Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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domingo, 27 de octubre de 2019

Atención hermano: el arreglo del manto, prioridad oficial





Hermano: el reforzamiento del manto de María Santísima de la Esperanza es el proyecto oficial autorizado sobre el que la Junta de Gobierno solicita la voluntaria donación económica de los hermanos de la Hermandad. Se trata de una máxima prioridad aprobada además por unanimidad en el Cabildo General de hermanos.

¡Colabora con la conservación del patrimonio!


Aprobados por unanimidad en el Cabildo General Ordinario del pasado viernes 25 tanto los proyectos como los presupuestos para el presente curso 2019-2020





Así de espectacular luce Nuestra Amantísima Titular de negro

Fotos: don Jesús Tamayo








jueves, 24 de octubre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXX Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«El que se enaltece será humillado»

La página evangélica de este domingo profundiza en la importancia de la oración del discípulo de Jesucristo. Esta vez no se enfatiza tanto la necesidad en sí del hecho de orar. Tampoco se pone el foco de atención en la persona de Jesús como modelo y maestro de oración. Más bien, se sitúan en el primer plano las condiciones que se requieren a la hora de establecer un verdadero diálogo con Dios: la humildad, la petición de perdón y la confianza en el Señor. Al mismo tiempo, se presentan como contrarias a la religiosidad y a la experiencia de fe auténticas la soberbia y la exclusiva confianza en uno mismo.

El poder de la oración humilde
Como preparación del Evangelio, la primera lectura, del libro del Eclesiástico, recuerda que el Señor escucha la oración del oprimido. En continuidad con la Palabra de Dios del domingo anterior, se coloca como modelo de persona indefensa al huérfano y a la viuda, cuya plegaria «sube hasta las nubes […] atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino». Se destaca, pues, el valor de la una oración realizada desde la aflicción y necesidad verdadera. La prolongación y respuesta a este texto encaja bien con el canto del salmo: «El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó». En este responsorio se presenta la súplica como un grito dirigido al Padre, cuya cercanía con los atribulados es reconocida. Él escucha esa súplica de modo inmediato y nunca permanece inoperante.

«No se atrevía ni a levantar los ojos al cielo»
La parábola evangélica nos presenta, en primer lugar, el ejemplo contrario: quienes «se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás». La narración que sigue aporta algunos detalles que confirman la autosuficiencia del fariseo. Aunque aparenta acción de gracias a Dios, no tiene nada que agradecer. Su oración consiste solo en un repliegue sobre sí mismo y en un insulto a sus hermanos, a los que llama ladrones, injustos y adúlteros. Por el contrario, al escuchar la descripción sobre el publicano retomamos inmediatamente las imágenes presentadas en el Antiguo Testamento acerca de la oración del indefenso. Hasta de modo físico se percibe claramente la actitud de humildad sincera y de petición de perdón del publicano. Mientras el fariseo oraba erguido y en una posición visible, el publicano no se atreve a levantar los ojos al cielo, se queda atrás y se golpea el pecho pidiendo compasión.

El reconocimiento de nuestra propia situación
La explicación que san Lucas realiza de la parábola del Señor provoca en el lector una inmediata toma de posición, generando una apreciable antipatía frente al fariseo. Sin embargo, no podemos pasar por alto que si la actitud del fariseo es despreciable, no lo es únicamente porque se crea superior al resto de personas y las juzgue. Lo penoso de quienes comparten la actitud del fariseo es que viven en un engaño: el de pensar que toda su vida, incluyendo sus prácticas religiosas, depende exclusivamente de sus facultades. Quien así se posiciona, elimina en la práctica a Dios de su vida, considerándose a sí mismo como su único Dios y Señor. La consecuencia de esta visión será la completa ausencia de culpa ante sus acciones. Y a quien cree que nada hace mal, tampoco nada le puede ser perdonado. Por suerte, el Evangelio personifica en el publicano la verdadera religiosidad con nitidez. Su oración no es complicada; únicamente una breve petición: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador». Aun así, o precisamente por esto, este bajó a su casa justificado. Es perdonado solo quien reconoce su culpa. Su petición de perdón es el reflejo de su honda fe y de cómo está dispuesto a dejar entrar a Dios en su vida. Por eso, nunca debemos temer acercarnos a Dios con la actitud del publicano, porque seremos justificados. De lo contrario, es imposible establecer un diálogo y una relación con Dios, puesto que todo comienza y termina en nosotros mismos.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».


Lucas 18, 9-14





jueves, 17 de octubre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXIX Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
La insistencia en la oración

Cada vez que leemos un pasaje del Evangelio, la narración tiende a centrarse directamente en la enseñanza o en los hechos concretos de la vida del Señor. Con frecuencia, al final de texto se saca una consecuencia, no pocas veces explicitada en una frase clara y concisa, que, a modo de conclusión, cierra el relato. El pasaje que ocupa nuestra atención altera este orden. No se espera al desenlace para sacar una consecuencia, sino que Lucas quiere fijar desde el principio el objetivo de la parábola del Señor: «Enseñarles que es necesario orar siempre». Además, el texto no se cierra con una sentencia llamativa, sino con una pregunta: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». A juzgar por estos detalles, la necesidad de la oración ocupa un puesto central en la doctrina del Señor; y san Lucas lo incorpora en sus narraciones hasta tal punto que es el evangelista que más veces presenta a Jesús en oración o en un diálogo con sus discípulos donde la necesidad de rezar figura entre las características imprescindibles del seguimiento a su persona.

El contraste entre la viuda y el juez
En continuidad con la nitidez con la que se expresa el Señor en sus enseñanzas, Jesús escoge dos actores para su parábola sobre la necesidad de la oración insistente. Por una parte, un juez que «ni temía a Dios ni le importaban los hombres». Se desprende, según señala la parábola más abajo, que no actuaba ordinariamente con justicia en sus sentencias. Por otra parte, encontramos a una viuda. No se detalla la situación de la viuda, porque era evidente. La Sagrada Escritura se detiene de modo particular en dos tipos de personas, el huérfano y la viuda, para ponerlos como ejemplo de personas sin medios y, sobre todo, indefensas. Al haber perdido al padre de familia, que los protegía jurídica y económicamente, vivían en el abandono más absoluto. Como vemos, pues, el Señor elige para su narración a dos personajes extremos. Escoge el caso del juez más corrupto que pueda existir, frente a la persona más desamparada sobre la faz de la tierra. A partir de aquí, el razonamiento es sencillo: si hasta el juez sin escrúpulos oye a quien nada importa en la sociedad, cuánto más Dios nos atenderá a nosotros, que somos sus hijos. Así pues, quienes escuchan a Jesús son animados a vivir con plena confianza en el Señor.

Contar con Dios para nuestra salvación
Puesto que la proclamación evangélica se centra en la relevancia de la oración para el cristiano, tanto la primera lectura como el salmo responsorial refuerzan temáticamente esta insistencia. La primera lectura presenta a Moisés como modelo de oración de intercesión, levantando las manos y anticipando con ese gesto orante tanto la intercesión sacerdotal de Jesucristo con las manos en alto en la cruz, como la plegaria incesante de la Iglesia a lo largo de los siglos. En aras de remarcar la necesidad de contar con la ayuda de Dios para la salvación del pueblo, se subraya un gesto que según se lee puede resultar hasta mágico, puesto que incluso a Moisés le sostenían los brazos, ya que si sus manos bajaban, la protección de Dios desaparecía. Por exagerado que parezca este relato, a menudo, nuestra sociedad vive en el extremo contrario, sin parecernos esto pintoresco: vivir como si todo dependiera de nuestras propias capacidades y logros meramente humanos. En definitiva, vivir sin Dios; no pensar que «nuestro auxilio es el nombre del Señor», como canta el salmo responsorial. El Evangelio nos asegura, por el contrario, que nuestra oración siempre será eficaz, a pesar de que la acción de Dios no es inmediata. El Señor no actúa de modo automático, como el que distribuye cosas, sino que nos invita siempre a reforzar la relación personal con Él. Solo así la oración nacerá de una verdadera fe, sin el riesgo de considerar a Dios como alguien de quien me puedo servir de manera utilitaria, pero del que prescindo cuando pienso que puedo obtener todo sin su asistencia.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios, ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».


Lucas 18, 1-8




viernes, 11 de octubre de 2019

Misiva para todos los hermanos



Hermandad y Cofradía de Nazarenos de las Sagradas Cinco Llagas de Cristo, Nuestro Padre Jesús de la Vía-Crucis y María Santísima de la Esperanza
Establecida canónicamente en el Real Convento de San Francisco
Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera
Sala Capitular: C/ Diego Fernández Herrera 6 y 8, 11401 - Jerez de la Fra.
Blog oficial: http://cincollagasjerez.blogspot.com
Correo electrónico: cincollagasjerez@gmail.com



Estimado hermano en el Señor: Pax et Bonum.

Mediante la presente misiva tenemos a bien participarle que, en virtud de lo tipificado en la Normativa Diocesana de Hermandades y Cofradías esta señera corporación nazarena convoca para el próximo viernes 25 de octubre a las 21,00 horas en primera convocatoria y media hora después en  segunda, y en su Sala Capitular Cabildo General Ordinario de Apertura de Curso con arreglo al siguiente: 

ORDEN DEL DÍA

1.- Invocación al Espíritu Santo.
2.- Lectura del borrador del acta del Cabildo General Ordinario anteriormente celebrado y su aprobación si procediese.
3.- Proyecto de actividades del Curso 2019-2020.
4.- Presupuesto Económico del Curso 2019-2020.
5.- Ruegos y preguntas.
6.- Padrenuestro por nuestros cofrades difuntos. 


Lo que tenemos el inigualable honor de comunicarle para su conocimiento y  asistencia al mismo, rogándole la máxima puntualidad posible.  

Sin otro particular, reciba un fortísimo abrazo en Nuestro Señor Jesucristo.  




VºBº Rafael Cordero Jaén                      Fdo.: Ernesto Romero del Castillo
 Hermano Mayor                                             Secretario  

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera, a ocho días del mes de octubre del año de Gracia del Señor de 2019.  


jueves, 10 de octubre de 2019

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXVIII Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
Ser agradecidos

No es la primera vez que el Evangelio trata de considerar a los samaritanos como personas que, a pesar de ser extranjeras y no ser especialmente religiosas, están abiertas a la salvación. La parábola del buen samaritano o el diálogo entre Jesús y la samaritana presentan a los habitantes de esta región desconocida y fría como el ejemplo de apertura sincera a la acción de Dios. En el polo opuesto suelen situarse los que, por tradición y costumbres, son fervorosos observantes de la ley de Dios, cuyo modelo son, sin duda, los fariseos. Podría parecer este un esquema demasiado simple para reflejar la relación entre el hombre y Dios. Sin embargo, aunque no es posible siempre clasificar a las personas en dos grupos, es decir, por un lado los que aparentan religiosidad y no son religiosos, y, por otro, quienes aparentan indiferencia, pero reconocen mejor la presencia de Dios en su vida, este paradigma sigue siendo válido hoy en día, como sucede con las enseñanzas del Señor. Con todo, el foco de la escena evangélica no se centra en clasificar y dividir en tipos a las personas, sino en la necesidad de ser agradecidos (y el peligro de no serlo), y en la capacidad transformadora de Dios en la vida del hombre.

«Los otros nueve, ¿dónde están?»
No hay nada tan natural como dar las gracias cuando hemos recibido algo de alguien. Esta realidad, que es comprensible desde el punto de vista humano, para el creyente se convierte en un reconocimiento de la acción de Dios en nuestra vida. Con frecuencia podemos olvidar cuanto hemos recibido: un sinfín de dones que nosotros no nos hemos dado y deberíamos agradecer constantemente (la vida, la familia, la compañía, el hogar, la fe, etc.) y que solo determinadas circunstancias, especialmente la pérdida de alguno de estos elementos, nos hacen caer en la cuenta. Por el contrario, el disfrutar de determinados bienes nos puede llevar a perder la capacidad de asombro y reconocimiento ante ello. Esto es lo que sucede probablemente a los nueve leprosos que no se vuelven a dar gracias a quien los ha curado. El que «se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias» era un samaritano. Hay que imaginarse la sorpresa de quienes asistieron a la escena al ver la religiosa y exultante reacción de alguien que pertenece a un pueblo no religioso.

La salvación integral
La necesidad de ser agradecidos por aquellos dones que hemos recibido no puede hacernos olvidar los efectos de la acción de Dios en los diez leprosos de la escena de este domingo. Más allá de una salud corporal se lleva a cabo una salvación en el interior de la persona, de mucha mayor profundidad que la liberación de la enfermedad del cuerpo. La primera lectura nos ofrece un paralelo que, como suele ser habitual, prepara la escena evangélica. Naamán el sirio, extranjero, cumple las órdenes del profeta Eliseo y queda limpio de la lepra. Aparte del cambio físico que la acción de Dios comporta, su curación le lleva a reconocer al Dios de Israel como único. Esto a su vez implica que «no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses». Es decir, cree y da culto (celebra) lo que cree. El paradigma fe-celebración se repetirá con el leproso samaritano sanado: su recuperada salud lleva consigo un reconocimiento a Dios a través de Jesucristo. Ello lo dirige a alabar a Dios, a postrarse ante Jesús y a darle gracias. No es difícil, por tanto, aquí percatarse del proceso de salvación que Dios obra en estas personas y de cómo la fe y la celebración brotan de la acción de Dios. Así pues, cuando nosotros celebramos la Eucaristía estamos dando gracias a Dios por todos los dones que de él hemos recibido. La acción ritual que celebramos el domingo nace de la necesidad de reconocernos salvados por el Señor y darle gracias por ello. En caso contrario corremos el riesgo de ser como los nueve leprosos restantes a quienes, aun reconociendo la teórica existencia de Dios, su acción les resulta indiferente en la vida.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».


Lucas 17, 11-19





viernes, 4 de octubre de 2019

Recomendación libresca: Nuevo libro del Cardenal Sarah, ´Se hace tarde y anochece`




Fuente: Blog Balmes recomienda


 «En la raíz de la quiebra de Occidente hay una crisis cultural e identitaria. Occidente ya no sabe quién es, porque ya no sabe ni quiere saber qué lo ha configurado, qué lo ha constituido tal y como ha sido y tal y como es. Hoy muchos países ignoran su historia. Esta autoasfixia conduce de forma natural a una decadencia que abre el camino a nuevas civilizaciones bárbaras».


Esta afirmación del cardenal Robert Sarah resume el propósito del tercer libro de entrevistas con Nicolas Diat la profunda crisis espiritual, moral y política del mundo contemporáneo: crisis de la fe y de la Iglesia, declive de Occidente, traición de sus élites, relativismo moral, globalización sin límites, capitalismo desenfrenado, nuevas ideologías, agotamiento político, entre otros. Tras tomar conciencia de la gravedad de la crisis, el cardenal propone los medios para evitar el infierno de un mundo sin Dios, sin el hombre y sin esperanza.


El camino de la vida del hombre ha de experimentar la elevación del alma para difundirla a su alrededor y dejar en herencia una criatura más excelsa de lo que era al entrar en este mundo: con la certeza de hacer lo que está a nuestro alcance, que es lo que nos pide Dios que está siempre bien cercano a nosotros.


El libro es la tercera colaboración entre el cardenal y Diat, después de ‘La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido (Mundo y Cristianismo)‘ publicada en 2017 y ‘Dios o nada‘ de 2015, que juntas forman una saga sobre la crisis de la fe y de la Iglesia, como las ha denominado el autor.


En esta ocasión, Sarah analiza temas como «el declive de Occidente, la traición de sus élites, el relativismo moral, la globalización sin límites, el capitalismo desenfrenado, las nuevas ideologías, el agotamiento político, entre otros». Entre otras cosas, el cardenal también propone, a través de sus respuestas, «los medios para evitar el infierno de un mundo sin Dios, sin el hombre y sin esperanza».


De este modo, el cardenal guineano, quien afirma que «la Iglesia atraviesa la experiencia de la noche oscura», aborda asuntos que le preocupan en torno a las perspectivas actuales del catolicismo, con el fin de que los «cristianos que se estremecen, vacilan y dudan, puedan mantenerse firmes en la doctrina y se reconforten con la presencia de Dios», según describe la editorial.


jueves, 3 de octubre de 2019

Ntra. Sra. de las Angustias ha sido la imagen designada para presidir el Via Crucis del primer lunes de Cuaresma de 2020





Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXVII Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
«Si tuvierais fe...»

Tras varios domingos centrados en episodios en los que el Señor nos pone ante la grandeza de la misericordia de Dios, que a su vez debe ser practicada por nosotros, se abre ahora un conjunto de relatos donde se abordan algunas cuestiones fundamentales para la vida cristiana. La paciencia, la humildad, la sencillez o la confianza en Dios, pese a no ser el centro de las aspiraciones habituales del hombre de hoy, constituyen el fundamento de cualquier itinerario de vida cristiana. La fe, como confianza radical en Dios, ocupa este domingo el centro de la escena evangélica. Para Lucas, estamos ante el quicio de la vida cristiana, ya que Jesús, a lo largo de su vida pública, educa a sus discípulos a crecer en la fe. La respuesta de los discípulos a la acción del Señor es la petición, puesta en boca de los apóstoles, que abre el fragmento de este domingo: «Auméntanos la fe».

La fortaleza de la fe
Es significativo que incluso aquellos que compartían la vida con Jesús le pidan ser afianzados y confirmados en la fe. Podríamos pensar, incluso, que poco sentido tiene pedir fe para aquellos que están continuamente viendo al Señor y siendo testigos de sus palabras o sus milagros. En realidad, la petición de verse sostenidos en la fe no se trata tanto de una constatación de falta de fe como de la muestra de que siempre es necesario fortalecerla. Dos ejemplos fuera del Evangelio lo reflejan este domingo: la primera lectura, de la profecía de Habacuc; y la segunda, de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo. La primera lectura presenta las principales objeciones del hombre frente a la acción de Dios. En un contexto de violencia, opresión y destrucción del pueblo de Israel, este le responde al Señor reiteradamente con un expresivo: «¿Por qué?». Se trata del antecedente bíblico del cuestionamiento de la existencia y la acción de Dios ante el mal, el dolor y la muerte, especialmente cuando estos son sufridos por el inocente. La respuesta de Dios será una llamada a la esperanza y a la confianza de que «el altanero no triunfará» y «el justo por su fe vivirá». En el mismo contexto de persecución, san Pablo escribe desde la cárcel a Timoteo con expresiones que, lejos de mostrar desesperación o abatimiento, reflejan la confianza puesta en la fuerza, la fe y el amor que reciben su sustento en Cristo. Sin duda, las palabras «si tuvierais fe como un granito de mostaza» indican que la clave de la vida del hombre no está ni en los bienes materiales ni en los privilegios humanos, sino en el reconocimiento de Dios, fuente de todos los dones, y en el establecimiento de una relación íntima con él. Esto implica acogerlo, seguirlo sin reservas, y posibilita al mismo tiempo que se lleven a cabo cosas humanamente irrealizables. Mientras que el impío se basa en una realidad frágil e inconsistente, el creyente fundamenta su vida en una verdad oculta, pero sólida.

La necesaria humildad
En la misma línea de la historia de la salvación, las afirmaciones del Señor nos recuerdan que no podemos separar la fe de la imprescindible humildad. El Evangelio entronca, pues, con las páginas de la Biblia en las que los distintos personajes, en particular quienes han recibido la misión de guiar al pueblo de Dios, se consideran siervos del Señor. Solo desde la conciencia de que todos los dones los hemos recibido de él y de que, por lo tanto, no somos acreedores, sino deudores de Dios, viviremos un agradecimiento profundo a nuestro creador. Es este el modo de huir de la soberbia y el orgullo en el que corremos el riesgo de caer cuando nos consideramos autosuficientes. Y solo desde una posición de agradecimiento y optimismo podremos percibir que, por mucho sufrimiento y dolor que podamos experimentar o ver a nuestro alrededor, Dios se muestra tremendamente generoso con nosotros.



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En  aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería. ¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

 Lucas 7, 5-10