Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

martes, 31 de marzo de 2020

Jubiloso natalicio






El pasado día 25 de marzo –Solemnidad de la Anunciación del Señor- a las 6 de la mañana vino al mundo el pequeño Mauro Pérez Molero, pesando 2,660 Kgrs. La Hermandad de las Cinco Llagas felicita tanto a sus padres don José Manuel Pérez Rodríguez y N. H. Dña. Verónica Molero Lozano por tan feliz acontecimiento con el que todos nos congratulamos.


lunes, 30 de marzo de 2020

PALMAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS





Nota de la UUHH:

Este Domingo de Ramos va a ser muy especial para todos por las medidas de confinamiento que el gobierno de la nación ha impuesto debido a la pandemia del coronavirus. Es por ello que, de común acuerdo con nuestro Pastor Diocesano, os enviamos unas plantillas con palmas y olivos para que sean coloreadas por los más pequeños de la casa y las saquen a balcones y ventanas una vez finalizada la Misa de Palmas de este próximo Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Así mostraremos al mundo entero que Cristo sigue entrando en Jerusalén, y lo más importante, que ha entrado en nuestras casas.














domingo, 29 de marzo de 2020

Rogad a Dios en caridad por el alma de N.H.D. Manuel Rodríguez Porrúa





En el día de hoy ha subido al cielo N.H.D. Manuel Rodríguez Porrúa. Rogamos una oración por su alma. Por el momento no habrá sepelio. Nuestra Hermandad se une al dolor de su familia y comunicará cuándo se celebrará la misa por su eterno descanso.



A continuación transcribimos unas cariñosas palabras de don Eduardo Velo, uno de sus vecinos del barrio de San Pedro:

 

“Los barrios son sus calles parecidas, su parroquia y su párroco, sus cofradías, sus devociones, sus negocios tradicionales, sus colegios, sus olores y sus sonidos, pero sobre todo a los barrios los hacen grandes las vivencias y sus gentes. Esos vecinos emblemáticos enlazados a todo eso y a mucho más. De mi barrio de San Pedro uno de esos vecinos de siempre, unido a toda la feligresía y a los de su generación fue Manuel Rodríguez Porrúa, el querido y entrañable Porrúa, el mismo que éste Domingo de Pasión confinado nos ha dicho adiós para buscar esa libertad que tanto ansiamos, esa libertad que a veces los peligros de la vida no nos dejan ser como en el fondo somos, esa libertad que Manolo vivía a su forma y que le llevó a ser como era, sin horarios ni candelario pero servicial y amigo de verdad. Manolo se ha ido a las puertas de una nueva Semana Santa, cuando toda las velas cofrades están apagadas, para hacer como siempre,encender esa velita a su Madre Dolorosa y a su Señor. Y allí estará a las puertas de San Pedro llamando al timbre esperando que alguien le abra. Hasta siempre hermano Manolo y que Dios te abra las puertas de la eternidad y te dé el merecido descanso.”




EL PREGÓN DEL DESIERTO por don Pablo Baena



Foto: jerezcofrade.tv


Queridos todos, con la venia.

Estoy escribiendo este texto para saciar la aridez de la víspera del que iba a ser uno de los días más bonitos de mi vida. Cuando le dé difusión, y si es que termino dándosela, será Domingo de Pasión y a esa misma hora, habré cambiado el atril del Villamarta por el de las redes sociales, porque, a pesar de los pesares, estaremos a siete días de la Semana Santa.

Sí, de la Semana Santa: una Semana Santa que iba a tener el honor de anunciar y que se iba a celebrar con un formato completamente distinto al que nos encontramos.

Gracias al Sr. Obispo por su encomienda y por tanto apoyo desde el principio.

Mi gratitud también hacia la Sra. Alcaldesa por el trato dispensado en todos estos meses.

Gracias a los miembros de la Unión de Hermandades por mi designación y por el testigo que recibí de mis ilustres predecesores, que tan bien y con tanto cariño me acogieron haciéndome sentir uno más entre ellos, y del que aún me considero el más indigno merecedor. Gracias, además, por vuestro buen hacer, vuestra entrega y vuestra valentía en la toma de decisiones y en la apuesta por contribuir a que la Semana Santa de Jerez sea algo tan vivo, tan renovado y cosmopolita como fueron siempre sus productos autóctonos, sus vinos, sus fiestas y su renombre.

Gracias a las Hermandades y Cofradías de Jerez en general y a las mías en particular, que se han volcado en acompañarme en los cultos y actos que han venido organizando.

Gracias, cómo no, a los medios de comunicación y a tantos y tantos anónimos jerezanos que desde el mes de septiembre me han tratado con sumo cariño en la fusión de un abrazo, cuyo arropo conservaré en mi corazón toda la vida.

Gracias a mi familia, a mis amigos, a los que me habéis aguantado todos estos meses en los que daba miedo tanta felicidad, y en los que se me juntaron la preparación del pregón, la ahora postpuesta coronación canónica de la Virgen de mis amores y una ahora también aplazada mudanza domiciliaria.

Gracias, como no, a mi incondicional y gran amigo César Díaz, por estar siempre y por estar para todo, y, como no, por la cariñosa presentación que, sin duda, habría preparado para este acontecimiento. Justo es que le valore su aceptación por lo mucho que sé que le cuesta hablar en público. Gracias de corazón. 

Aún ahora no me puedo creer donde estoy. Si difícil me era hacerme a la idea del pregón que iba a dar, más difícil es hacerme a la idea de que hoy no hay pregón.

Y aquí me encuentro desnudando la aridez de estos sinsabores ante el público lector de mis activas redes sociales.     

Las lágrimas, que caen en este instante sobre el teclado de mi ordenador como caños, riegan el desierto de una pena que me come por dentro y por fuera, echando de menos la materialidad de la Semana Santa más bonita del mundo: la de Jerez.

Ante este abismo de nostalgia y ansiedad que se escapa a toda razón, hoy más que nunca me corre por las venas un deseo permanente de respirar el aire que envuelve cada imagen de tus Cristos y de besar cada adoquín que rozan las colas de los mantos de tus Vírgenes.

Dentro de una semana será Semana Santa y desde ya estoy echando de menos tu materialidad física: tus sonidos, tus olores, tus sabores, tus risas, tus abrazos, tus encuentros… pero queda tu recuerdo.

 El verbo “recordar” tiene una etimología preciosa. “Recordar” (re-cordis) significa traer de nuevo al corazón.

No he sido capaz todavía, desde que se anunció la suspensión de los desfiles procesionales, de ponerme a ver vídeos de cofradías. Me da mucha pena pensar lo que pudo haber sido y no va a ser.

Hace ya mucho tiempo que llevo intentando sacar cuanto menos mejor el móvil para grabar una procesión, porque eso me priva de la amplitud sensorial de lo que estoy viviendo en ese momento. Lo que se guarda en el corazón de cada instante es lo que realmente uno es capaz de revivir.

Un simple recuerdo puede tener una capacidad ilimitada porque es capaz de reunir en un solo latido del corazón un infinito conjunto de sensaciones a la vez.

El simple tañido de una campana, es capaz de hacerte revivir a la vez un olor, un sabor, una luz, una pieza musical y hasta una Semana Santa completa.

¡Ay, Jerez, qué lejos estás hoy de Bornos!

¡Qué largos se hacen los días que hubieran corrido tanto para poderte agradecer desde el atril del teatro las muchas satisfacciones que me das a lo largo del año!

Cuando subí a la Virgen del Amparo al altar tras el besamanos, no podía imaginar que ese corazón alado que me llevaba me iba a servir de tanto consuelo.

En mi pregón había una parte dedicada a las Vírgenes que se quedan en los altares, como se queda Ella, mi niña bonita de las Puertas del Sur. Pero es que hoy se han quedado todas en los altares.

Sin embargo, tenemos que ayudar a la Virgen con nuestra oración a que su corazón llegue volando a las camas de los hospitales, que hoy están convertidas en calvarios, a las residencias y hogares de los ancianos que están privados de las visitas de sus familiares, a las manos de los sanitarios que están haciendo más que nunca de Cirineos de esos otros Cristos que están cargando con la cruz de esta epidemia.

Hoy, que los antifaces se han convertido en mascarillas, estamos viendo más que nunca cómo las Hermandades son capaces de dar la talla en otras estaciones de penitencia que nadie ve en el día a día y que siguen eclipsadas por la censura informativa que estamos, encima, padeciendo.

En el final de esta cuaresma se han montado los altares de culto en las cabeceras de las camas de los hospitales con las estampas de las benditas imágenes.         

Los días de la Semana Santa se dan siempre la mano uno al otro y en ellos parece que se junta la noche con el día siguiente. Y también eso nos recuerda la situación actual del confinamiento. Pero esto es mucho menos agradable.

Quizás estemos viviendo la cuaresma más dura que hayamos vivido nunca, cuando nos vemos identificados, como no ha habido ocasión igual, con los israelitas esclavos en Egipto donde las plagas azotaron la altivez de Faraón. Anoche veíamos a Jesús Sacramentado salir a la plaza de San Pedro en manos del Papa como un nuevo Moisés para conducirnos a una Tierra Prometida de salvación y esto, o te lo crees, o no te lo crees.

Esta cuaresma en cuarentena, y aún cayendo en la redundancia, nos recuerda más que nunca los cuarenta años de desierto, que están vinculados intrínsecamente con la Pascua.

Se anunciaba esta Semana Santa con los ojos de la Virgen de la Esperanza, y qué mejor pregón que el que está escrito en esos ojos.

¡Viva Jerez!



.



Nuestra Hermandad de las Cinco Llagas ha donado a través de la Diputación de Caridad 100 euros al Hogar San Juan







sábado, 28 de marzo de 2020

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA


V Domingo de Cuaresma (ciclo A)
Jesucristo, camino a la vida auténtica

Probablemente no existe en el mundo un impulso más fuerte que el deseo de vivir. Somos testigos de cómo la naturaleza y también el hombre buscan la vida. Sin embargo, sabemos que nos vamos a morir. Si no es antes, será después. Y esto es un drama para todos nosotros, que anhelamos la vida. Se podrá prolongar la vida un tiempo, pero nada detiene el día en que llega. Nuestra reacción primera es rebelarnos contra ello, intentando quitar realismo a esta certeza de varias formas:
La primera es convirtiendo la muerte en un tabú, tratando de ocultarla, no pensando en ella. Sin embargo, es inútil cuando la muerte nos toca de cerca. Nadie puede dejar de llorar la muerte de seres queridos. De hecho, esto es natural y no significa falta de fe, sino que amamos a las personas. Jesús mismo lloró la muerte de su amigo Lázaro. También causa desconcierto y gran dolor cuando ocurre de improviso. Pero habitualmente cada familia gestiona el dolor individualmente. Por el contrario, cuando golpea al conjunto de una sociedad es más difícil silenciar esta incómoda realidad, y muchos al mismo tiempo nos interrogamos sobre el sentido de la vida y nos aferramos más a ella, valorando aspectos que habitualmente pasan desapercibidos.
El segundo modo de afrontar la partida de seres queridos es expresando con imágenes nuestro deseo de que el final no sea un estado definitivo. Así ocurre cuando, por ejemplo, afirmamos que alguien no muere porque permanece en nuestro recuerdo o corazón. Pero sabemos que se trata de expresiones de cariño y de intentos de consuelo que solo confirman lo que ven nuestros ojos. En definitiva, aunque queramos someter la muerte, no podemos.

La acción de Dios supera nuestras expectativas
Cuando las hermanas de Lázaro, enfermo, llaman a Jesús, están pidiendo una curación temporal para su hermano. Piensan que eso es lo máximo que podría hacer Jesús: devolverle la salud temporalmente, ya que no concebían una vida más allá de una prolongación limitada de la misma. De hecho, Lázaro volvió a morir. Sin embargo, debemos girar el foco hacia Jesús, que en su vida realizará el verdadero milagro. No es casualidad escuchar este texto una semana antes de la narración de la Pasión del Señor. De hecho, este signo fue una de las causas que adelantó el proceso de condena a muerte contra Jesús. Paradójicamente, también precipitaría su victoria definitiva sobre la muerte. Y únicamente a partir de la Resurrección de Jesucristo podemos descifrar lo que significa «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». Así de claras y de tajantes son las palabras de Jesús. Evidentemente, el Señor ya no se está refiriendo a una vida de carácter meramente biológico, como la que tenemos ahora, sino a una vida nueva y de mayor fuerza que la actual, porque es eterna e incorruptible. La escena de Lázaro saliendo de la tumba hace, sin duda, referencia al sepulcro vacío al que acuden las mujeres el primer día de la semana. Así pues, este episodio está preparando el gran acontecimiento que llevará el Señor a cabo días después y que nosotros celebraremos en algo más de dos semanas: que Jesucristo vive para siempre para no morir más y que nosotros disfrutaremos de esa vida. Esto es lo que el Evangelio nos pide creer. No se trata, por lo tanto, de una vida imaginaria, de una narración mitológica o legendaria, sino del fundamento de la fe y del ser de la Iglesia, a la cual nosotros nos incorporamos desde que hemos sido bautizados. Es a través de la unión con Cristo como nosotros vamos recibiendo gradualmente esa vida verdadera que no conoce la corrupción del sepulcro y que ha impulsado a tantos cristianos a lo largo de los siglos a afrontar la propia muerte como el último paso que hay que dar para estar junto al Señor definitivamente. Nunca debemos olvidar que el don de Dios supera siempre nuestras expectativas.


  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia de Madrid




Evangelio

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, el que Tú amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Solo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?». Le contestaron: «Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?». Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que Tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en Él.



Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45







viernes, 27 de marzo de 2020

Via Crucis para el día de hoy viernes

Proponemos un Via Crucis para unirnos en la oración en el día de hoy aunque lo hagamos individualmente o en familia.


Vía Crucis compuesto por el Santo Cardenal John Henry Newman


Primera estación
Jesús es condenado a muerte
Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento y a una muerte abyecta.
Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.
Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?

Segunda estación
Jesús carga con la cruz
Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad.
Eso es cierto; pero recuérdalo: esa Cruz agobiante es la carga de nuestros pecados. Al caer sobre sus hombros y su cuello, cayó como un trallazo. ¡Qué peso tan brutal he descargado sobre Ti, Jesús! Aunque estabas completamente preparado –porque todo lo ves en la tranquila visión de tu mente clara–, tu cuerpo frágil se tambalea cuando la Cruz cae sobre Ti. ¡Qué miserable he sido alzando mi mano contra Dios! ¿Cómo iba a pensar siquiera que me perdonaría, de no ser porque Él mismo anunció que esta amarga Pasión la sufría para poder perdonarnos? Yo reconozco, Jesús –y siento angustia en mi corazón arrepentido–, que mis pecados te han golpeado la cara, han llenado de moratones tus brazos adorables, han destrozado tu carne con hierros, te han clavado a la Cruz y te han dejado morir ahí lentamente.

Tercera estación
Jesús cae por primera vez
Jesús, doblado bajo el peso del madero alargado e irregular que lleva arrastrando, avanza lentamente entre las burlas e insultos de la multitud. La agonía en el huerto, suficiente para extenuarle, fue sólo el principio de otros muchos sufrimientos. Con todo su corazón, sigue adelante pero le fallan las fuerzas y cae.
Sí; es lo que temía. Jesús, mi Señor fuerte y poderoso, es por un momento más débil que nuestros pecados. Jesús cae, pero llevó el peso. Se tambalea, pero se levanta con la Cruz de nuevo y sigue adelante. Él ha caído para que tú, alma mía, tengas un anuncio y un recordatorio de tus pecados.
Me arrepentí de mis pecados y, durante un tiempo, fui adelante; pero al final la tentación me venció y me vine abajo. De repente, pareció que todos mis buenos hábitos desaparecerían; como si me despojaran de un vestido, así de rápida y completamente perdí la gracia. En ese momento miré a mi Señor… Se había desplomado. Me cubrí la cara con las manos, en un estado de tremenda confusión.

Cuarta estación
Jesús encuentra a su madre
Jesús se pone en pie; se ha herido en la caída, pero sigue adelante con la Cruz sobre los hombros. Va encorvado, pero alza la cabeza un momento y ve a su Madre. Se miran sólo un instante, y Él avanza.
De ser posible, María hubiera preferido padecer ella todos los sufrimientos de su Hijo, antes que estar lejos y no haberlos presenciado. También para Él fue un alivio, una brisa fresca y consoladora, verla, ver su triste sonrisa entre las miradas y ruidos que le cercan. Ella le había visto en su plenitud humana y en su gloria, había contemplado su rostro, fresco de paz e inocencia divinas. Ahora le veía tan cambiado, tan deformado que lo reconoció con dificultad, sólo por esa mirada que le dirigió, profunda, intensa, llena de paz. Ahora me cargaba con el peso de los pecados del mundo, el rostro de Jesús, santidad absoluta, exhibía la imagen de todas las maldades. Parecía un criminal que esconde una culpa horrible. Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. Ni uno solo de sus rasgos, ninguno de sus miembros expresaba sino culpa, maldición, castigo, angustia.
¡Qué encuentro entre Madre e Hijo! Uno y otra se consolaron porque existía un mismo sentir. Jesús y María: ¿llegarán a olvidar, en toda la eternidad, aquella marea de dolor?

Quinta estación
Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz
Las fuerzas terminan por fallarle del todo y ya no puede seguir. Los verdugos, perplejos, se quedan parados. ¿Qué hacer? ¿Cómo va a llegar al Calvario? Pronto se fijan en uno que parece fuerte y ágil, Simón de Cirene. Lo agarran y le obligan a llevar la Cruz con Jesús. Mirar al dolor en persona taladra el corazón de aquel hombre. ¡Qué honor! ¡Feliz tú, predilecto de Dios! Y con alegría carga con su parte de la Cruz.
Ha sido por la oración de María. Jesús oraba, pero no por Él; sólo que pudiera beber hasta el final el cáliz del dolor y cumplir la voluntad de su Padre. Pero ella actuó como una madre: fue tras Él con la oración, ya que no podía ayudarle de otra manera. Ella envió a aquel hombre a ayudarle. Ella hizo que los soldados vieran que podían acabar con Él. Madre amable, haz lo mismo con nosotros. Pide siempre por nosotros, Madre Santa; mientras estemos en el camino, ruega por nosotros, sea cual sea nuestra Cruz. Pide por nosotros, caídos, y nos levantaremos. Pide por nosotros cuando el dolor, la angustia o la enfermedad nos lleguen. Pide por nosotros cuando nos hunda el poder de la tentación y envíanos un fiel siervo tuyo a socorrernos. Y si merecemos reparar por nuestros pecados en la otra vida, mándanos un Angel bueno que nos dé momentos de respiro. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

Sexta estación
La Verónica limpia el rostro de Jesús
Mientras Jesús asciende la colina lenta y pesadamente, bañado en el sudor de la muerte, una mujer se abre paso entre la muchedumbre y le seca el rostro con un lienzo. En pago por su compasión, el sagrado rostro queda impreso en la tela.
Aquella ayuda enviada por la ternura de una Madre no fue todo. Sus oraciones llevaron a Verónica, lo mismo que a Simón, hasta Jesús. A Simón para un trabajo de hombre; a Verónica, de mujer. Ella le sirvió mientras pudo con su afecto. Lo mismo que la Magdalena vertió el ungüento en el banquete, Verónica le ofreció su lienzo en la Pasión. “¿Qué más no haría yo?”, decía. “Ojalá tuviera la fuerza de Simón, para cargar yo también con la Cruz”. Pero sólo los hombres pueden ayudarle a Él, Sumo Sacerdote, cuando ofrece el solemne sacrificio. Jesús, concédenos servirte según nuestra situación y, lo mismo que aceptaste ayuda en tu hora de dolor, danos el apoyo de tu gracia cuando el Enemigo nos ataque.
Siento que no puedo resistir la tentación, el cansancio, el desaliento y el pecado; entonces, ¿de qué sirve buscar a Dios? Caeré, Amado Salvador mío, es seguro que caeré, si Tú no renuevas mis fuerzas, como las águilas, y me llenas de vida por dentro con el amoroso toque de tus sacramentos.

Séptima estación
Jesús cae por segunda vez
A cada paso crecen el dolor de sus heridas y la pérdida de sangre. Los miembros le fallan otra vez y Jesús cae al suelo.
¿Qué ha hecho Él para merecer esto? ¿Es este el pago que el tan esperado Mesías recibe del pueblo elegido, los hijos de Israel? Sé la respuesta: Él cae porque yo he caído. He caído otra vez. Yo sé bien que sin Tu gracia, Señor, no puedo mantenerme en pie; creía estar cerca de Ti pero he perdido tu gracia una vez más. He dejado enfriar mi devoción, he cumplido tus mandamientos de manera rutinaria y formal, sin afecto interior; así he ido también a los sacramentos, a la Eucaristía. Me volví tibio. Creí que la batalla había terminado, y dejé de luchar. No tenía una fe viva, perdí el sentido de lo espiritual. Cumplía mis deberes por puro hábito y porque los demás lo vieran. Yo debía ser una criatura completamente renovada, vivir de fe, de esperanza, de amor; pero pensaba más en este mundo que en el que ha de venir. Terminé por olvidar que soy siervo de Dios, seguí el camino ancho que lleva a la destrucción y no el otro, estrecho, que lleva a la vida. Así me aparté de Ti.

Octava estación
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén
Al ver los sufrimientos de Jesús, las santas mujeres sienten tal punzada de dolor que, sin importarles las consecuencias, gritan su pena y le compadecen a voces. Jesús se vuelve a ellas: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vosotras y por vuestros hijos”.
Señor, ¿soy yo uno de esos hijos pecadores por los que Tú invitas a llorar? “No lloréis por Mí, que soy el Cordero de Dios y, por voluntad propia, estoy pagando por los pecados de los hombres. Sufro ahora, pero después triunfaré, y cuando triunfe, las almas por las que ahora muero serán mis amigos más queridos o enemigos inmerecidos”.
¿Es posible? ¿Cómo soportar el pensamiento de que Tú, Señor, lloraste por mí –¡Tú lloraste por mí!– como lloraste por Jerusalén? ¿Es posible que, por tu Pasión y Muerte, yo me pierda en vez de ser rescatado? Señor, no me dejes. ¡Soy tan poca cosa, hay tal miseria en mi corazón y tan poca fuerza en mi espíritu para hacerle frente! Señor, ten piedad de mí. Es tan difícil apartar de mi corazón el espíritu del mal. Sólo Tú puedes echarlo lejos.

Novena estación
Jesús cae por tercera vez
Ya casi había alcanzado lo alto del Calvario, pero antes de llegar al punto donde va a ser crucificado, Jesús cae otra vez; y de nuevo es arrastrado y empujado brutalmente por los soldados.
La Escritura habla de tres caídas del diablo. La primera fue al comienzo del mundo; la segunda, cuando el Evangelio y el Reino de los Cielos se anunciaban al mundo; la tercera cuando acaben todas las cosas. La primera la cuenta el evangelista San Juan: “Se produjo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y el dragón luchaba, y sus ángeles. Pero no lograron vencer y perdieron su lugar en los cielos. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, la que se llama diablo y Satanás”. La segunda caída, en tiempos del Evangelio, la cuenta el Señor: “Veía a Satanás, como el rayo, caer desde el cielo”. La tercera, también San Juan: “Cayó del cielo fuego divino y el diablo fue arrojado al estanque de fuego”.
Cuando el Maligno movió a Judas a traicionar a nuestro Señor, pensaba en estas tres caídas, la pasada, la presente y la futura. Esta fue su hora. Nuestro Señor, al ser apresado, dijo a sus enemigos: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Satanás sabía que su tiempo era corto y se aprestó a emplearlo; pero sin advertir que sus actos apresuraban la salvación del mundo que nuestro Señor traía con su Pasión y Muerte. Como venganza, y –eso pensaba– seguro de su triunfo, le golpeó una, dos, tres veces, cada vez con más fuerza. El peso de la Cruz, la brutalidad de los sayones y la turba no fueron más que instrumentos. Jesús, Hijo único de Dios, Verbo Encarnado, Te alabamos, Te adoramos, Te ofrecemos nuestro amor porque te has abajado tanto, hasta someterte al poder del enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos así a nosotros de ser eternamente siervos suyos.
Esta es la peor caída de las tres. Las fuerzas le fallan completamente y pasa un poco hasta que los soldados le levantan. No es más que un signo de lo que me pasará a mí, cada vez más tibio. Desde el principio Jesús ve el final. Pensaba en mí mientras se arrastraba subiendo la colina del Calvario. Veía que yo volvería a caer, a pesar de tantas advertencias y ayudas. Vio que pondría la confianza en mí mismo y que entonces el enemigo me sorprendería con tentaciones. Yo creía conocer mis defectos; sabía dónde era fuerte, pero Satanás fue hacia ese punto débil, mi autosuficiencia, e hizo estragos.
Me faltaba humildad. Creía que a mí el mal no podía tocarme, que había superado el peligro de pecar; pensaba que era fácil ir al cielo y no estaba vigilante. Todo por orgullo. Por eso caí de nuevo, por tercera vez.

Décima estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
Por fin llega al lugar del sacrificio y se preparan para crucificarle. Desgarran sus vestiduras sobre su cuerpo sangrante, que queda expuesto –Él, Santo de los Santos– a la mirada y al burdo griterío de la multitud.
Tú, Señor, fuiste despojado de todo en tu Pasión y expuesto a la curiosidad y a la burla de la gente; haz que me desprenda de mí mismo, aquí y ahora, para que en el último día no me cubra de bochorno ante los ángeles y los hombres. Tú soportaste la vergüenza del Calvario para librarme a mí de la vergüenza del Juicio Final. Tú, que nada tenías de que avergonzarte, sufriste vergüenza por haber tomado la naturaleza humana. Cuando te quitaron los vestidos, tu cuerpo inocente fue humilde y amorosamente adorado por los ángeles más escogidos: te rodearon mudos de asombro, atónitos de tu belleza, temblando ante tu anonadamiento.
Señor, ¿qué sería de mí si me tomaras y, despojado del ropaje de tu gracia, me vieran tal como soy realmente? ¡Cuánta suciedad! Incluso limpio de pecado mortal, ¡cuánta miseria en mis pecados veniales! ¿Cómo voy a presentarme ante los ángeles y ante Ti si Tú no quemas tanta lepra con el fuego del Purgatorio?

Undécima estación
Jesús, clavado en la Cruz
Fijan a Jesús en la Cruz, tendida sobre el suelo. Con mucho esfuerzo y después de bandearse pesadamente a un lado y otro, la Cruz acaba por hincarse en el hueco abierto en la tierra. O quizá –como piensan otros– la Cruz es primero erguida y luego, Jesús alzado y clavado al madero. Mientras los verdugos clavan salvajemente los enormes clavos, Él se ofrece al Padre Eterno en rescate por la humanidad. Caen los martillazos, la sangre salta.
Sí; pusieron en alto la Cruz, colocaron una escalera y habiéndole desnudado, le hicieron subir. Agarrando débilmente con las manos la escalera, los peldaños, subiendo con esfuerzo, lentos e inseguros los pies, y resbalando, si los soldados no estuvieran allí para sujetarle, habría caído al suelo. Al alcanzar la base para apoyar los pies, se giró con modestia y dulzura hacia la muchedumbre enfurecida, alargando las manos como si quisiera abrazarles. Después, con amor, puso sus manos en el travesaño esperando a que los verdugos, con clavos y martillos, perforaran sus manos y le clavaran a la Cruz. Ahí cuelga ahora, enigma para el mundo, temor de los demonios, asombro inexplicable, pero también alegría y adoración de los Ángeles.

Duódécima estación
Jesús muere en la Cruz
Jesús, tres horas colgado. En ese tiempo, reza por quienes le matan, promete el Paraíso al ladrón arrepentido y entrega su Madre Bendita al cuidado de San Juan. Con todo ya cumplido, inclina la cabeza y entrega el espíritu.
Ya ha pasado lo peor. El Santo, muerto, se ha ido. El más compasivo de los hijos de los hombres, el que ha derrochado más amor, el más santo, ya no está. Jesús ha muerto y en su muerte ha muerto mi pecado. De una vez por todas, ante los hombres y ante los ángeles, rechazo el pecado para siempre. En este momento me entrego a Dios del todo. Amar a Dios será mi primordial empeño. Con la ayuda de su gracia crearé en mi corazón aborrecimiento y dolor profundo por mis pecados. Me empeñaré en detestar el pecado, tanto como antes lo amé. En las manos de Dios me pongo, y no a medias sino del todo, sin reservas. Te prometo, Señor, con la ayuda de tu gracia, huir de las tentaciones, evitar toda ocasión de pecado, escapar enseguida de la voz del Maligno, ser constante en la oración: morir al pecado, para que Tú no hayas muerto en la Cruz por mí, en vano.

Decimotercera estación
Bajan a Jesús de la cruz y lo entregan a su madre
La gente se ha ido a casa. El Calvario queda solitario y en silencio; sólo Juan y las santas mujeres están allí. Llegan José de Arimatea y Nicodemo, bajan de la Cruz el cuerpo de Jesús, y lo ponen en brazos de María.
Por fin, María, tomas posesión de tu hijo. Ahora que sus enemigos ya no pueden hacer más, te lo dejan, como un despojo. Mientras esos amigos inesperados hacen su difícil tarea, tú le miras con pensamientos que jamás encontrarán palabras. Tu corazón lo atraviesa aquella espada de que habló Simeón. Madre dolorosa, en tu dolor hay una alegría aún más grande. La alegría que iba a venir te dio fuerzas para permanecer junto a Él colgado de la Cruz. Con más fuerza ahora, sin desvanecerte, sin temblar, recibes su cuerpo en tus brazos, en tu regazo maternal.
Eres inmensamente feliz ahora que ha vuelto a ti. De tu casa salió, oh Madre de Dios, con toda la fuerza y la belleza de su Humanidad; a ti vuelve descalabrado, hecho pedazos, mutilado, muerto. Y, a pesar de todo, Madre Bendita, más feliz eres en este momento atroz que aquel día de las bodas, cuando estaba a punto de irse; pero a partir de ahora, el Salvador Resucitado nunca más se separará de ti.

Decimocuarta estación
El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro
Sólo tres cortos días, un día y medio… María tiene que dejarte. Todavía no ha resucitado.
Los amigos lo toman de sus brazos y lo ponen en una sepultura digna. Y la cierran con cuidado, hasta que llegue el momento de su Resurrección.
Reposa, duerme en paz un poco, en la quietud del sepulcro, amado Señor nuestro, y después levántate y reina sobre tus hijos para siempre. Como las fieles mujeres, también nosotros te velaremos, porque todo nuestro tesoro, nuestra vida entera, está puesta en Ti. Y cuando nos llegue la hora de morir, concédenos, dulce Jesús, dormir en paz nosotros también el sueño de los santos. Que durmamos en paz ese breve intervalo entre nuestra muerte y la resurrección de todos los hombres. Guárdanos del enemigo, sálvanos del castigo eterno. Que nuestros amigos nos recuerden y recen por nosotros, Señor. Que por el sacrificio de la Misa las penas del Purgatorio –que hemos merecido y que sinceramente aceptamos– pasen pronto. Concédenos momentos de alivio allí, envuélvenos en santas esperanzas y acompáñanos mientras reunimos fuerzas para subir a los Cielos. Permite a nuestros Ángeles Custodios que nos ayuden a remontar aquella escala de gloria que vio Jacob y que lleva de la tierra al cielo.
Y al llegar, que las puertas de lo Eterno se abran ante nosotros con música de Ángeles, que nos reciba san Pedro y que nuestra Señora, la gloriosa Reina de los santos, nos abrace y nos lleve a Ti y tu Padre Eterno y a tu Espíritu, tres Personas, Un solo Dios, para participar en su Reino por los siglos de los siglos.

jueves, 26 de marzo de 2020

Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos





SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

 

DECRETO

 

En tiempo de Covid-19 (II)

 

    Considerado la rápida evolución de la pandemia del Covid-19 y teniendo en cuenta las observaciones recibidas de las Conferencias Episcopales, esta Congregación ofrece una actualización de las indicaciones generales y de las sugerencias ya dadas a los Obispos en el anterior decreto del 19 de marzo de 2020.


    Dado que la fecha de la Pascua no puede ser trasladada, en los países afectados por la enfermedad, donde se han previsto restricciones sobre las reuniones y la movilidad de las personas, los Obispos y los presbíteros celebren los ritos de la Semana Santa sin la presencia del pueblo y en un lugar adecuado, evitando la concelebración y omitiendo el saludo de paz.


Los fieles sean avisados de la hora del inicio de las celebraciones, de modo que puedan unirse en oración desde sus propias casas. Podrán ser de gran ayuda los medios de comunicación telemática en directo, no grabados. En todo caso, es importante dedicar un tiempo oportuno a la oración, valorando, sobre todo, la Liturgia Horarum.


    Las Conferencias Episcopales y cada una de las diócesis no dejen de ofrecer subsidios para ayudar en la oración familiar y personal.


1.- Domingo de RamosLa Conmemoración de la Entrada del Señor en Jerusalén se celebre en el interior del edificio sagrado; en las iglesias catedrales se adopte la segunda forma prevista del Misal Romano; en las iglesias parroquiales y en los demás lugares, la tercera.


2.- Misa crismal. Valorando la situación concreta en los diversos países, las Conferencias Episcopales podrán dar indicaciones sobre un posible traslado a otra fecha.


3.- Jueves Santo. Se omita el lavatorio de los pies, que ya es facultativo. Al final de la Misa en la Cena del Señor, se omita también la procesión y el Santísimo Sacramento se reserve en el sagrario. En este día, se concede excepcionalmente a los presbíteros la facultad de celebrar la Misa, sin la presencia del pueblo, en lugar adecuado.


4.- Viernes Santo. En la oración universal, los Obispos se encargarán de preparar una especial intención por los que se encuentran en situación de peligro, los enfermos, los difuntos (cf. Missale Romanum). La adoración de la Cruz con el beso se limite solo al celebrante.


5.- Vigilia Pascual. Se celebre solo en las iglesias catedrales y parroquiales. Para la liturgia bautismal, se mantenga solo la renovación de las promesas bautismales (cf. Missale Romanum).


Para los seminarios, las residencias sacerdotales, los monasterios y las comunidades religiosas se atengan a las indicaciones del presente Decreto.


Las expresiones de piedad popular y las procesiones que enriquecen los días de la Semana Santa y del Triduo Pascual, a juicio del Obispo diocesano podrán ser trasladadas a otros días convenientes, por ejemplo, el 14 y 15 de septiembre.


De mandato Summi Pontificis pro hoc tantum anno 2020.

 

En la Sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 25 de marzo de 2020, solemnidad de la Anunciación del Señor.


 

Robert Card. Sarah

Prefecto

 

        Arthur Roche

        Arzobispo Secretario