Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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viernes, 27 de diciembre de 2019

Jornada de la Sagrada Familia 2019






La Jornada de la Sagrada Familia viene enmarcada este año con el lema: “La Familia escuela y camino de santidad” Con este lema somos todos invitados y de forma especial las familias de nuestra diócesis, a celebrar el próximo: DOMINGO 29 DE DICIEMBRE a las 11,00 horas en la S.I. CATEDRAL, presidiendo Mons. José Mazuelos Pérez, Obispo de Asidonia-Jerez.



Los delegados de Pastoral Familiar y Defensa de la Vida de nuestra Diócesis hacen suyas las palabras escritas por nuestros obispos para esta festividad: “El horizonte del matrimonio y de la familia es la totalidad del amor de Cristo, y por eso se puede decir que el matrimonio y la familia están llamados en Cristo a la santidad. El rico magisterio familiar se ha referido en muchas ocasiones a esta cuestión. El papa Francisco ha querido volver a presentar este horizonte de la santidad como meta de nuestras vidas en su exhortación Gaudete et exsultate (GE). En ella recuerda, con fuerza y entusiasmo, en la misma estela de la llamada a la Misión de su primera encíclica Evangelii gaudium, que todos estamos llamados a la Santidad y que esta santidad es, en verdad, el nombre de nuestra misión. (GE, n. 19; cf. Amoris laetitia, n. 121).” (mensaje de los obispos de la subcomisión de familia y vida, Jornada Sagrada Familia 2019).


jueves, 26 de diciembre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA


Festividad de la Sagrada Familia (ciclo A)
«Tomó al niño y a su madre»

León XIII estableció la fiesta de la Sagrada Familia para ofrecer al mundo un modelo evangélico de vida. Puesto que nuestros días no transcurren de modo abstracto, sino en un ambiente en el que estamos rodeados de personas, amigos o compañeros de trabajo, los cristianos necesitamos ver la posibilidad de responder a la llamada de Dios también en los ámbitos más cotidianos de nuestra existencia. El más significativo de ellos es, sin duda, el núcleo familiar. Son varios los elementos que descubrimos durante estos días al contemplar el misterio del nacimiento del Redentor. Tanto la Palabra de Dios como los belenes nos permiten ver a Jesús rodeado del cariño de María, su madre, y de José. Las circunstancias que rodearon este nacimiento no son meramente accidentales, sino que también muestran y anticipan el modo de vida y el destino que tendrá este niño. El pesebre y el establo nos indican la pobreza con la que viene al mundo el niño, vaticinando ya una existencia puesta por completo en las manos de su Padre Dios.

La huida a Egipto
El Evangelio de este domingo se detiene en un episodio significativo y conocido por todos desde pequeños: la maldad de Herodes, que busca a Jesús para matarlo, y la consiguiente huida de la Sagrada Familia hasta que muere Herodes el Grande. No podemos, sin embargo, pasar por alto algunos detalles del pasaje. El primero de ellos es que, una vez más, el Evangelio nos aporta algunas coordenadas geográficas y temporales útiles para encuadrar a Jesús en la historia concreta de Israel. Las referencias a Herodes el Grande o a Arquelao han servido para determinar con exactitud el momento del nacimiento de Jesús; y la referencia a Belén, Nazaret y Egipto ubicarán a Jesús en un lugar preciso. De este modo, el Evangelio acentúa la realidad histórica de un acontecimiento que realmente se dio, frente a quienes dudaban en el momento de redacción de los Evangelios de un real nacimiento del Hijo de Dios según la carne. Un segundo detalle se refiere al exilio en Egipto. Puesto que el Evangelio según San Mateo fue escrito fundamentalmente para los cristianos procedentes del judaísmo, el evangelista insistirá en mostrar a Jesús como quien cumple en su persona las profecías del Antiguo Testamento. Los hechos de volver de Egipto o de ser llamado nazareno habían sido anunciados siglos antes de su realización. En relación con este dato, es típico de Mateo querer explicar, a modo de catequesis, la identidad, misión y repercusión de la venida del Señor para los hombres. No son necesarios demasiados argumentos para comprobar que se pretende aquí poner en paralelo a Jesús con Moisés: un niño salvado de la muerte, la muerte de muchos inocentes y la salvación de Israel a través de su persona son algunos de los elementos que situarán a Jesús como un nuevo Moisés.

El modelo de la Sagrada Familia
En la familia de Nazaret hallamos ante todo a una familia unida, cuya fuerza nace de la docilidad al cumplimiento de la voluntad de Dios. Los relatos de la infancia insisten en esta obediencia de Jesús, cuya vida fue no realizar sus deseos, sino los de su Padre; de María, cuyo sí fue determinante en el momento de la Encarnación del Señor; de José, que no dudó ni en aceptar a María como su esposa, al conocer que esperaba un niño, ni en huir con Jesús y María a Egipto para luego regresar. Esta aceptación de la voluntad divina sitúa a la Sagrada Familia como el ejemplo máximo de apertura y escucha a la Palabra de Dios en unas circunstancias especialmente adversas. La Sagrada Familia aparece, pues, como una referencia clave para los momentos en que afrontamos dificultades de cualquier tipo. El modo de hacer frente a los sufrimientos no ha de ser otro que la unidad, que se manifiesta en el profundo amor y entrega mutuo, y el sometimiento a la voluntad de Dios, que nos garantiza la realización plena de nuestra propia vocación.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

Mateo  2, 13-15.19-23








sábado, 21 de diciembre de 2019

Felicitación Navideña






El próximo sábado 28 de diciembre recibimos en la Capilla del Voto la visita del Cartero Real







El próximo sábado 28 de los corrientes desde las 11,00 a las 14,00 horas, el Cartero Real visitará nuestra Capilla del Voto de la Iglesia Conventual de San Francisco y todos los pequeños que lo deseen podrán hacerles llegar sus cartas, que serán entregadas en mano a sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Aquellos niños que deseen escribir su carta in situ también podrán hacerlo, como si prefieren traerlas escritas desde su domicilio.

La Diputación de Caridad anima a todos a participar en este  entrañable acto, así como a colaborar en la Campaña de Navidad que se prolongará hasta el día 3 de enero.  


Cambio de atuendo de María Santísima de la Esperanza

Fotos: D. Jesús Tamayo y N.H.Dª María Ruiz-Henestrosa








CARTA APOSTÓLICA Admirabile signum



CARTA APOSTÓLICA

Admirabile signum

DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL BELÉN

 

1. El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él.

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada.

2. El origen del pesebre encuentra confirmación ante todo en algunos detalles evangélicos del nacimiento de Jesús en Belén. El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; palabra que procede del latín:praesepium.

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.

Pero volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos. Nos trasladamos con la mente a Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén. Y es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre.

Las Fuentes Franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»[1]. Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes[2].

Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio.

El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría»[3].

3. San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca estos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio para el alma que se esconde en la roca para dejarse envolver en el silencio.

¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado.

La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales.

De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).

4. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).

Merecen también alguna mención los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia. Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original.

5. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.

«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre.

6. Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros.

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado.

Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina.

7. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).

Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.

8. El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos.

El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas.

«La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas. Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida.

9. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura.

Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.

Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes.

10. Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición.

Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.

Dado en Greccio, en el Santuario del Pesebre, 1 de diciembre de 2019.

 

Francisco

 


 

[1] Tomás de Celano, Vida Primera, 84: Fuentes franciscanas (FF), n. 468.

[2] Cf. ibíd., 85: FF, n. 469.

[3] Ibíd., 86: FF, n. 470.


viernes, 20 de diciembre de 2019

Galería gráfica del I Concierto de Villancicos Populares

Fotos: N.H.D. Ernesto Romero













Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Domingo IV de Adviento (ciclo A)
«Para que se cumpliese lo que había dicho el Señor»

En el tiempo de Adviento tiene particular importancia la lectura de las profecías del Antiguo Testamento, en las que de modo especial el profeta Isaías nos va presentando gradualmente detalles sobre los futuros tiempos mesiánicos. Algunas de sus profecías se verán cumplidas cuando el Señor venga en poder y gloria al final de los tiempos, pero otras ya han sido realizadas. Es el caso de la primera lectura que escuchamos este domingo. Isaías anuncia el gran signo de la Virgen encinta que dará a luz un hijo. Sin duda, el período de Adviento, unido al de Navidad, está repleto de promesas del Antiguo Testamento que la Iglesia ha visto siempre realizadas en Cristo. Pero además, debido a que Mateo dirige su Evangelio principalmente a los cristianos provenientes del judaísmo, son más frecuentes este año las citas o alusiones escriturísticas a Jesús, en quien ahora se ve llevada a término la antigua alianza. La relevancia de este cumplimiento es fundamental para comprender la vida de Jesucristo como el punto culminante de la revelación de Dios y la verdadera llegada de la salvación a los hombres.

La centralidad de Jesucristo
Aunque el relato que este próximo domingo escuchamos aborda la función de José con relación a Jesús y a María, el personaje principal es el mismo Jesús. De hecho, el principio del texto describe «la generación de Jesucristo», y el final muestra que esto se llevó felizmente a término. Merece la pena, no obstante, detenernos algo en el papel desempeñado por José en este acontecimiento. Podemos hacernos cargo, en primer lugar, del desconcierto que debió de experimentar José al ver que la persona con la que se había desposado esperaba un niño, sin haber vivido juntos todavía, pues el matrimonio judío tenía varias fases y no había comenzado todavía la convivencia. El Evangelio es parco en detalles o emociones sobre san José. Poco se nos dice de él, pero suficiente para saber que «era justo y no quería difamarla [a María]». El adjetivo «justo» era aplicado ordinariamente a quien cumplía la ley de Moisés. Según esa ley, María debía haber sido denunciada por adúltera, lo cual conllevaba la pena de muerte por lapidación, como conocemos, entre otros textos, por el encuentro entre Jesús y la mujer adúltera. Pero la decisión de José de repudiarla en privado nos pone ante una ley que muestra una justicia unida a la compasión y no incompatible con ella. Con todo, no será el desconcierto el aspecto que prevalecerá en la actuación de José, sino el cumplimiento de una misión. En la aparición en sueños del ángel, esquema literario presente en otros lugares de la Biblia para expresar la vocación de algún personaje importante, José conocerá la gran misión que ha de cumplir: ponerle al niño el nombre de Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Naturalmente, para ello deberá acoger a María como parte de ese mandato divino. La respuesta de José a esta propuesta de Dios no pudo darse sin una confianza total en ese Dios que salva y sin una completa disponibilidad a cumplir su voluntad. La renuncia de José a cumplir los planes inicialmente pensados sobre su vida ha sido a menudo puesta en paralelo con el sacrificio de Abrahán, antepasado suyo, que se mostró dispuesto a renunciar a lo más precioso para él con tal de cumplir la voluntad de Dios, de quien se fiaba plenamente.

«Le pondrán por nombre Enmanuel»
El nacimiento del Salvador será interpretado como la llegada del Dios-con-nosotros, la cercanía de Dios con la humanidad. Se trata de un Dios que es, que está, que salva. En esta obra han intervenido dos personas de modo singular: María, acogiendo en su seno a Jesús; y José, buscando y siguiendo la voluntad de Dios. María y José no hacen sino colaborar en la acción del Espíritu Santo, que, como refleja este pasaje, ha hecho posible la Encarnación del Hijo de Dios. La respuesta de María y José supone para nosotros también una llamada a acoger las inspiraciones interiores de Dios que nos llama siempre a vivir en una mayor comunión con Él y con nuestros hermanos.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.



Mateo  1, 18-24






jueves, 19 de diciembre de 2019

Cristo y Cinco Llagas hacen pública su intención de hermanamiento





En el transcurso de la Solemne Función de la Virgen de la Esperanza se comunicó por ambas Hermandades esta declaración de intenciones con la rúbrica conjunta de una patente cuyo contenido literal reproducimos:


PATENTE
COMPROMISO DE HERMANAMIENTO

La Pontificia y Real Archicofradía del Santísimo Cristo de la Expiración, María Santísima del Valle Coronada, San Juan Evangelista y San Pedro González Telmo, junto a la Hermandad y Cofradía de Nazarenos de las Sagradas Cinco Llagas de Cristo, Nuestro Padre Jesús de la Vía-Crucis y María Santísima de la Esperanza de la ciudad de Jerez, previo acuerdo entre ambas entidades Eclesiales, quieren postrarse en el día de hoy con este acto que vamos a vivir, a los pies de la Madre y Señora de todo lo creado, recurriendo a su Maternal protección en las advocaciones del Valle y la Esperanza.
Manifestando y afirmando, como ya lo hizo el Papa Pío XII en su encíclica “Ad Coeli Rginam”, que la Realeza y la existencia de la Virgen María se compenetran. Nunca fuera de Jesús tuvo el Verbo un alcance tan verdadero y tan sustantivo. Su Realeza, al igual que su Maternidad, no es en Ella un accidente, pues fue toda su razón de ser. Predestinándola el Cielo desde los albores de la Eternidad, para ser Reina, Madre y Señora de Misericordia.

Reconociendo la Hermandad de la Nuestro Padre Jesús de la Vía-Crucis y María Santísima de la Esperanza, como así mismo la Hermandad del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Madre del Valle, que la Realeza de María estriba en su Maternidad Divina, pues Dios quiso hacerse carne en el seno de una mujer Bendita entre todas las mujeres, asociando esta Realeza desde el momento de su Divina Maternidad a su acción Corredentora. Este hecho anuncia a la Virgen como Madre y Señora de la máxima Dignidad, Alteza y Misión Reales.

Por tanto, en el día de hoy, que desde tiempo inmemorial los católicos en España celebran la Fiesta más solemne con la que se aclama a la Virgen María, y que desde el principio de los tiempos cristianos, ya celebraban la misma como la única Festividad Mariana en el año, siendo ésta la Festividad de Santa María. Reconocemos como ya hicieron en el Concilio X de Toledo los Santos, San Eugenio, San Fructuoso de Braga y San Ildefonso, que esta Festividad se asocia directamente con la Maternidad Divina de María, celebrándose en el octavo día antes de la Navidad del Señor, quedando como día celebérrimo y preclaro en honor a Su Santísima Madre, la advocación de la Esperanza.

Por tanto, siendo documentado por la Tradición y la Sagrada Liturgia, que la Realeza de María se apoya en su Divina Maternidad, apareciendo entrelazadas la Realeza del Hijo y de la Madre en esta Sagrada Escritura, como así mismo en la tradición viva de la Iglesia, reconocemos y apoyamos públicamente lo que Su Santidad el Papa Pío XII aseveró en el año del Señor de 1954, afirmando que el mensaje del Arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina. Y así como Cristo por la Redención es nuestro Señor y nuestro Rey, así mismo también la Bienaventurada Virgen es nuestra Señora y nuestra Reina, al ser Madre de Cristo Dios, estando asociada a la Obra del Divino Redentor y participando en la dignidad Real de Aquél.

Y como prueba de reconocimiento a la Realeza de María y Su Maternidad Divina, nuestras dos entidades Religiosas, quieren hacer patente mediante este documento en este acto público, la renovación de nuestro vasallaje espiritual a la Madre y Señora, con fervor y piedad entrañables.

Del mismo modo nos ponemos a los pies de nuestras dos advocaciones Marianas para que nos guíen por el difícil trance de la vida terrena, venerándolas en este acto filialmente, haciendo público en este día nuestro compromiso de Hermandad, Amistad, Agradecimiento y Afinidad institucional, que procederemos a elevar a la Autoridad Eclesiástica para darle la oficialidad correspondiente y necesaria, obteniendo de esta forma eficacia jurídica.

En fe de lo cual y para debida constancia, se extiende esta patente con el Vª Bª de los dos Hermanos Mayores, en la Ciudad de Jerez de la Frontera a los Dieciocho días del mes de Diciembre del Año del Señor de 2019, Festividad de la Esperanza.

                                         
                                              El Secretario                    El Secretario

                                            
                                               Fco. Antonio Espinar Orcha      Ernesto Romero del Castillo

Vº Bº                                                                                                      Vª Bª
El Hermano Mayor                                                                                  El Hermano Mayor
                                                       

José Manuel García Cordero                                                                                                   Rafael Cordero Jaén





Fotos: N.H.D. Marco Aº Velo y N.H.D. Mariano Sánchez








miércoles, 18 de diciembre de 2019

Destacados del P. Alejandro Holgado en el tercer día del Triduo a Mª Stma. de la Esperanza


Foto: N.H.D. Ernesto Romero


La esperanza cristiana es la que nos levanta. La que. Va haciendo que el amor avance. En este Triduo hay mucho que pedir, mucho que ofrecer…Hemos venido a esperar por los que no quieren esperar.

La tentación nos viene a decir "mejor sin Dios", que es el susurro de toda tentación. Es la tentación de nuestro mundo que nos va envolviendo como un tsunami.

La noche siempre amanece. El día siempre prevalece en la vida de un bautizado si se mantiene en la esperanza.

José no engendró a Jesús, pero lo quiso más que si lo hubiera engendrado.

Le llamaba Juan Pablo II Custodio del Redentor. Qué buen colaborador. Cuando descubre que el que está liando algo gordo con su esposa es Dios, da un paso atrás. Pero en seguida el ángel le pide su colaboración y accede.

Hay tensión escatológica de cada instante: La Trinidad Santa quiere vivir en tí.

Dios no puede lucirse más en nuestra vida porque le hemos cerrado el paso. Pues hoy contemplamos en San José cómo se descalza y cómo colabora.

En María Santísima de la Esperanza resplandece la verdad.

La esperanza no conoce topes. Es el arma que puede vencer siempre al mundo, al demonio y a la carne.

 


martes, 17 de diciembre de 2019

Destacados del P. Alejandro Holgado en el segundo día del Triduo a Mª Stma. de la Esperanza



Foto: N.H.D. Ernesto Romero


En este segundo día, sabemos que toda noche amanece. Esa es nuestra Esperanza.

En mitad de la gratuidad, se yergue la Esperanza cristiana, que se apoya en el Señor y se apoya en María.

La esperanza cristiana es para llegar a conformar toda nuestra vida en Cristo; ella vive para darnos su luz como miembros de Cristo.

Cuántas veces hemos de reconocer que hemos intentado "puentear" para hacer una vida cristiana light.

Cristo nos promete que la esperanza no defrauda porque nos llevará a una identificación con Él. La esperanza no defrauda.

San Juan de la Cruz dedica todo un tercio de su Subida al monte Carmelo a hablarnos de la Esperanza.

San Bernardo nos dice que lo que más nos cuesta entender de Dios es que nos llena sólo de amor. necesitamos experiencia en oración para aprender de la absolutez de Dios.

La esperanza es como dejar al Señor llevar el coche de nuestra vida. Se empieza llevándole a Él, pero en cuanto vamos madurando hay que dejarle al Señor el volante de nuestra vida. Y la Virgen conoce el gps de Cristo.

¿Qué madre entrega a su hijo a sus enemigos para que éstos hereden su gloria? Sólo la Santísima Virgen.

 

lunes, 16 de diciembre de 2019

Destacados del P. Alejandro Holgado en el primer día del Triduo a Mª Stma. de la Esperanza



Foto: N.H.D. Ernesto Romero


Al entrar en la iglesia conventual de San Francisco parece que se detiene el tiempo.

María nos enseña al final del Adviento a esperar contra toda Esperanza.

“¿Hay alguna verdad más dulce que la esperanza?” dice una canción de la película Los chicos del coro. La esperanza es la que, poniéndote la verdad como punto sólido de apoyo, te garantiza la dulzura.

La esperanza es la raíz de la alegría. Los niños, con la ilusión de los Reyes Magos viven de la esperanza.

Esta es la verdad: que te conozcan a Ti, Padre, y a tu enviado Jeducristo.

La esperanza es la que nos califica como cristianos. La esperanza es la que nos levanta de nuestras caídas y nos pone en el camino de la Redención.

Nuestros deseos a veces esconden nuestro único gran deseo. Y la virtud de la esperanza lucha contra las falsas esperanzas. San Agustín: “Peor que la desesperanza es la falsa esperanza”. Es decir, una esperanza sin fundamento. No está en la mano de los novios contrayentes ratificar la promesa de fidelidad. Se necesita el apoyo en Dios.

Porque una esperanza sin fundamento es una vergüenza.

El Papa Francisco dice que la esperanza es un ave que no deja de batir las alas. La esperanza es tuya: es tu batalla personal. El que espera ora et labora.

La esperanza nos tiene que poner en pie el testimonio de esta alegría que nos viene de Cristo.




jueves, 12 de diciembre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Domingo III de Adviento (ciclo A)
«Lo que estáis viendo y oyendo»

Con las palabras Gaudete in Domino (Alegraos en el Señor), ha comenzado tradicionalmente la celebración eucarística del tercer domingo de Adviento. Se trata de un canto cuyo texto pertenece a la carta de san Pablo a los filipenses y que da nombre a este domingo. El gozo de este tiempo de espera en el Señor se condensa en este día, en el que las oraciones y las lecturas también expresan con alegría que la salvación de Dios llega. En el Evangelio aparece en primer plano Juan Bautista, que tiene interés por conocer si Jesús es realmente el Mesías: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». La pregunta de Juan se encuadra en una serie de pasajes en los que se plantea la cuestión de la identidad del Señor. En este caso es Juan el que manda a sus discípulos a preguntarle a Jesús, pero en otros pasajes es el mismo Jesús el que interroga a sus discípulos sobre su persona.

La salvación ha llegado
La respuesta del Señor alude de modo inmediato a la novedad traída por su persona. Si siglos antes el profeta Isaías había predicho el final del destierro en Babilonia con el ambiente de alegría que refleja la primera lectura de este domingo, ahora Jesús solo pide mirar alrededor para constatar que la acción de Dios ha llegado de modo definitivo y radical. Si el profeta Isaías acude a imágenes poéticas, estableciendo un paralelismo entre la alegría del campo en primavera y la novedad de la salvación, la respuesta del Señor se centra sobre todo en lo que afecta a los hombres. Y antes de enumerar cuáles son las obras de salvación, hace referencia a «lo que estáis viendo y oyendo». El Señor es directo en su afirmación y no idealiza un futuro más o menos remoto, sino que quiere que fijemos la mirada en la acción real de Dios en la historia. En realidad, el Señor acude al mismo modo en el que el pueblo de Israel había sido consciente de la presencia de Dios en su historia: reconocían a Dios porque eran salvados de sus enemigos, fueran estos el faraón o los babilonios; y esto solo podía ser obra de un Dios mayor que los dioses extranjeros. La llegada de la salvación produce, por lo tanto, una transformación en el hombre: «los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen», son algunas de las novedades realizadas por el Señor, de las cuales todos eran testigos y suponían el cumplimiento de la profecía anunciada en la primera lectura.

Una salvación no deslumbrante
El Evangelio de este domingo constata que con el comienzo del ministerio público del Señor ha comenzado la salvación, pero también que esa salvación se hace desde lo pequeño y humilde. La frase «los pobres son evangelizados» refleja que a ellos se dirige especialmente la buena noticia del Señor, que es un mensaje de esperanza para las personas más alejadas de la alegría, ya que no esperan nada de la vida. Lo pobre aparecerá siempre en el Evangelio, tanto para referirse a las personas más humildes como a lo pequeño, lo insignificante, lo oculto, que será lo que tantas veces dé los mayores frutos para el Señor: el grano de mostaza; el grano que cae en tierra y muere; la sal, que no se ve, pero da sabor; la levadura en la masa. Muchos en tiempos de Jesús pensaban que el Mesías llegaría al son de trompetas, como si se tratara de un héroe victorioso. Sin embargo, la venida del Señor va a traer consigo la bondad, la misericordia y el amor de Dios hacia los más pequeños. Esto es algo que podía decepcionar a quienes esperaban un Mesías destinado a imponerse sin más espera. Y esta es la otra gran enseñanza de este tiempo: la espera del Señor exige paciencia. El que no se escandaliza del Señor es el que sabe aguardar y comprende que a menudo nuestros tiempos no son los de Dios y confía todo a los momentos y ritmos que la salvación de Dios va marcando en la historia de cada uno y de toda la sociedad.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».



Mateo  11, 2-11