Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

viernes, 29 de noviembre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Domingo I de Adviento (ciclo A)
La venida del señor al final de los tiempos

No está de más, cuando nos disponemos a iniciar un nuevo año litúrgico, detenernos en lo que significa el paso del tiempo. Si cuando llega el 1 de enero, con el cambio de año civil, asociado a un cómputo que crece, percibimos con claridad que el tiempo pasa, al cambiar de año litúrgico corremos el peligro de vivirlo con una sensación de cierta teatralidad. Nadie duda de que 2019 no es igual que 2018. Sin embargo, la repetición de la Palabra de Dios unida a los mismos días litúrgicos puede fomentar un sentido de repetición, como si viviéramos en un eterno círculo que se repite una y otra vez. Precisamente, de esto es de lo que tenemos que huir. Por una tendencia natural y racional, el hombre tiende a acomodarse y a controlar no solo lo material, sino también el tiempo. Sin embargo, el Evangelio de este domingo nos dice que no somos dueños del tiempo y que, por lo tanto, debemos vivir en constante vigilancia. No estamos encerrados en un ciclo que se repetirá eternamente. La imagen de la celebración del año litúrgico sería más bien como la de una espiral que se abre, como si de un muelle visto de perfil se tratara.

El camino de Dios hacia el hombre y del hombre hacia Dios
Adviento significa venida, y el término hace referencia etimológica a parusía, la venida del Señor en poder y gloria al final de los tiempos. Por lo tanto, tenemos dos polos: el primero es el Señor que viene hacia nosotros; el segundo somos nosotros, que vivimos en un continuo camino hacia el Señor. En este itinerario que se ha de recorrer, no se parte de una iniciativa de igual intensidad por las dos partes. En conformidad con el modo de revelarse Dios al hombre, siempre es el Señor el que tiene la iniciativa –en este caso de venir hacia nosotros– y nosotros salimos al encuentro del Señor que llega. La certeza de que el Señor vendrá al final de los tiempos se sustenta en su promesa y en haber sido testigos de su primera venida. A través de la Encarnación, Dios ha roto la distancia que lo separaba del hombre, de un modo inimaginable hasta entonces. Nuestra respuesta y camino, pues, al empezar el Adviento, son alzar la mirada hacia Dios. De hecho, las palabras «a ti, Señor, levanto mi alma», la invitación a la confianza y la seguridad de que quien espera en el Señor no quedará defraudado, del salmo 24, corresponden al tradicional canto de entrada de la Misa del primer día de Adviento. A la confianza del introito, se une el anticipo del profeta Isaías, en la primera lectura, de lo que sucederá al final de los tiempos: la congregación de todas las naciones en la paz del Reino de Dios.

«No sabéis qué día vendrá»
Son varios los pasajes evangélicos que nos invitan a la vigilancia en los capítulos 24 y 25 de Mateo, donde se encuadra el pasaje que tenemos ante nosotros. Con el ejemplo del diluvio inesperado y del ladrón se nos anima a la preparación para esa venida, que no solo se realizará al final de los tiempos, sino que ya está teniendo lugar ahora. La preparación del encuentro con el Señor en la gloria, donde lo veremos de modo manifiesto, debe tener lugar en el día a día de nuestra vida, tal y como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura. El anuncio de la venida del Señor nunca puede ser experimentado como una amenaza, sino como la convicción de que nuestra salvación definitiva está cada vez más cerca. De este modo, la renuncia a las obras de las tinieblas no es más que la posibilidad de poder disfrutar anticipadamente del don que Dios nos ha traído acercándose hacia el hombre, mientras anhelamos su retorno al final de los tiempos.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre»



Marcos 24, 37-44







jueves, 21 de noviembre de 2019

Las entradas para el Concierto de Villancicos ya están a la venta






Las entradas para el Concierto de Villancicos Populares pueden adquirirse todos los días de la semana en la iglesia de San Francisco por las mañanas -preguntar por el hermano mayordomo don José Andrade- y los miércoles además en la mesa petitoria que se instala por la Hermandad. 




Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo
«Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»

Con estas palabras se dirige el buen ladrón a Jesús poco antes de morir en la cruz. La frase manifiesta la completa confianza de quien, sin conocer previamente a Jesús, ha comprendido con profundidad su misión como Rey. En la fiesta de Cristo Rey, instituida por el Papa Pío XI en 1925, san Lucas nos presenta la paradoja de ver a Jesús ejerciendo su reinado precisamente a punto de ser ajusticiado. En la máxima humillación se muestra la mayor grandeza. No es sino otro modo de acercarnos al misterio pascual, la paradoja de que con su muerte Jesús obtendrá la vida y la comunicará a todos los hombres.

Jesús, hijo de David
Para los israelitas la idea de realeza no es nueva. Tras el reinado de Saúl, David es elegido rey en Judá y, más adelante, será reconocido también por el resto de las tribus de Israel, que se presentan ante él y lo aclaman como pastor y guía de su pueblo. Asimismo, es ungido, como señal de la elección por Dios para esta misión. Así nos lo recuerda la primera lectura de la Misa de este domingo, presentando a David como figura, es decir antecesor de Jesucristo, el definitivo rey-ungido por Dios. Sin embargo, para muchos, la realeza del Mesías consistiría en una muestra externa de dominio sobre las naciones vecinas, como era común entre los reyes de la época. Para ellos era lógico pensar que alguien era más poderoso cuanto mayor dominio ejerciera sobre su pueblo y mayor número de países se le sometieran. Esta era la visión predominante en tiempos de Jesús, cuando el Imperio romano tenía desplegados sus ejércitos por toda la cuenca mediterránea. Sin embargo, el origen humilde de David, que ni siquiera era el que más destacaba entre sus propios hermanos, nos anticipa ya el modo de reinar de Cristo, que ahora está llamado a pastorear y ser jefe del nuevo Israel.

Un reinado para salvar al hombre
La escena evangélica de este domingo inicia situando a Jesús frente a las burlas de los magistrados judíos, que consideran el destino de Jesús como la prueba de su mentira. Con todo, también se coloca en primer plano la cuestión de la salvación, con la frase: «A otros ha salvado». La misma cuestión de la salvación estará presente en la mofa de los soldados: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo»; también uno de los ladrones se expresa en los mismos términos. Será, en cambio, el buen ladrón quien capte el verdadero sentido de lo que en realidad está sucediendo, al pedirle al Señor que se acuerde de él cuando llegue a su reino. La respuesta de Jesús: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso», manifiesta claramente no solo que el reino de Jesús no es de este mundo, como poco antes había manifestado ante Pilato sino, ante todo, que el paraíso es su patria definitiva, hacia donde él puede llevar al buen ladrón. Si Adán, con su pecado, había cerrado las puertas del paraíso, Cristo, con su muerte, las abrirá de nuevo y va a incorporar junto con él a todos los que confiesan su nombre como salvador.
El Evangelio de este domingo es clave, pues, para comprender el reinado de Cristo como algo no basado en un poder humano: ni en el dominio, ni en el prestigio, sino como un reinado eterno, universal, donde la verdad, la santidad, la gracia y la justicia son manifestadas con toda su fuerza. Es este el reinado que le pedimos al Señor cada vez que rezamos en el padrenuestro «Venga a nosotros tu reino». Y es el mismo Cristo el que nos pastorea y nos atrae hacia Él mismo, siguiendo la estela de su antepasado el rey David y haciendo realidad lo que expresa la segunda lectura, de la carta de san Pablo a los colosenses, en el himno de acción de gracias a Dios Padre: «Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino del Hijo de su amor».



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».



Lucas 23, 35-43






lunes, 18 de noviembre de 2019

Fray Julián: “San Francisco no valora al otro por lo que es sino por lo que puede llegar a ser”



Foto: N.H.D. Marco A. Velo


El pasado viernes 15 de noviembre se celebró con notable éxito de público y de contenido la segunda charla de espiritualidad franciscana en la Capilla del Voto dirigida por nuestro Director Espiritual, Fray Julián Bartolomé Rivera, O.F.M..


jueves, 14 de noviembre de 2019

Interesantísima recomendación fílmica para el fin de semana









RENACIDOS: el Padre Pío cambió sus vidas - se estrena mañana en Jerez

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXXIII Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

La llegada del fin del mundo siempre ha causado miedo en el hombre. Para muchos se ha tratado solo de una realidad esperada para un momento tan lejano en el tiempo que apenas ha tenido influencia en el pensamiento ni en las decisiones. Sin embargo, ha habido otros que se ha detenido a pensar en este futuro acontecimiento, que, si bien no podemos determinar cuándo sucederá, sabemos que ocurrirá. Basta con observar los estudios científicos sobre la evolución del universo. En ese instante, el mundo, tal y como la conocemos, desaparecerá. Esta idea abre el pasaje evangélico de este domingo, penúltimo del año litúrgico. Se describe la belleza del templo, que representa lo establecido, lo fijo, lo perpetuo. Para el judío no existía nada más inamovible que el templo, lugar de la presencia de Dios que estaba en medio de su pueblo. Frente a esta seguridad, Jesús afirma que «no quedará piedra sobre piedra». A pesar de que se hablaba del templo como de lo más sagrado para Israel, el pueblo sabía que, si el templo desaparecía, no sería la primera vez que esto ocurriría.

Las señales del fin del mundo
No eran pocos en tiempos de Jesús y en el primer siglo de cristianismo los que pensaban que el final de los tiempos era inminente. Muchos quisieron prepararse para este momento y de ahí surge la doble pregunta a Jesús acerca del momento preciso o de las señales que acompañarían ese día final de la historia. La respuesta del Señor, sin embargo, no es una siempre evasiva, sino que trata de mostrar una gran esperanza. En efecto, cuando Jesús señala que «muchos vendrán en mi nombre diciendo “Yo soy”», el Señor no solo previene frente a los falsos profetas de calamidades o mesías de cualquier tipo que surgen en momentos de pánico y confusión, como muestra toda la historia de la humanidad. No se puede entender la advertencia del Señor como una mera advertencia contra quienes se quieren aprovechar de una situación de miedo. Cuando en la Biblia encontramos la expresión «Yo soy», se está aludiendo a Dios, al nombre de Yahvé y de Dios. Esta expresión aparece de modo preferente en el Evangelio de Juan, unida al agua (encuentro entre Jesús y la samaritana), a la luz (curación del ciego de nacimiento) o a la vida (resurrección de Lázaro). Los tres pasajes citados, que tradicionalmente han sido utilizados por la Iglesia para referirlos al Bautismo, ponen en primer plano el «Yo soy», que también oímos en el Evangelio de este domingo. Por lo tanto, el texto afirma, por una parte, que en el único que debemos poner la confianza es en Dios y en Jesucristo mismo–«yo soy»–; por otra parte, a partir de esa relación que establecemos con Cristo podremos afrontar cualquier realidad futura, por preocupante que parezca. De hecho, junto a los fenómenos espantosos y signos del cielo que el pasaje anuncia, Jesús habla de quienes comparecerán ante reyes «por causa de mi nombre». De nuevo aparece el «nombre de Dios», que es «Yo soy». De este modo, observamos cómo, a partir de algunos elementos dispersos en el pasaje, el núcleo del mismo no lo conforman los calamitosos augurios e incertidumbres sobre el futuro, sino Jesucristo, que con su presencia sostiene a quienes caminamos en la historia, con independencia de las vicisitudes históricas que cada generación vaya viviendo, conforme pasen los siglos.

Una tarea que realizar
De la confianza en Jesucristo que está presente en la historia y en la vida de su Iglesia nace el deseo de seguimiento al Señor y la continuidad en el mismo a través de la perseverancia, que es la última llamada que nos hace el Señor en el Evangelio. La incertidumbre sobre el futuro personal o colectivo no puede nunca paralizarnos ni oscurecer la esperanza de que el Señor resplandecerá, por mucho que el mal pueda aparentar una gran fuerza en el mundo presente.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo. «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el final no será enseguida».
Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».


Lucas 21, 5-19






viernes, 8 de noviembre de 2019

I Concierto de Villancicos Populares a beneficio de la Acción Social de la Hermandad para el día 19 de diciembre







La Hermandad de las Cinco Llagas ratifica a sus capataces para la Semana Santa 2020


La Junta de Oficiales de la Hermandad de las Cinco Llagas ratifica a sus capataces don Manuel Campos Sánchez y don Eduardo Torné Barro para la Semana Santa de 2020.






El próximo viernes 15 de noviembre, primera jornada de Formación de este curso dirigida por nuestro Director Espiritual






Como fue anunciado el pasado curso, y de cara a la concesión para nuestra Hermandad del título de FRANCISCANA, y dado el gran interés mostrado por el cuerpo de hermanos a través del Cabildo General, la Formación del presente curso seguirá ahondando en la espiritualidad franciscana. Por ello nuestro Director Espiritual, Fray Julián Bartolomé Rivera, O.F.M., se ha comprometido a dirigirnos unas interesantísimas charlas cuya primera sesión del presente curso tendrá lugar en este próximo viernes 15 de noviembre en la Capilla del Voto tras los Rezos semanales de las 20,30 horas.


La Junta de Señores Oficiales anima a todos los hermanos a participar de esta sesiones que sin duda cubrirán nuestras expectativas y nos servirán para conocer y vivir más plenamente la espiritualidad del Santo de Asís.

 

jueves, 7 de noviembre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXXII Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Hoy ha sido la salvación de esta casa»

Se acerca el final del año litúrgico, realidad que se refleja en la Palabra de Dios de estos días de un doble modo. En primer lugar, las escenas de la vida de Jesús se sitúan en Jerusalén y, en concreto, en el ámbito del templo, ya que estamos ante los últimos episodios que san Lucas relata de la vida pública del Señor. En segundo lugar, esta perspectiva final afecta a la temática de los pasajes evangélicos, que insisten de modo particular en plantear cuestiones vinculadas con el final de los tiempos y la consiguiente necesidad de estar preparados para ese momento. Es este el contexto en el que encontramos a Jesús dirigiéndose a los saduceos, de los cuales Lucas se limita a constatar que «dicen que no hay resurrección». Los saduceos constituían uno de los grupos religiosos en tiempos de Jesús que, junto con los fariseos, estaban ampliamente presentes en el mundo sociopolítico-religioso de Israel. Los saduceos eran conocidos por oponerse a la creencia en la resurrección de los muertos. La pregunta que nos planteamos, pues, es si este dogma era un principio incuestionable entre los judíos.

El progresivo asentamiento de la creencia en la resurrección
La afirmación de la resurrección de la carne, tal y como nosotros la confesamos en el credo, aparece tardíamente en el ámbito hebreo, en torno al siglo II antes de Cristo. Al igual que otras religiones del entorno, el judío pensaba que existía una cierta perdurabilidad de la vida más allá de la muerte, pero de un modo difuso y, sin duda, alejado de la concepción de la verdadera vida que nosotros anhelamos. A los muertos se les situaba en el sheol, el lugar de los muertos o los infiernos(lugar al que desciende el Señor tras su muerte, tal y como confesamos en el credo, y que no debe ser confundido con el infierno, en singular, como situación de tormento). Así pues, hasta un periodo tardío, la muerte era considerada una ruptura irreparable. Esta visión, no era, sin embargo, absoluta, puesto que en el Antiguo Testamento se encuentran pasajes como el salmo 15, que afirma «no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción». También el episodio de la ascensión de Elías, llevado al cielo de modo milagroso, se ubica en la línea de la esperanza de poder alcanzar una vida con Dios plena y no simplemente difusa o sombría. La primera lectura de este domingo, del segundo libro de los Macabeos, supone la consagración de esta novedosa perspectiva en una época trágica de Israel. Ante los tormentos a los que son sometidos los judíos que no estaban dispuestos a renegar de su fe, los hermanos macabeos, aunque saben que van a morir, tienen la convicción de que Dios les va a recompensar con una resurrección gloriosa. Si morían por amor a Dios, el Señor intervendría dándoles la vida eterna. Con la expresión «el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna» se plasma la confesión de fe en esta realidad.

«Para él todos están vivos»
Ante la pregunta capciosa que lanzan al Señor en el pasaje evangélico de este domingo, Jesús rebate el argumento de los saduceos señalando la naturaleza de la vida eterna: una vida donde «no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio». De este modo se muestra que estamos ante una vida plena, pero de naturaleza diferente a la actual. No es posible pensar en la vida eterna como en un retorno a la vida tal y como la conocemos. Son, por lo tanto, inútiles los intentos por tratar de explicar el modo concreto de la vida eterna, salvo saber que se trata de una vida completamente nueva junto con Dios. Además, el Evangelio afirma que para Dios todos están vivos, incluso los que para nosotros están muertos. En suma, se nos plantea el destino último de la vida, que no es la muerte, sino la vida verdadera. Esta vida divina no se recibe de la nada tras la muerte, sino que en la medida en que hemos sido incorporados a Cristo, ya la hemos recibido.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron cono mujer». Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Lucas 20, 27-38






sábado, 2 de noviembre de 2019

viernes, 1 de noviembre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXXI Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Hoy ha sido la salvación de esta casa»

El encuentro entre Jesús y Zaqueo prosigue el conjunto de relatos en los que san Lucas pone en primer plano la misericordia de Dios frente al juicio y la desesperanza de los hombres. Es llamativo el optimismo que domina la narración. Como no puede ser de otra manera, la presencia de Jesucristo siempre se asocia en las escenas evangélicas a la salvación del hombre. Por eso, la afirmación «hoy ha sido la salvación de esta casa», no es sino una concreción más de que donde aparece Jesucristo, aparece Dios-con-nosotros. Se nos presenta una palabra de aliento ante el pesimismo que con frecuencia puede invadirnos. A pesar de que no nos hallamos en esta época del año en un tiempo litúrgico que enfatice de modo especial la llamada a la conversión, confrontar nuestra vida con la persona de Cristo abre siempre la necesidad de preguntarnos si es posible dar un paso más en el seguimiento del Señor, es decir, supone una invitación a un cambio interior. Un encuentro marca, pues, la diferencia entre un inicio donde parece que Zaqueo y Jesús no se conocen, hasta una conclusión de estrecha comunión entre ambos.

Nadie queda excluido de la acción de Dios
La descripción evangélica nos lleva a Jericó, una ciudad comercial y rica en tiempos de Jesús, donde alguien que era publicano podía prosperar con facilidad. El texto de este domingo detalla que Zaqueo era jefe de publicanos. Esto significaba mucho, ya que los publicanos eran considerados pecadores públicos por un doble motivo: en primer lugar, por su falta de honestidad, puesto que se aprovechaban económicamente de los impuestos que recaudaban, repercutiendo esta injusticia siempre en los grupos más desfavorecidos e indefensos; en segundo lugar, se les consideraba colaboracionistas con el Imperio romano que, a través de los publicanos, sometía económicamente al pueblo de Israel. Con esta carta de presentación se comprende la reacción de quienes contemplan la escena y murmuran contra Jesús. A esto hay que sumar que Jesús no se limita a saludar o detenerse con Zaqueo, sino que se invita a la casa del publicano; hecho que revela qué tipo de relación se establece. Para la sociedad judía la hospitalidad era un gesto de mucho mayor calado que las invitaciones que nosotros podemos hacer en nuestros días. La propia tradición bíblica da sobrada cuenta de que compartir techo y comida denota una verdadera comunión de vida entre el anfitrión y el huésped. Por lo tanto, todos saben que Jesús está decidido a establecer un vínculo personal profundo con un pecador público.
Por otra parte, la voluntad de encuentro del Señor se manifiesta ya desde el inicio del diálogo entre Jesús y Zaqueo, por el significativo detalle de nombrar al jefe de publicanos por su nombre propio. Cuando Jesús da nombre a personajes ficticios, como el pobre Lázaro, o reales, como aquí, significa una predilección y una llamada por su parte. «Zaqueo» es, de hecho, la primera palabra que sale de los labios del Señor, sin señalar el evangelista un vínculo anterior entre ambos.
Una vez más se pone de relieve la iniciativa decidida del Señor. Así se demuestra con la frase «es necesario que hoy me quede en tu casa». Esta acción abre por completo el corazón de Zaqueo, que se apresura a bajar y recibe con afecto a Cristo. Un dato fundamental de este episodio es que a pesar de ser Jesús el que le pide al publicano quedarse con él, es el Señor quien en realidad dirige la invitación a esta hospitalidad-comunión de vida.
El encuentro entre Jesús y Zaqueo nos permite comprender, en último término, algunos dinamismos esenciales de la relación entre el hombre y Dios. El deseo interior del hombre hacia el creador, reflejado aquí por la curiosidad de quien se sube a una higuera, es utilizado por el Señor en tantas ocasiones para venir a «buscar y salvar lo que estaba perdido». Poco importa a Dios lo lejana que haya sido nuestra vida anteriormente, puesto que el acercamiento al hombre formará siempre parte esencial de su misión como Hijo de Dios.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prosa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


Lucas 19, 1-10