Fuente: ALFA Y OMEGA
Primer
Domingo de Cuaresma (ciclo B)
Tiempo
de conversión y de preparación pascual
Con el Miércoles de Ceniza se comienza desde hace
siglos un período de 40 jornadas, al final de las cuales celebraremos la
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La liturgia de este tiempo nos prepara
y encamina gradualmente a la conmemoración anual de estos misterios mediante
dos dimensiones principales: la penitencial, cuyo máximo exponente lo
representa el rito de la bendición e imposición de la ceniza; y la pascual, que
considera estos días como un itinerario espiritual que nos conduce hacia la
Pascua. Tanto la reiterada llamada a la oración, el ayuno y la limosna, ya
presentes desde antiguo en la Palabra de Dios, como la plegaria litúrgica o el
magisterio pontificio, quieren enfatizar estas dos notas características,
incluyendo una insistencia en la puesta en práctica de determinadas virtudes.
En este sentido, el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2021 apela a
la necesidad de reavivar la fe, la esperanza y la caridad durante estas
semanas. Asimismo, junto a la dimensión penitencial y pascual existe, por una
parte, un término tradicional que condensa cuál debe ser la actitud del hombre
ante Dios que habla y actúa: la conversión. Por otro lado, nos acercaremos al
desierto, un lugar geográfico que se transforma en disposición interior para
celebrar y vivir mejor la Cuaresma.
«Convertíos y
creed»
Es la segunda vez en pocas semanas que volvemos a
tener ante nosotros la segunda parte de este pasaje evangélico. En efecto, en
el tercer domingo del tiempo ordinario escuchábamos la constatación de que «se
ha cumplido el tiempo», la cercanía del Reino de Dios y la significativa
llamada a la conversión y a la fe en la Buena Noticia. Si hace unos días estas
palabras despertaban el deseo de acoger la salvación de Dios, que comienza a
visibilizarse en su vida pública, ahora resuenan en un contexto de, si cabe,
mayor urgencia. Además, también el Miércoles de Ceniza se nos ha repetido
«convertíos y creed en el Evangelio» en una de las dos alternativas estipuladas
como fórmula de imposición de la ceniza. Ni en la comprensión ni en la
realización de este rito se obvia o diluye que se trata de una llamada dirigida
a una comunidad en la que nos integramos: la Iglesia. Por ello tiene, pues,
pleno sentido que la liturgia, asumiendo tal cual una locución bíblica, adopte
el plural «convertíos» y no el singular «conviértete». La primacía de la
perspectiva comunitaria es clave para entender que la actuación de Dios hacia
los hombres no se realiza ordinariamente de modo aislado. El Señor derrama su
gracia en el seno de la Iglesia, como pueblo suyo, del mismo modo que un día
liberó a los israelitas comunitariamente, como nación escogida. De hecho, las
excepciones a este principio suelen estar vinculadas con misiones al servicio
de la comunidad o con el interés de la Escritura en resaltar que el deseo de
Dios por salvar a su pueblo tiene lugar de modo real y concreto. Esto no
contradice que la disposición interior para acoger cualquier invitación del
Señor haya de ser estrictamente personal y no se pueda sustituir por una
colectividad.
Desierto y presencia
de Dios
Indudablemente, los 40 días de Jesús en el
desierto remiten automáticamente a los 40 años de Israel en ese lugar. Esta
experiencia aparece frecuentemente en la Biblia ligada a situaciones de soledad
y abandono, así como a la fragilidad y vulnerabilidad de quien se halla en un
entorno sin apoyo ni seguridad alguna, donde se puede padecer con mayor crudeza
la fuerza de la tentación. Sin embargo, tanto la Biblia como la experiencia
espiritual eclesial de siglos han reconocido que Dios se hace también
especialmente presente en este ambiente inhóspito, como a lo largo de los
siglos ha puesto de relieve la vida eremítica. En nuestros días, recurrir al
desierto como escenario tanto de prueba como de presencia de Dios puede
iluminar la experiencia humana del sufrimiento o la noche oscura. Este doble
carácter o ambivalencia de la imagen del desierto encaja con la afirmación de
que Jesús «vivía con las fieras y los ángeles le servían». También en nuestros
días tenemos que lidiar cotidianamente con alimañas y tentaciones que nos
acechan, manteniendo la seguridad de que, con todo, somos constantemente
asistidos por ayudas que el Señor pone a nuestra disposición. Sabemos, por lo
demás, que la práctica del retiro durante periodos de tiempo concretos posibilita
tener el corazón y la mente abiertos a la Palabra de Dios, que se hace más
nítida cuando se ha logrado hacer silencio interior.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al
desierto. Se quedó en el desierto 40 días, siendo tentado por Satanás; vivía
con las fieras y los ángeles lo servían. Después de que Juan fue entregado,
Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha
cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en el
Evangelio»
Marcos 1, 12-15