palabra por el hombre
Huelga decir que el sembrador es Jesús, quien,
al mismo tiempo, es la Palabra
de Dios. Hasta aquí queda clara la eficacia y el origen de la Palabra. Ahora es
necesario detenerse en las condiciones necesarias para que germine en nosotros.
Estamos frente a algo decisivo, debido a que de nuestra disposición para
escuchar la revelación de Dios dependerá, en gran medida, el alcance que la
salvación de Dios tenga en nosotros. Con el fin de poner de manifiesto que la
fuerza de Dios no obra sin nuestro consentimiento, el Señor describe cuatro
tipos de tierra, que son en realidad, cuatro modelos de oyente de esta palabra.
Por si no queda suficientemente claro, el mismo Señor explica más adelante lo
que significa la parábola del sembrador. No hemos de pensar que los cuatro
tipos de tierra —el borde del camino, el terreno pedregoso, el terreno lleno de
abrojos y la tierra buena— corresponden a tipos de personalidad. Se trata, más
bien, de cuatro modos reales de encajar la voluntad de Dios en nuestra vida,
tras haber escuchado su voz. Por ello, el Señor nos está pidiendo abrir el oído
hacia Él mismo, con el fin de convertirnos en la tierra buena que da fruto. El
resto de tipos de tierra representan no solo las dificultades y tentaciones que
podemos encontrar a lo largo de la vida: desinterés, cansancio, atractivos
meramente mundanos, etc. Significan, ante todo, que para que la tierra sea
fructífera es necesario cuidarla. Podemos decir, en efecto, que hay un
jardinero, que es la
Iglesia. Ella nos riega con el agua del Bautismo, forma
nuestra mente a través de la explicación de la fe, de manera que podamos tener
los oídos abiertos, limpia las malas hierbas con la penitencia y nos alimenta
con la Palabra
y la
Eucaristía. Ciertamente, si la tierra no se cultiva, pasado
un tiempo vuelve a estar infestada de hierba o se endurece.
Por ello, la parábola del sembrador nos
advierte de los peligros que el hombre experimenta en su vida cristiana y de la
necesidad de contar con la ayuda de la Iglesia para que nuestro seguimiento hacia el
Señor sea real y dé el máximo fruto posible.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de
Madrid
Evangelio
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó
junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se
sentó, y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en
parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde
del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otra parte cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó
enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena
y dio fruto: una, ciento; otra, 60; otra, 30. El que tenga oídos, que oiga».
Mateo 13, 1-9