Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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martes, 16 de febrero de 2021

COMENZAR LA CUARESMA COMO SIEMPRE, VIVIRLA COMO NUNCA

 






Hermanos: Paz y Bien. Que el Señor os dé la paz.

         En estos últimos meses la limpieza se ha convertido en una especie de obsesión en nuestras vidas. Palabras como desinfectar y desinfectamos son constantes en nuestras conversaciones: lavamos las manos, la ropa, el cuerpo, la casa, las ciudades, como si la impureza de la que nos habla el libro del Levítico se hubiese instalado en nuestra sociedad moderna. No queremos ni debemos contagiarnos, y para ello debemos mantener una distancia social, física, pero no de corazón.

         El confinamiento, aislamiento y la distancia nos ha enseñado que hay otros medios de hacernos presentes y cercanos no solo a nuestros seres queridos, sino también a todos aquellos que necesitan «volver a la vida». Tal vez sus ropas no sean harapos, y su barba esté bien afeitada, quizás no den voces porque no pueden, pero están clamando atención, cuidado y compañía. Que alegría saber que tantas personas se han comprometido con los más débiles, con los pequeños, con los de «riesgo». La vida es un aprendizaje continuo, cuando más cuidamos de la humanidad, ésta siempre nos devuelve su cuidado. Como decía el papa Francisco: «Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad». Es el Señor quien nos volverá a preguntar «¿dónde está tu hermano?» (Gn, 4, 9) y, en nuestra capacidad de respuesta, ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados.

         Con la celebración del rito, sobrio y solemne al mismo tiempo, de la imposición de la ceniza, entraremos el próximo día 17 de este mes de febrero en el tiempo de Cuaresma, que no es sino un itinerario de preparación espiritual para la Pascua, corazón del Año litúrgico de la Iglesia. Pero, ¿cómo aceptar este inmenso regalo que el Señor nos ofrece cada año?, ¿cómo recibirlo este año en que todo parece seguir caminando al ritmo que marca el Covid-19?

         Qué importante es entrar a la Cuaresma tal y como estamos hoy, sin esconder nada, y dejando que el Señor toque, ilumine y transforme todo nuestro ser y toda nuestra vida.

         En este tiempo, necesitamos de una manera especial estar en silencio dentro de nosotros y experimentar un poco del desierto, necesitamos permanecer solos para escuchar al Señor, para meditar su palabra, para examinar nuestro corazón y nuestra conciencia. ¡Cuánto ruido hay mu-chas veces a nuestro alrededor y dentro de nosotros, un ruido que nos hace sordos a la voz de Dios y de los hermanos!

 

         Verdaderamente la gracia del camino cuaresmal es capaz de cambiar nuestra vida. Quizás decimos: ¡cuántas resoluciones he hecho hasta ahora y los resultados siempre han sido tan mediocres! Hoy el Señor nos asegura: ¡es el momento oportuno! ¡Empieza de nuevo, estoy contigo!

         Pero, se trata de un proceso desencadenado como respuesta a una llamada y a una pregunta dirigida a lo más profundo del corazón. Igual que a los discípulos de la primera hora, también a nosotros nos mira el Señor a los ojos y nos pregunta: “¿Qué buscáis?” (cf. Jn. 1,35-39).

         Las personas somos constitutivamente seres en permanente búsqueda, por eso Jesús, que nos conoce bien, se adentra en nuestras búsquedas más hondas para provocar en nosotros la auténtica conversión; “¿qué quieres que haga por ti?” (cf. Lc. 18, 35-43), preguntará al ciego que pedía limosna a la entrada de Jericó.

         En otra ocasión, en el contexto del Sermón de la montaña, Jesús, dirigiéndose a los discípulos les dirá: “Buscad y encontraréis” (cf. Mt 7, 7-12). Son unas palabras rotundas que no señalan ningún límite. Lo triste es que solemos ser nosotros los que ponemos límites a nuestras búsquedas. Encontramos aspectos de la vida cristiana que nos satisfacen y nos acomodamos, renunciando a seguir buscando. Olvidamos que Dios es infinitamente más grande que lo que hemos encontrado y renunciamos a la sorpresa del encuentro.

         El único modo de permanecer abiertos a una búsqueda incesante es, como hicieron Juan y Andrés, quedarnos con Jesús (cf. Jn. 1, 39), siempre atentos a la escucha de su palabra y las exigencias que nos vaya revelando.

         La Cuaresma es un momento propicio para la conversión. Pero, ¿qué entendemos cuando la palabra “conversión” resuena en nuestros oídos y en nuestro corazón?. Desde el primer momento el cristianismo aparece como un mensaje marcado por la conversión. El Evangelio, cuando nos presenta a Jesús iniciando su predicación, lo hace con estas palabras: “Convertíos, porque el reino de Dios está cerca” (Mt 4,17).  Son las prime-ras palabras que pronuncia Jesús y constituyen el anuncio de su misión en este mundo: Ha sido enviado por el Padre para anunciar la cercanía del Reino de Dios y llamar a sus oyentes a una profunda conversión.

         Es verdad, y no lo podemos negar, que la conversión cristiana conlleva un cambio radical: se trataría de pasar de la tibieza al fervor, de las malas a las buenas obras, de una vida anquilosada a otra más generosa... Ahora bien, nada de esto, aun siendo bueno, constituye el núcleo de lo que es una conversión auténticamente cristiana.

         Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de cambio. Anuncio gozoso de que ya ha pasado lo viejo y ha llegado lo nuevo.

         En este sentido son iluminadoras las palabras de San Pablo invitándonos a dejarnos reconciliar con Dios (cf. 2Cor 5,20). La conversión cristiana no es tanto una conquista ascética cuando un dejarnos amar por Dios, que no ha tenido en cuenta nuestros pecados. Ha llegado el tiempo de la gracia. A Dios se le han conmovido las entrañas. A Dios le ha venido la racha de amar y perdonar. Por eso se nos invita a la conversión.

         La Cuaresma es el momento de embellecer la vida. La Cuaresma es el tiempo de la multiplicación. En este tiempo de gracia será bueno pararse, sentarse con calma y buscar el modo de multiplicarse en lugar de rendir-se: multiplicar el tiempo en bien de los demás, comenzando por quienes comparten con nosotros la vida; multiplicar los gestos de amor y de ternura hacia los demás; multiplicar las buenas palabras, ésas que hacen  bien  al  corazón; multiplicar, sin rendirse, porque si estamos ocupados multiplicando las cosas hermosas no tendremos tiempo para hacer aquellas que deterioran nuestra relación personal con el Padre de las misericordias (cf. 2Cor 1,3; TestCl 2). Multiplicar el tiempo dedicado al silencio y a la lectura orante de la Palabra de Dios, y releer la propia vida. No limitarse sólo a renunciar a  aquellas cosas  que  hacen  mal;  dedicarse  a  descubrir cuánto amor hay en el propio corazón y cuánto bien estamos llamados a sembrar a nuestro alrededor.

         Todo esto no se improvisa. Llegaremos a aceptar esta nuestra realidad, áspera y a la vez maravillosa, después de un largo trabajo; la Cuaresma es, el tiempo y el lugar ideal para ello, con la ayuda de las herramientas que nos ofrece la tradición de la Iglesia: la oración, el ayuno, y la caridad.

         En esta Cuaresma vale la pena dedicar tiempo y esfuerzo a re-descubrirnos como hijos de Dios que buscamos nuestra naturaleza de hijos en el Hijo, aceptándonos como somos, pequeños, criaturas frágiles, pecadores en busca de misericordia… Este es el momento de afirmar con rotundidad que nuestra confianza en Dios y nuestra esperanza son ver-daderas y muy concretas. Si así lo creemos y lo vivimos, ni la enfermedad, ni el sufrimiento, ni la muerte tienen la capacidad de atemorizarnos, por-que confiamos plenamente en el poder de Dios y en la fuerza de su Pala-bra.

         Y se trata de una Cuaresma que, como buena parte de la del año pa-sado, es distinta a las que hemos vivido a lo largo de nuestra historia personal: una Cuaresma marcada por la pandemia del Coronavirus. Es éste, sin duda, un tiempo de sufrimiento y aflicción, pero puede ser también un tiempo de gracia: “Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus decretos” (Sal 119, 71).

         El azote del Coronavirus nos ha obligado a mirar las cosas de manera diferente, reconociendo el valor de lo que tenemos a nuestro alrededor y ante lo que pasábamos indiferentes. Así, casi de repente "vemos" el trabajo insustituible de médicos, enfermeros y enfermeras y todos los trabajadores en el ámbito sanitario, que se están “dejando la propia vida” para salvar la de otros; nos damos cuenta de la  misión de  los  distintos Cuerpos de  Policía desplegados en las calles para salvaguardar nuestra seguridad; caemos en la cuenta de la sacrificada labor de los transportistas y del personal de los supermercados que permiten que no echemos de menos ningún producto en las estanterías; valoramos, quizás por primera vez, el trabajo de quienes recogen por la noche nuestros residuos o reparten la correspondencia...

         ¿Ha sido necesario, quizás, el Coronavirus para que los creyentes, re-conociéramos lo que Dios quiere dar y hacer por medio de la Iglesia? Es posible que, solo ahora, en medio de esta terrible circunstancia, nos ha-yamos parado a:

-        Comprender que no somos omnipotentes y, ante la fuerza de un hecho tan impactante, aprender a “buscar el rostro del Señor” (cf.  Sal 27 [26] 8), pidiendo que intervenga con su poder.

-        Considerar la riqueza de nuestras asambleas litúrgicas, ésas en las que nos reunimos comunitariamente para escuchar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos.

-        Apreciar el amor de la extraordinaria Familia a la que pertenecemos. ¿El Coronavirus nos ha ayudado a comprender y apreciar qué preciosa es la fe que profesamos en común y además de todo el bien que po-demos hacer juntos?

-        Descubrir que todos aquellos que dedican su tiempo al servicio de las comunidades cristianas, sacerdotes, vida consagrada y seglares, son un don precioso de Dios a su Iglesia. ¡Qué hermoso ha sido escuchar la voz de un sacerdote que telefonea para trasmitir una palabra de aliento a personas angustiadas! Y luego, ante el drama de la muerte y la tragedia de no poder celebrar un funeral, al menos contar con el consuelo de su presencia cálida para una oración junto a la familia. ¡Qué hermoso ha sido ver el esfuerzo de catequistas, monitores, miembros de Cáritas… dedicando horas y esfuerzo a compartir la fe y llevar esperanza y ayuda a tantas personas asediadas por las necesidades materiales y la soledad!

 -  Reconocer la importancia de los medios de comunicación que siempre hemos tenido a nuestra disposición, pero que durante el periodo más duro de la pandemia han resultado muy valiosos para mantener a los creyentes en contacto e incluso “llevarlos” a la oración común y a la participación “virtual” en la Eucaristía. Son la TV y la Radio, pero también YouTube y las diversas Redes Sociales, tan denigradas con frecuencia, pero que ahora nos han permitido reunirnos en diferentes plataformas para leer juntos la Palabra, formarnos, compartir la fe y orar.

-        Comprender que la epidemia nos "ha obligado” a compartir muchas horas y a “sentarnos juntos a la mesa" para celebrar en común la Eucaristía, leer la Palabra de Dios y orar con más calma, además de disfrutar de momentos lúdicos y de otros de mayor intimidad. Considerando que vivimos en una sociedad que promueve la separación y el individualismo, empujando hacia la desintegración familiar y social, sería muy bueno que no perdiéramos el gusto por compartir más y mejor la vida con nuestros familiares.

-        Dar gracias a Dios por todas las cosas que tenemos. Aprender cada día a agradecer al Señor por su providencia y “por todo bien”, tanto por los de primera necesidad como por los demás. Reconocer que Dios, nos ha cuidado, que nada procede de nosotros y que todo procede de quien es “El Bien, el todo Bien, el sumo Bien!” (cf. AlD). Pero, al mismo tiempo que agradecemos, y como muestra palpable de nuestro amor fraterno, compartimos con quienes carecen de lo necesario para la vida (cf. 1 Jn. 3, 16-18).

-        ¡Darnos cuenta de que Jesús realmente está a punto de regresar! Aparte de las especulaciones de algunos, que siembran miedos y temores en la gente, queremos reavivar y proclamar la esperanza bienavenurada del glorioso regreso de Cristo y consagrarnos aún más a vivir la gozosa expectativa de su vuelta, trabajando sin descanso por hacer cada día más presente su reino en nuestro mundo.

 

         Pero, ¿es posible que hayamos necesitado del Covid-19 para entender, redescubrir y valorar estas cosas? Nunca podremos responder con cer-teza a esta cuestión,  pero  en  la  Cuaresma  de  este  2021 sí  podemos  servirnos  de una situación tan dolorosa para acercarnos más resuelta-mente a Dios, único capaz de hacernos hermanos alegres y agradecidos, creyentes fuertes, capaces de continuar hasta el final el camino emprendido hace más o menos años, permaneciendo fieles a nuestra vocación de ser “fraternidad contemplativa en misión”.

 

¡FELIZ CUARESMA 2021!                       

        

Julián Bartolomé Rivera, O.F.M

 Director Espiritual