Fuente: ALFA Y OMEGA
Segundo
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
La
correspondencia con la búsqueda del hombre
Finalizado el período navideño, la liturgia no nos
introduce en el tiempo ordinario de modo abrupto. La temática de las lecturas
de este domingo trata todos los años de ser un puente entre la Epifanía, como
manifestación del Señor, y la narración de misión que llevará a cabo Jesús.
Prueba de ello es el comienzo del Evangelio de este domingo. Con escuchar de
nuevo que se trata de un pasaje de san Juan, evangelista habitual en Navidad, y
constatar que aparece Juan Bautista dando testimonio de la identidad de Jesús,
comprobamos que todo cuanto ha sido anunciado por este profeta y presentado por
Juan evangelista en los versículos anteriores a estos, se lleva a cabo en
personas concretas. Es decir, las ideas de carácter más abstracto del comienzo
del Evangelio según san Juan, acerca de la naturaleza del Verbo, el testimonio,
la luz o la vida, van a ir tomando cuerpo en ejemplos precisos que ahora se nos
muestran. Una de las representaciones más características de Juan Bautista es
encontrarlo señalando con el índice. Con frecuencia, además, esta figura viene
acompañada de un Cordero, hacia el cual el Bautista dirige su dedo, o bien de
una inscripción con la frase «Ecce Agnus Dei», que significa «este es el
Cordero de Dios». Se trata, quizá, de la faceta más interesante del precursor,
que unida a su imagen bautizando junto al Jordán y la bandeja con su cabeza,
completa la visión sobre un santo particularmente cercano a la primera andadura
de la misión del Señor. Cuando escuchamos que «los dos discípulos oyeron sus palabras
y siguieron a Jesús», entendemos que el testimonio de alguien constituye el
primer elemento en el proceso vocacional de Andrés y de otro discípulo cuyo
nombre no se nos revela aquí. Será ahora Andrés el que continúe la cadena de
testigos y lleve a su hermano Simón hacia Jesús. Nos situamos ante un episodio
sencillo, en el que, sin embargo, descubrimos cómo se articula cualquier
proceso de fe y de seguimiento a Cristo. En primer lugar, es necesaria la
presencia de testigos fiables. Pedro no habría conocido al Señor de no ser
porque confió en su hermano Andrés, quien, a su vez, tenía como referente a
Juan Bautista. En segundo lugar, la elección del Señor para una misión
determinada no nace de la nada, sino que corresponde con los anhelos del
corazón del hombre que es llamado. Así queda patente cuando Jesús, al comprobar
que lo seguían, se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?». Con este dato, la
narración pretende destacar el anhelo de un sentido a sus vidas, tras el cual
andaban aquellos con los que se encuentra el Señor. En tercer lugar, más allá
del testimonio y de la correspondencia a un deseo verdadero y profundo del
corazón del hombre, el discípulo ha de realizar un proceso de verificación, que
en el caso del Evangelio de este domingo se presenta claramente como una
compañía.
La hora exacta
del encuentro
La pregunta: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde
vives?» y la respuesta «veníd y veréis» plantean el inicio de esta dinámica de
comprobación que pide necesariamente, no solo un encuentro inicial, propiciado
por distintos agentes, sino también un conocimiento que solo es posible cuando
se comparte una vida con alguien, tal y como se deduce de la puntualización
«vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día». Únicamente gracias al
impacto inicial del encuentro con el Mesías y a la progresiva constatación de
que lo que habían visto y oído concordaba con un deseo interior, Andrés y Pedro
fueron contados a partir de entonces entre los Doce. Incluso el recuerdo de
este momento quedó fuertemente arraigado en su mente, hasta tal punto que, años
después, cuando Juan redacta el Evangelio, hace notar la hora exacta en la que
los dos discípulos se encontraron con el Señor. De no haber causado este suceso
un gran impacto en sus vidas, difícilmente el evangelista habría reflejado una
circunstancia meramente temporal en el conjunto de un libro que no busca ser
una crónica periodística, sino la Palabra que el Señor nos sigue dirigiendo,
una y otra vez, al ser proclamada.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus
discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y,
al ver que lo seguían, les pregunta: «Qué buscáis?». Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día; era como la
hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a
Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús
se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás
Cefas (que se traduce: Pedro)».
Juan 1, 35-42