Fuente: ALFA Y OMEGA
Quinto
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
«La
cogió de la mano y la levantó»
En continuidad con el pasaje evangélico de la
semana pasada, Marcos sigue presentándonos un modelo de jornada habitual de
Jesús. Nos situamos en un sábado, en el ámbito de la sinagoga de Cafarnaún,
donde había enseñado con autoridad y liberado a un hombre que tenía un espíritu
inmundo. La escena de este domingo comienza tras abandonar ese lugar,
dirigiéndose Jesús con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. Se trata de
un episodio del que Marcos, al ser discípulo de Pedro, habría recibido
referencias precisas. Si en los anteriores versículos el Señor tenía ante Él a
un endemoniado, de nuevo le presentan a alguien con una importante necesidad:
la suegra de Pedro con fiebre, un síntoma que, dadas las circunstancias de la
época, podía estar indicando una enfermedad mortal.
Jesús ante el
sufrimiento
En dos episodios consecutivos hemos visto cómo el
Señor sana a un endemoniado y cura a una mujer. Es significativo que al comienzo
de la vida pública de Jesús, el Evangelio de Marcos nos muestre inmediatamente
al Señor actuando y sanando dolencias físicas o espirituales. Nos ha llamado a
la conversión y a creer en el Evangelio, ha escogido a sus primeros discípulos
y parece que no tiene ni un momento de descanso. Además, durante estos días, se
nos insiste en la creciente fama de quien no deja de actuar un instante. Así
aparece en la segunda parte del pasaje de este domingo. Aunque parezca extraño
que a Jesús le presenten los enfermos y endemoniados precisamente a la puesta
del sol y no antes, existe una explicación aparte del deseo de conocerlo: se
trata del anochecer del sábado, día en el que Jesús había ido a la sinagoga y
jornada en la que las actividades estaban limitadas. Para ellos, el día
siguiente comenzaba precisamente al atardecer. Y por eso a esa hora se produce
la irrupción del gentío que se agolpa en la casa de la suegra de Simón. Tanto
en la suegra de Pedro como en la multitud aquejada de diversos males, vemos
reflejada a la humanidad dolorida que ya siglos antes había descrito Job, autor
que busca darnos una explicación al problema del sufrimiento y del mal en el
mundo, y la respuesta de Dios a esas situaciones. En la primera lectura
presenta con gran pesimismo la situación real del hombre: una vida de meses
perdidos, noches de fatiga y eternas. El pesimismo llega hasta tal punto que
parece haber perdido toda esperanza, asegurando el autor que «mis ojos no verán
más la dicha», o definiendo su vida como un «soplo». Por extrema que parezca la
situación, no son pocos los que en nuestros días pueden sentirse identificados
con las palabras de Job, sobre todo las personas enfermas, solas, abatidas o
que sufren la injusticia. La pregunta reiterada a lo largo de los siglos y que
continúa estando presente es: ¿dónde está aquí Dios? Pues bien, el Evangelio
nos ofrece la respuesta cuando somos testigos de la actividad de Jesús. El
mismo Señor da razón de su misión cuando afirma: «Para esto he salido». De
hecho, una de las características principales del modo de actuar de Jesús es
que Él va al encuentro de las personas, cosa que no era habitual en los
maestros y profetas de Israel. Estos solían vivir en determinados lugares, con
frecuencia apartados, y quien necesitaba algo de ellos iba a buscarlos al
desierto o donde se encontraran. El caso más conocido es el de Juan Bautista.
Otra nota característica del modo de evangelizar de Jesús es que su predicación
y su acción van acompañadas de la oración. Su relación con el Padre no es una noticia
marginal en el Evangelio, sino que aparece como el punto sobre el que se
sostiene toda su misión. Para nosotros, por lo tanto, Jesús es un referente, no
solo por su enseñanza y su modo de acercarse a quien más lo necesita, sino
también por su incesante oración, inseparable del resto de su misión
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga,
fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba
en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la
cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al
anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y
endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos
enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo
conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía
estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón
y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el
mundo te busca». Él les responde: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas,
para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea,
predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1, 29-39