Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

domingo, 28 de febrero de 2021

sábado, 27 de febrero de 2021

Evangelio y comentario

 Fuente: ALFA Y OMEGA

Segundo Domingo de Cuaresma (ciclo B)

La escucha de la Palabra de Dios

 

Como voz del Señor, que nos habla y nos invita en este tiempo a la conversión, la Palabra de Dios es uno de los elementos que recibe mayor atención durante el ejercicio de la Cuaresma. De este modo, junto con la llamada a la oración, la Iglesia nos anima a una escucha más asidua de la Palabra, a cuyo fin contribuye la articulación de las lecturas bíblicas que la liturgia nos propone en la Misa y en la liturgia de las horas. Bien sea los domingos o entre semana, la Escritura nos guiará gradualmente hacia la Pascua propiciando que nuestro corazón y nuestra mente estén abiertos a comprender en profundidad los misterios cristianos que en ella celebramos mientras contemplamos a Cristo en su subida a Jerusalén. La ordenación actual del leccionario de la Misa prevé tres ciclos dominicales, acentuando, dependiendo del año, temas como la alianza, la llamada a la conversión, la glorificación de Cristo o las implicaciones del propio Bautismo. Sin embargo, en los tres ciclos, tanto el domingo pasado como el próximo escuchamos el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto y la transfiguración del Señor en el monte, respectivamente, según las versiones de los tres sinópticos.

 

«Subió aparte con ellos solos»

Es interesante fijarnos en que, en el Evangelio de Marcos, el relato de la transfiguración va precedido del anuncio de la pasión del Señor, predicción que no es comprendida plenamente por los discípulos y que provoca cierto escándalo en ellos. Se trata de una reacción humanamente natural, puesto que no son capaces de captar el sentido último de la entrega del Señor y de valorar la consecuencia final del amor incondicional de Dios hacia el género humano. Allá donde los apóstoles intuyen sufrimiento, dolor y muerte, el Señor les está hablando de gozo, paz y vida. Su pasión y muerte reales, no ficticias, serán un paso en el camino hacia la vida definitiva y verdadera. Precisamente esto es lo que descubre este domingo el texto evangélico. Cuando Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, pretende mostrarles un anticipo de la gloria futura, una gloria que no se desvelará plenamente hasta que hayan recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, pero que podrán entender más aún llegado ese momento gracias a la experiencia vivida meses antes en el monte Tabor. Además, el Evangelio no obvia que serán los mismos discípulos los que disfrutan de la visión del monte y aquellos que no pueden aguantar en pie en el monte Getsemaní la noche en que Jesús es entregado. Con ello se nos hace ver que quien participa de la gloria es el que ha acompañado a Jesús en los instantes más dolorosos de su vida.

 

Salvador e Hijo de Dios

Por otro lado, asistimos a una teofanía, a una manifestación de Dios. El Antiguo Testamento contiene ciertos pasajes en los que Yahvé se revela al hombre a través de una luz intensa y de una voz, fenómenos que causan estupor y miedo en quienes están presentes, pero que al mismo tiempo verifican que están ante la presencia intangible pero real del Señor. Los apóstoles pueden confirmar con esta experiencia que Aquel al que ven con unos vestidos de un blanco deslumbrador es el mismo Dios. La presencia en la escena de Moisés y de Elías, representantes de la ley y los profetas, es decir, de la Sagrada Escritura –también asociados con episodios en los que se utiliza un género literario afín,– pone de manifiesto que todo el Antiguo Testamento buscaba la revelación progresiva de Jesucristo como Salvador e Hijo de Dios. Junto con la aparición majestuosa de Jesús transfigurado aparece una nube, de cuyo interior sale una voz que reconoce al Señor como el Hijo amado, al cual se nos llama a escuchar. Se trata de una escena similar a la del Bautismo del Señor en el Jordán, donde Jesús es reconocido como Cristo, como Ungido. Por último, el Evangelio no desvincula a los discípulos de la realidad concreta que viven, así como tampoco consiguen comprender en plenitud lo que han vivido. Tampoco nosotros, en nuestro camino cuaresmal, podemos hacernos cargo en profundidad de lo que significa la gloria de Dios hasta que no tengamos la experiencia de celebrar al Señor resucitado al finalizar los días de la pasión.

 

Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid

 

 

 

 

Evangelio

 

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

 

Marcos  9, 2-10

 





viernes, 26 de febrero de 2021

Rogad a Dios en caridad por el alma de don Lorenzo Gálvez Valencia “Ripoll”, cantaor jerezano y padre de nuestra hermana doña Manuela Gálvez Fernández




 


El conocido artista flamenco del barrio de Santiago falleció la madrugada del pasado día 24 de febrero a los 69 años de edad.

 


lunes, 22 de febrero de 2021

Presentado el cartel oficial de la Semana Santa de Jerez 2021




 


Es obra de don Samuel Martínez «Pol».




domingo, 21 de febrero de 2021

Rogad a Dios en caridad por el alma de don José Sánchez Ruso, padre de N.H.D. José Enrique Sánchez Izquierdo

 



Hemos tenido conocimiento de que falleció el pasado domingo 14 de febrero a los 82 años de edad.



sábado, 20 de febrero de 2021

Evangelio y comentario

 

Fuente: ALFA Y OMEGA

Primer Domingo de Cuaresma (ciclo B)

Tiempo de conversión y de preparación pascual

 

Con el Miércoles de Ceniza se comienza desde hace siglos un período de 40 jornadas, al final de las cuales celebraremos la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La liturgia de este tiempo nos prepara y encamina gradualmente a la conmemoración anual de estos misterios mediante dos dimensiones principales: la penitencial, cuyo máximo exponente lo representa el rito de la bendición e imposición de la ceniza; y la pascual, que considera estos días como un itinerario espiritual que nos conduce hacia la Pascua. Tanto la reiterada llamada a la oración, el ayuno y la limosna, ya presentes desde antiguo en la Palabra de Dios, como la plegaria litúrgica o el magisterio pontificio, quieren enfatizar estas dos notas características, incluyendo una insistencia en la puesta en práctica de determinadas virtudes. En este sentido, el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2021 apela a la necesidad de reavivar la fe, la esperanza y la caridad durante estas semanas. Asimismo, junto a la dimensión penitencial y pascual existe, por una parte, un término tradicional que condensa cuál debe ser la actitud del hombre ante Dios que habla y actúa: la conversión. Por otro lado, nos acercaremos al desierto, un lugar geográfico que se transforma en disposición interior para celebrar y vivir mejor la Cuaresma.

 

«Convertíos y creed»

Es la segunda vez en pocas semanas que volvemos a tener ante nosotros la segunda parte de este pasaje evangélico. En efecto, en el tercer domingo del tiempo ordinario escuchábamos la constatación de que «se ha cumplido el tiempo», la cercanía del Reino de Dios y la significativa llamada a la conversión y a la fe en la Buena Noticia. Si hace unos días estas palabras despertaban el deseo de acoger la salvación de Dios, que comienza a visibilizarse en su vida pública, ahora resuenan en un contexto de, si cabe, mayor urgencia. Además, también el Miércoles de Ceniza se nos ha repetido «convertíos y creed en el Evangelio» en una de las dos alternativas estipuladas como fórmula de imposición de la ceniza. Ni en la comprensión ni en la realización de este rito se obvia o diluye que se trata de una llamada dirigida a una comunidad en la que nos integramos: la Iglesia. Por ello tiene, pues, pleno sentido que la liturgia, asumiendo tal cual una locución bíblica, adopte el plural «convertíos» y no el singular «conviértete». La primacía de la perspectiva comunitaria es clave para entender que la actuación de Dios hacia los hombres no se realiza ordinariamente de modo aislado. El Señor derrama su gracia en el seno de la Iglesia, como pueblo suyo, del mismo modo que un día liberó a los israelitas comunitariamente, como nación escogida. De hecho, las excepciones a este principio suelen estar vinculadas con misiones al servicio de la comunidad o con el interés de la Escritura en resaltar que el deseo de Dios por salvar a su pueblo tiene lugar de modo real y concreto. Esto no contradice que la disposición interior para acoger cualquier invitación del Señor haya de ser estrictamente personal y no se pueda sustituir por una colectividad.

 

Desierto y presencia de Dios

 Indudablemente, los 40 días de Jesús en el desierto remiten automáticamente a los 40 años de Israel en ese lugar. Esta experiencia aparece frecuentemente en la Biblia ligada a situaciones de soledad y abandono, así como a la fragilidad y vulnerabilidad de quien se halla en un entorno sin apoyo ni seguridad alguna, donde se puede padecer con mayor crudeza la fuerza de la tentación. Sin embargo, tanto la Biblia como la experiencia espiritual eclesial de siglos han reconocido que Dios se hace también especialmente presente en este ambiente inhóspito, como a lo largo de los siglos ha puesto de relieve la vida eremítica. En nuestros días, recurrir al desierto como escenario tanto de prueba como de presencia de Dios puede iluminar la experiencia humana del sufrimiento o la noche oscura. Este doble carácter o ambivalencia de la imagen del desierto encaja con la afirmación de que Jesús «vivía con las fieras y los ángeles le servían». También en nuestros días tenemos que lidiar cotidianamente con alimañas y tentaciones que nos acechan, manteniendo la seguridad de que, con todo, somos constantemente asistidos por ayudas que el Señor pone a nuestra disposición. Sabemos, por lo demás, que la práctica del retiro durante periodos de tiempo concretos posibilita tener el corazón y la mente abiertos a la Palabra de Dios, que se hace más nítida cuando se ha logrado hacer silencio interior.

 

Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid

 

 

 

 

Evangelio

 

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto 40 días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio»

 

Marcos  1, 12-15

 






viernes, 19 de febrero de 2021

jueves, 18 de febrero de 2021

Comunicado oficial



Ante la información incorrecta aparecida en el día de hoy en la prensa local, reiteramos, como ya se publicó en este blog oficial el pasado día 21 de enero, que el Solemne Quinario se ha pospuesto y nunca suspendido.


De igual modo, tampoco es cierto que la Hermandad haya suspendido los tradicionales vía crucis de los viernes de Cuaresma.



Mañana viernes día 19, como tradicionalmente todos los viernes de Cuaresma, celebraremos el Santo Ejercicio del Via Crucis

 



A propuesta del Director Espiritual, será compartido con todos los grupos de San Francisco a partir de las 20,00 horas.


martes, 16 de febrero de 2021

COMENZAR LA CUARESMA COMO SIEMPRE, VIVIRLA COMO NUNCA

 






Hermanos: Paz y Bien. Que el Señor os dé la paz.

         En estos últimos meses la limpieza se ha convertido en una especie de obsesión en nuestras vidas. Palabras como desinfectar y desinfectamos son constantes en nuestras conversaciones: lavamos las manos, la ropa, el cuerpo, la casa, las ciudades, como si la impureza de la que nos habla el libro del Levítico se hubiese instalado en nuestra sociedad moderna. No queremos ni debemos contagiarnos, y para ello debemos mantener una distancia social, física, pero no de corazón.

         El confinamiento, aislamiento y la distancia nos ha enseñado que hay otros medios de hacernos presentes y cercanos no solo a nuestros seres queridos, sino también a todos aquellos que necesitan «volver a la vida». Tal vez sus ropas no sean harapos, y su barba esté bien afeitada, quizás no den voces porque no pueden, pero están clamando atención, cuidado y compañía. Que alegría saber que tantas personas se han comprometido con los más débiles, con los pequeños, con los de «riesgo». La vida es un aprendizaje continuo, cuando más cuidamos de la humanidad, ésta siempre nos devuelve su cuidado. Como decía el papa Francisco: «Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad». Es el Señor quien nos volverá a preguntar «¿dónde está tu hermano?» (Gn, 4, 9) y, en nuestra capacidad de respuesta, ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados.

         Con la celebración del rito, sobrio y solemne al mismo tiempo, de la imposición de la ceniza, entraremos el próximo día 17 de este mes de febrero en el tiempo de Cuaresma, que no es sino un itinerario de preparación espiritual para la Pascua, corazón del Año litúrgico de la Iglesia. Pero, ¿cómo aceptar este inmenso regalo que el Señor nos ofrece cada año?, ¿cómo recibirlo este año en que todo parece seguir caminando al ritmo que marca el Covid-19?

         Qué importante es entrar a la Cuaresma tal y como estamos hoy, sin esconder nada, y dejando que el Señor toque, ilumine y transforme todo nuestro ser y toda nuestra vida.

         En este tiempo, necesitamos de una manera especial estar en silencio dentro de nosotros y experimentar un poco del desierto, necesitamos permanecer solos para escuchar al Señor, para meditar su palabra, para examinar nuestro corazón y nuestra conciencia. ¡Cuánto ruido hay mu-chas veces a nuestro alrededor y dentro de nosotros, un ruido que nos hace sordos a la voz de Dios y de los hermanos!

 

         Verdaderamente la gracia del camino cuaresmal es capaz de cambiar nuestra vida. Quizás decimos: ¡cuántas resoluciones he hecho hasta ahora y los resultados siempre han sido tan mediocres! Hoy el Señor nos asegura: ¡es el momento oportuno! ¡Empieza de nuevo, estoy contigo!

         Pero, se trata de un proceso desencadenado como respuesta a una llamada y a una pregunta dirigida a lo más profundo del corazón. Igual que a los discípulos de la primera hora, también a nosotros nos mira el Señor a los ojos y nos pregunta: “¿Qué buscáis?” (cf. Jn. 1,35-39).

         Las personas somos constitutivamente seres en permanente búsqueda, por eso Jesús, que nos conoce bien, se adentra en nuestras búsquedas más hondas para provocar en nosotros la auténtica conversión; “¿qué quieres que haga por ti?” (cf. Lc. 18, 35-43), preguntará al ciego que pedía limosna a la entrada de Jericó.

         En otra ocasión, en el contexto del Sermón de la montaña, Jesús, dirigiéndose a los discípulos les dirá: “Buscad y encontraréis” (cf. Mt 7, 7-12). Son unas palabras rotundas que no señalan ningún límite. Lo triste es que solemos ser nosotros los que ponemos límites a nuestras búsquedas. Encontramos aspectos de la vida cristiana que nos satisfacen y nos acomodamos, renunciando a seguir buscando. Olvidamos que Dios es infinitamente más grande que lo que hemos encontrado y renunciamos a la sorpresa del encuentro.

         El único modo de permanecer abiertos a una búsqueda incesante es, como hicieron Juan y Andrés, quedarnos con Jesús (cf. Jn. 1, 39), siempre atentos a la escucha de su palabra y las exigencias que nos vaya revelando.

         La Cuaresma es un momento propicio para la conversión. Pero, ¿qué entendemos cuando la palabra “conversión” resuena en nuestros oídos y en nuestro corazón?. Desde el primer momento el cristianismo aparece como un mensaje marcado por la conversión. El Evangelio, cuando nos presenta a Jesús iniciando su predicación, lo hace con estas palabras: “Convertíos, porque el reino de Dios está cerca” (Mt 4,17).  Son las prime-ras palabras que pronuncia Jesús y constituyen el anuncio de su misión en este mundo: Ha sido enviado por el Padre para anunciar la cercanía del Reino de Dios y llamar a sus oyentes a una profunda conversión.

         Es verdad, y no lo podemos negar, que la conversión cristiana conlleva un cambio radical: se trataría de pasar de la tibieza al fervor, de las malas a las buenas obras, de una vida anquilosada a otra más generosa... Ahora bien, nada de esto, aun siendo bueno, constituye el núcleo de lo que es una conversión auténticamente cristiana.

         Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de cambio. Anuncio gozoso de que ya ha pasado lo viejo y ha llegado lo nuevo.

         En este sentido son iluminadoras las palabras de San Pablo invitándonos a dejarnos reconciliar con Dios (cf. 2Cor 5,20). La conversión cristiana no es tanto una conquista ascética cuando un dejarnos amar por Dios, que no ha tenido en cuenta nuestros pecados. Ha llegado el tiempo de la gracia. A Dios se le han conmovido las entrañas. A Dios le ha venido la racha de amar y perdonar. Por eso se nos invita a la conversión.

         La Cuaresma es el momento de embellecer la vida. La Cuaresma es el tiempo de la multiplicación. En este tiempo de gracia será bueno pararse, sentarse con calma y buscar el modo de multiplicarse en lugar de rendir-se: multiplicar el tiempo en bien de los demás, comenzando por quienes comparten con nosotros la vida; multiplicar los gestos de amor y de ternura hacia los demás; multiplicar las buenas palabras, ésas que hacen  bien  al  corazón; multiplicar, sin rendirse, porque si estamos ocupados multiplicando las cosas hermosas no tendremos tiempo para hacer aquellas que deterioran nuestra relación personal con el Padre de las misericordias (cf. 2Cor 1,3; TestCl 2). Multiplicar el tiempo dedicado al silencio y a la lectura orante de la Palabra de Dios, y releer la propia vida. No limitarse sólo a renunciar a  aquellas cosas  que  hacen  mal;  dedicarse  a  descubrir cuánto amor hay en el propio corazón y cuánto bien estamos llamados a sembrar a nuestro alrededor.

         Todo esto no se improvisa. Llegaremos a aceptar esta nuestra realidad, áspera y a la vez maravillosa, después de un largo trabajo; la Cuaresma es, el tiempo y el lugar ideal para ello, con la ayuda de las herramientas que nos ofrece la tradición de la Iglesia: la oración, el ayuno, y la caridad.

         En esta Cuaresma vale la pena dedicar tiempo y esfuerzo a re-descubrirnos como hijos de Dios que buscamos nuestra naturaleza de hijos en el Hijo, aceptándonos como somos, pequeños, criaturas frágiles, pecadores en busca de misericordia… Este es el momento de afirmar con rotundidad que nuestra confianza en Dios y nuestra esperanza son ver-daderas y muy concretas. Si así lo creemos y lo vivimos, ni la enfermedad, ni el sufrimiento, ni la muerte tienen la capacidad de atemorizarnos, por-que confiamos plenamente en el poder de Dios y en la fuerza de su Pala-bra.

         Y se trata de una Cuaresma que, como buena parte de la del año pa-sado, es distinta a las que hemos vivido a lo largo de nuestra historia personal: una Cuaresma marcada por la pandemia del Coronavirus. Es éste, sin duda, un tiempo de sufrimiento y aflicción, pero puede ser también un tiempo de gracia: “Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus decretos” (Sal 119, 71).

         El azote del Coronavirus nos ha obligado a mirar las cosas de manera diferente, reconociendo el valor de lo que tenemos a nuestro alrededor y ante lo que pasábamos indiferentes. Así, casi de repente "vemos" el trabajo insustituible de médicos, enfermeros y enfermeras y todos los trabajadores en el ámbito sanitario, que se están “dejando la propia vida” para salvar la de otros; nos damos cuenta de la  misión de  los  distintos Cuerpos de  Policía desplegados en las calles para salvaguardar nuestra seguridad; caemos en la cuenta de la sacrificada labor de los transportistas y del personal de los supermercados que permiten que no echemos de menos ningún producto en las estanterías; valoramos, quizás por primera vez, el trabajo de quienes recogen por la noche nuestros residuos o reparten la correspondencia...

         ¿Ha sido necesario, quizás, el Coronavirus para que los creyentes, re-conociéramos lo que Dios quiere dar y hacer por medio de la Iglesia? Es posible que, solo ahora, en medio de esta terrible circunstancia, nos ha-yamos parado a:

-        Comprender que no somos omnipotentes y, ante la fuerza de un hecho tan impactante, aprender a “buscar el rostro del Señor” (cf.  Sal 27 [26] 8), pidiendo que intervenga con su poder.

-        Considerar la riqueza de nuestras asambleas litúrgicas, ésas en las que nos reunimos comunitariamente para escuchar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos.

-        Apreciar el amor de la extraordinaria Familia a la que pertenecemos. ¿El Coronavirus nos ha ayudado a comprender y apreciar qué preciosa es la fe que profesamos en común y además de todo el bien que po-demos hacer juntos?

-        Descubrir que todos aquellos que dedican su tiempo al servicio de las comunidades cristianas, sacerdotes, vida consagrada y seglares, son un don precioso de Dios a su Iglesia. ¡Qué hermoso ha sido escuchar la voz de un sacerdote que telefonea para trasmitir una palabra de aliento a personas angustiadas! Y luego, ante el drama de la muerte y la tragedia de no poder celebrar un funeral, al menos contar con el consuelo de su presencia cálida para una oración junto a la familia. ¡Qué hermoso ha sido ver el esfuerzo de catequistas, monitores, miembros de Cáritas… dedicando horas y esfuerzo a compartir la fe y llevar esperanza y ayuda a tantas personas asediadas por las necesidades materiales y la soledad!

 -  Reconocer la importancia de los medios de comunicación que siempre hemos tenido a nuestra disposición, pero que durante el periodo más duro de la pandemia han resultado muy valiosos para mantener a los creyentes en contacto e incluso “llevarlos” a la oración común y a la participación “virtual” en la Eucaristía. Son la TV y la Radio, pero también YouTube y las diversas Redes Sociales, tan denigradas con frecuencia, pero que ahora nos han permitido reunirnos en diferentes plataformas para leer juntos la Palabra, formarnos, compartir la fe y orar.

-        Comprender que la epidemia nos "ha obligado” a compartir muchas horas y a “sentarnos juntos a la mesa" para celebrar en común la Eucaristía, leer la Palabra de Dios y orar con más calma, además de disfrutar de momentos lúdicos y de otros de mayor intimidad. Considerando que vivimos en una sociedad que promueve la separación y el individualismo, empujando hacia la desintegración familiar y social, sería muy bueno que no perdiéramos el gusto por compartir más y mejor la vida con nuestros familiares.

-        Dar gracias a Dios por todas las cosas que tenemos. Aprender cada día a agradecer al Señor por su providencia y “por todo bien”, tanto por los de primera necesidad como por los demás. Reconocer que Dios, nos ha cuidado, que nada procede de nosotros y que todo procede de quien es “El Bien, el todo Bien, el sumo Bien!” (cf. AlD). Pero, al mismo tiempo que agradecemos, y como muestra palpable de nuestro amor fraterno, compartimos con quienes carecen de lo necesario para la vida (cf. 1 Jn. 3, 16-18).

-        ¡Darnos cuenta de que Jesús realmente está a punto de regresar! Aparte de las especulaciones de algunos, que siembran miedos y temores en la gente, queremos reavivar y proclamar la esperanza bienavenurada del glorioso regreso de Cristo y consagrarnos aún más a vivir la gozosa expectativa de su vuelta, trabajando sin descanso por hacer cada día más presente su reino en nuestro mundo.

 

         Pero, ¿es posible que hayamos necesitado del Covid-19 para entender, redescubrir y valorar estas cosas? Nunca podremos responder con cer-teza a esta cuestión,  pero  en  la  Cuaresma  de  este  2021 sí  podemos  servirnos  de una situación tan dolorosa para acercarnos más resuelta-mente a Dios, único capaz de hacernos hermanos alegres y agradecidos, creyentes fuertes, capaces de continuar hasta el final el camino emprendido hace más o menos años, permaneciendo fieles a nuestra vocación de ser “fraternidad contemplativa en misión”.

 

¡FELIZ CUARESMA 2021!                       

        

Julián Bartolomé Rivera, O.F.M

 Director Espiritual




lunes, 15 de febrero de 2021

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2021






«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» Mateo 20,18

 Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

 

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo. Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo. El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

 

 La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino — exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida. El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93). La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.

 

La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino

 La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19). Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto. En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad. En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224). En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura. Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).

 

La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

 La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión. «A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183). La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez. Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo. «Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187). Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre. Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual.

 

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2020, memoria de san Martín de Tours.

Francisco


sábado, 13 de febrero de 2021

Evangelio y comentario

 

Fuente: ALFA Y OMEGA

Sexto Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

El pecado que nos separa de Dios y nos aleja de la comunidad

 

Siguiendo la tónica de las últimas semanas, vamos a asistir a un nuevo signo del Señor en este domingo, último del tiempo ordinario antes de empezar el itinerario cuaresmal, periodo en el que se interrumpirá el ritmo de lectura continua de san Marcos. Si desde hace varios días nos hemos acercado a algunos ejemplos de curaciones, como eran la liberación de un poseído por un espíritu inmundo y el restablecimiento de la suegra de Pedro, cerramos esta primera etapa de domingos con la sanación de un leproso. El pasaje de libro del Levítico que leemos como primera lectura nos adelanta algunos datos significativos para comprender el alcance de este padecimiento. Aquel que estuviera aquejado de lepra, provocada por una llaga a causa de una inflamación, erupción o mancha en la piel, debía ser diagnosticado por un sacerdote. A diferencia de cualquier otra afección –que podía fomentar en los demás el deseo de ayudar a sobrellevar el mal, acompañando o cuidando al enfermo– los que eran golpeados por la lepra no solo tenían que aguantar los sufrimientos físicos asociados a este mal, sino que también eran marcados como impuros y, por lo tanto, se les excluía automáticamente de la comunidad social y religiosa. Además, debían vivir solos y alejados del resto, vistiendo «con ropa rasgada y cabellera desgreñada», según estipulaban las reglas de pureza legal judías. Así pues, esta dolencia, aun no conduciendo normalmente al afectado a la muerte, sí que lo convertía en una persona apestada, humillada y condenada a ir declarando en público su impureza allá donde fuera. Precisamente, este cuadro nos va a permitir contemplar la acción de Jesús con mayor intensidad, debido al contraste de su acción con respecto a lo que, según las prescripciones israelíticas, debiera haber hecho.

 

«Extendió la mano y lo tocó»

En este sentido, lo último que se esperaba de quien se encontrara ante sí a un leproso en la Judea del siglo I era el contacto físico. Y, justamente, es lo primero que realiza Jesús al ver la confianza de este hombre en su poder salvador: «Extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”». Aparte de constatar, especialmente en las escenas de curaciones, que en el modo de realizar la salvación de Jesús los gestos y las palabras aparecen intrínsecamente unidos entre sí, la escena manifiesta el motivo de la actuación del Señor: la compasión, término que nos desvela de golpe cómo se conmueve el corazón del Hijo de Dios ante quien ha puesto su fe en Él a través de la súplica confiada: «Si quieres, puedes limpiarme». Al mismo tiempo, es iluminador comprender este pasaje en el marco de la historia de la salvación y, en concreto, en el modo en el que Dios se ha aproximado al hombre, asumiendo nuestra naturaleza humana y no teniendo reparo en compartir la vida y las circunstancias de todos los hombres, especialmente de aquellos que más sufren. Al igual que ocurre con el encuentro con la samaritana, con Zaqueo o con una mujer pecadora, Jesús no solo nos enseña una manera de acercarnos sin excusas o prevenciones exageradas a nuestro prójimo; nos está manifestando, asimismo, lo que lleva a cabo con cada uno de nosotros. Hoy en día es inadmisible considerar la lepra u otra enfermedad como una venganza divina a causa del pecado. Sin embargo, es posible entender la enfermedad del espíritu, el pecado, como una lepra, que nos separa de Dios y nos aleja de la comunidad, provocando que nos autoexcluyamos, «viviendo solos y poniendo nuestra morada fuera del campamento», en palabras del Levítico a propósito de los leprosos. Esta curación nos enseña que para quedar limpios es necesario únicamente acudir a Jesús «suplicándole de rodillas», para ser reincorporados, a través de los sacramentos, a la vida de la Iglesia. Por último, podemos comprender el efecto de esta acción del Señor: un deseo irrefrenable de pregonar y divulgar la salvación que ha tenido lugar, hecho que constata que quien se ha encontrado con el Señor siente la necesidad de anunciarlo a los demás.

 

Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid

 

 

 

 

Evangelio

 

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a Él de todas partes.

 

Marcos  1, 40-45

 






jueves, 11 de febrero de 2021

A propósito de los actos de veneración a nuestros Sagrados Titulares




 


Ante la delicada situación sanitaria, y atendiendo al reciente decreto del señor administrador diocesano, el Rvdo. P. D. Federico Mantaras Ruiz-Berdejo, los tradicionales besamanos del Miércoles de Ceniza y primer Domingo de Cuaresma cambian este año inevitablemente de fecha y será el Jueves Santo, si las circunstancias son más propicias,  cuando ambas Sagradas Imágenes Titulares se expongan a la veneración de los fieles (no besamanos) con las medidas de seguridad necesarias y bajo la observancia estricta de los señores oficiales.