Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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domingo, 29 de mayo de 2022

sábado, 28 de mayo de 2022

Falleció el cardenal Sodano, secretario de Estado de dos Papas




 


Anoche falleció el cardenal Angelo Sodano, a los 94 años, quien desde hacía tiempo estaba ingresado en el Hospital Columbus-Gemelli de Roma tras haber contraído Covid-19. Como secretario de Estado, dirigió la diplomacia vaticana en mediaciones internacionales e iniciativas de paz durante 15 años.


Fuente: Vatican News

 

El cardenal Angelo Sodano, decano emérito del Colegio cardenalicio, secretario de Estado de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI, falleció anoche en Roma a la edad de 94 años. El purpurado, que padecía neumonía, se encontraba ingresado en el Hospital Columbus-Gemelli desde la noche del 9 de mayo, tras dar positivo al Covid-19.


El cardenal Sodano fue secretario de Estado del Vaticano de 1991 a 2006 y decano del Colegio cardenalicio de 2005 a 2019. Era el segundo de seis hijos. Había nacido en Isola d'Asti, en la región italiana de Piamonte, el 23 de noviembre de 1927. 


Sus padres, Giovanni y Delfina Sodano, pertenecían a una familia rural piamontesa que realizó notables aportaciones a la vida de la Iglesia y del Estado. Su padre también fue diputado al Parlamento italiano de 1948 a 1963, durante tres legislaturas. El joven Angelo completó sus estudios filosóficos y teológicos en el seminario episcopal de Asti, mientras en Roma obtuvo su doble titulación: en teología en la Pontificia Universidad Gregoriana y en derecho canónico en la Pontificia Universidad Lateranense.


El 23 de septiembre de 1950 fue ordenado sacerdote en la catedral de Asti. La enseñanza de la teología dogmática y el apostolado entre los jóvenes estudiantes caracterizaron los primeros años de su ministerio. En 1959 fue llamado por el cardenal Angelo dell'Acqua, entonces sustituto de la Secretaría de Estado, al servicio de la Santa Sede. Asistió a los cursos de la Pontificia Academia Eclesiástica, y luego fue destinado a las nunciaturas apostólicas de Ecuador, Uruguay y Chile, como secretario de nunciatura. En 1968 regresó a Roma, donde trabajó durante una década en el Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia. Como miembro de las Misiones de la Santa Sede, visitó Rumanía, Hungría y Alemania del Este.


El 30 de noviembre de 1977, San Pablo VI lo nombró arzobispo titular de Nova di Cesare y nuncio apostólico en Chile. Unas semanas más tarde, el 15 de enero de 1978, recibió la ordenación episcopal de manos del cardenal Antonio Samorè en la Colegiata de San Secondo de Asti. Trabajó en el país sudamericano durante diez años: visitó casi todas las diócesis y colaboró en la conclusión exitosa de la mediación pontificia entre Chile y Argentina.


En 1988, San Juan Pablo II lo llamó para sustituir al cardenal Achille Silvestini en el cargo de secretario del entonces Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia. Un año más tarde, cuando entró en vigor la Constitución Apostólica Pastor Bonus, Sodano asumió el título de secretario para las Relaciones con los Estados, dedicándose en particular a la Comisión Pontificia para Rusia, de la que era presidente.


Representó a la Santa Sede en diversas reuniones internacionales, como las de los ministros de Asuntos Exteriores de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa. En diciembre de 1990 asumió el cargo de pro-secretario de Estado, convirtiéndose en secretario de Estado el 29 de junio de 1991, un día después de ser creado cardenal. En el 2002 fue elegido vicedecano del Colegio de cardenales. Sus títulos cardenalicios fueron los de Santa Maria Nuova, in commendam desde 1991; de la iglesia suburbicaria de Albano, desde el 10 de enero de 1994 y de la iglesia suburbicaria de Ostia, desde el 30 de abril de 2005. 


Participó en el cónclave que eligió a Benedicto XVI en el 2005, quien, apenas subió al trono papal, el 30 de abril de 2005, lo reconfirmó como secretario de Estado y aprobó su elección como decano del Colegio cardenalicio, cargo que hasta entonces ocupaba el propio cardenal Joseph Ratzinger. Unos meses después, el Papa aceptó su renuncia al cargo de secretario de Estado y le sucedió el cardenal Tarcisio Bertone.


En el 2019 Francisco aceptó la renuncia del cardenal Sodano del cargo de decano del Colegio cardenalicio. Previamente, por designación pontificia, participó en el 2014 en la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización" y un año después en la XIV Asamblea General Ordinaria sobre "La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo".


Con el fallecimiento del cardenal Angelo Sodano, el Colegio cardenalicio queda formado por 208 cardenales, de los cuales 117 son electores y 91 no electores.

 


jueves, 19 de mayo de 2022

Se suspenden los rezos semanales del día de hoy

 



Ante la altísima incidencia de casos de covid y gripe A entre los miembros de nuestra corporación, quedan suspendidos los rezos de hoy jueves. La próxima semana, D.M., podremos reunirnos de nuevo en torno a nuestros Sagrados Titulares.




domingo, 15 de mayo de 2022

miércoles, 11 de mayo de 2022

El pasado jueves día 5 celebramos Santa Misa de acción de gracias cuya íntegra homilía del padre Santiago Gassín compartimos con todos los hermanos





 


¡Alabado sea Jesucristo!

 

A Dios se le deben dar gracias siempre y en todas partes. La Sagrada Escritura nos exhorta a la gratitud en todas sus páginas: “¿cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho?” reza el Salmo 115. Y San Pablo nos recuerda con frecuencia: “Dad gracias siempre por todo a nuestro Dios y Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.” A los Filipenses escribirá: “Por nada os inquietéis, sino que en todo tiempo, en la oración y en la plegaria, sean presentadas a Dios nuestras peticiones acompañadas de acción de gracias” (Flp. 4,6).

 

Queridos hermanos, esta tarde estamos aquí celebrando esta Santa Misa, precisamente, dando gracias a Dios. Alguno podría quizá, pensar, con criterios humanos que este año no se debería celebrar esta Misa porque no tenemos motivos para dar gracias a Dios y estaría errando. Porque, ¡claro que tenemos que dar gracias, en todo y por todo!  Porque, como dice San Pablo, todo es para bien de los que aman al Señor, aunque a veces no lleguemos a comprender cómo puede ser esto. Afirmaba el gran San Agustín comentando este pensamiento de San Pablo: “A los que aman a Dios, todo contribuye para su mayor bien: Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho, de suerte que aún a quienes se desvían y extralimitan, les hace progresar en la virtud. Porque se vuelven más humildes y experimentados… las aflicciones y tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección”.

 

¿Qué hemos de hacer, pues, en las dificultades?

Sacar provecho de ellas, aprender y con la ayuda de Dios y ayuda mutua, fraterna, sostenida por la fe y la caridad, superarlas y dar gracias a Dios.

Permitidme, por favor, que os diga no sólo como sacerdote, sino también como cofrade – que lo soy desde niño porque así lo aprendí en esta tierra nuestra-, que en el mundo de las hermandades y cofradías y, desgraciadamente, también en todos los ámbitos de la Iglesia, corremos el riesgo muchas veces de interpretar problemas, situaciones, dificultades, con criterios y actitudes meramente humanos, como si se tratara de una entidad civil, de una asociación de vecinos, de un partido político. Nos olvidamos de iluminar las situaciones con la luz de la fe, a la luz del Evangelio, para dejar que entren por las rendijas del alma y de la Hermandad los criterios mundanos, o sea, que, en lugar de iluminarlo todo con la fe y de impregnar nuestras palabras y obras con la caridad de Cristo, le seguimos el juego al maligno, que es el padre de la mentira y de la división.

Nos olvidamos de que estamos aquí para dar culto al Señor y a Nuestra Madre Santísima, con la estación de penitencia, pero también con los cultos litúrgicos anuales, con el testimonio de una vida santa y cristiana, iluminada y sostenida por unos principios morales y de virtud inspirados en el Evangelio y la doctrina perenne de nuestra Madre la Iglesia.

 

En estas ocasiones cada cual hemos de hacer examen de conciencia y, puesto que todo es para bien de los que aman al Señor, como dice San Pablo, nuestra mayor preocupación ha de ser que todos y cada uno de nosotros nos encontremos en el grupo de los que aman al Señor. Ese Señor que, como recuerdo de su Dolorosa Pasión habiendo resucitado íntegramente, conserva, sin embargo, en su Cuerpo glorioso únicamente cinco perlas preciosas, cinco rubíes resplandecientes, como cinco estrellas rutilantes cuyo fulgor no se apaga (sus Cinco Llagas): cinco trofeos de su victoria sobre la muerte, el demonio y el pecado.

Esas Cinco Llagas que nos recuerdan que, en las contrariedades de la vida, Él lo sigue dando todo por nosotros, porque nos sigue amando infinitamente y comprende nuestra debilidad. Esas Cinco Llagas que están recordándole constantemente a Dios Padre el precio que su Hijo pagó por nuestro rescate. Demos gracias a Dios por esas Cinco Llagas que besaría con tanta delicadeza y amor María Santísima Nuestra Madre y Nuestra Esperanza. Ella nos guía a puerto seguro en todas las tempestades de la vida, en la que habéis vivido como hermandad y en las que cada uno tiene que ir navegando a lo largo de los años.

No quisisteis dejarla sola. Tampoco ella os abandonará. Es posible que, por habernos fijado demasiado en las dificultades, asome a veces la desesperanza o el cansancio en la lucha. Sois herederos de una preciosa tradición que es también vida. Es el momento de recurrir a María, invocando su nombre. Y lo hacemos concluyendo con una preciosa exhortación de San Bernardo, cantor de la Virgen: “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la cima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si le ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara”. Así sea.






domingo, 8 de mayo de 2022

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

IV Domingo de Pascua (ciclo C)

El centro de la misión

 

En este tiempo pascual contemplamos de una manera especial a Jesús resucitado: Él es el Cordero que fue inmolado en la cruz (cf. Ap 5, 6-12), pero con la Resurrección ha llegado a ser Pastor, que guía a su rebaño y alimenta a sus ovejas a través de nuevos pastores elegidos y entregados por Él. Jesús es el Viviente que, como «Pastor de los pastores» (1 Pe 5, 4), está entre el Padre –del cual es Hijo–, y los creyentes en Él, su querida manada

El cuarto domingo de Pascua es conocido tradicionalmente como el domingo del Buen Pastor, porque el Evangelio que se proclama es siempre una parte del capítulo 10 de Juan, el discurso que Jesús pronuncia proclamándose el Buen Pastor. El Evangelio de este domingo es un pasaje corto, pero importante. Se sitúa en el horizonte de dos grandes fiestas judías: los Tabernáculos (cf. Jn 7, 1-10, 21) y la Dedicación (cf. Jn 10, 22-39). En un momento significativo, en las inmediaciones del templo de Jerusalén, Jesús se arroga el sacerdocio, el pastoreo divino. La fiesta de los Tabernáculos (cf. Lv 23, 15-21) recordaba también la consagración del templo por Salomón, se celebraba en otoño, y era una fiesta popular, llena de luces y luminarias. Sin embargo, la fiesta de la Dedicación se celebraba unos meses después, en invierno, con un carácter más serio, más litúrgico, recordando la nueva consagración del templo después de que el rey seléucida Antíoco IV Epífanes lo profanó y los macabeos reconquistaron Jerusalén y purificaron el templo (cf. 1 Mac 4, 56-59; 2 Mac 10, 6-8). Entre esas dos fiestas, o tal vez en la primera, la fiesta de los Tabernáculos, Jesús, mientras todo el pueblo lee solemnemente lecturas sacerdotales, mientras se proclama el sacerdocio y el culto del templo, Él grita: «Yo soy el Buen Pastor». Se declara sacerdote y pastor. Él habla de la gratuidad en unos versículos antes del texto evangélico de este domingo: «Yo no soy un asalariado» (cf. Jn 10, 11-14). Él paga con la vida su trabajo. Porque Él es el Hijo del Padre. Porque las ovejas son suyas –son sus hermanas, y de alguna manera sus hijas–: las conoce una a una y las quiere entrañablemente, y las defiende del lobo a costa de su vida. No huye, da la cara por ellas.

Jesús se declara como el verdadero Pastor, el único y definitivo. Por parte de Jesús esto significa, en primer lugar, conocer a las ovejas. Y conocer en el lenguaje bíblico es amar. Jesús conoce, es decir, ama. En segundo lugar, da la vida eterna. Es decir, ese conocimiento, ese amor, esa unión, contagia la vida eterna que Él posee. Y es el Pastor que conduce hacia el Padre.

¿Y qué supone esta proclamación de Jesús por parte de las ovejas? En primer lugar escuchar. Ellas reconocen y escuchan («Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor», Dt 6, 4). En segundo lugar, le siguen, van tras Él, no lo abandonan. Y en tercer lugar, no dejan que nadie las arrebate de su mano. Son sus ovejas, se las ha entregado el Padre, no las ha escogido Él. No se dejan arrebatar, porque son del Señor y se las ha dado el Padre.

Meditemos en este domingo sobre el Buen Pastor, y pidámosle vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: elegidos por Él, consagrados por el Espíritu Santo, para pastorear y enriquecer al pueblo cristiano. El Buen Pastor, Jesucristo, es el Sacerdote eterno. Y por eso es el Pastor definitivo que nos conduce al Padre. Él es nuestro Pastor (cf. Sal 23), que nos guía incluso por valles de tinieblas, sufriendo esa oscuridad de la noche con nosotros, con tal de que no nos perdamos y de que lleguemos al Padre. Como pastor y sacerdote, Él ejerce su misión intercediendo por nosotros, porque Él es el mediador (cf. 1 Tim 2, 5; Hb 8, 6-7).

El Buen Pastor dirige, conduce, habla, mediante sus amigos íntimos, elegidos, a los que ha dado el Espíritu, los ha ungido, y los ha constituido ministros sacerdotales de su sacerdocio, pastores en Él. Los sacerdotes son los amigos íntimos del Pastor, colaboradores ungidos por el Espíritu en su pastoreo. ¡Qué bonita es la vida del pastor cuando entiende en qué consiste el pastoreo! ¡Qué felicidad colaborar con el Señor, y tener cada vez más intimidad con Jesús a través de la misión pastoral!

Este domingo del Buen Pastor es un día para orar por las vocaciones sacerdotales y por los sacerdotes: por su fidelidad, por su santidad, para que el Espíritu Santo los proteja de esas grandes tentaciones en momentos difíciles que pueden romper la Iglesia y escandalizar, creando odio en el mundo. Valoremos el servicio pastoral de los sacerdotes, recemos por las vocaciones al sacerdocio, y agradezcamos a los jóvenes que, a pesar de todo, se atreven a dar este paso con nobleza, con limpieza de corazón y con generosidad.

 

 

JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO

Director de la Casa de Santiago de Jerusalén

 

 

 

 

 

Evangelio

 

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

 

Juan 10, 1-6

 

  



domingo, 1 de mayo de 2022

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

III Domingo de Pascua (ciclo C)

El centro de la misión

 

La escena que se narra en el Evangelio de este domingo tiene lugar en el lago Tiberíades, donde los apóstoles han buscado refugio después de todos los acontecimientos acaecidos con Jesús, especialmente su Pasión y su muerte. Los apóstoles viven momentos de incertidumbre, sin saber muy bien qué camino tienen que tomar.

Dado que varios de ellos eran pescadores no es de extrañar que vuelvan a un lugar y una actividad que les ofrece seguridad. En aquel mismo lugar, un tiempo atrás, cuatro de ellos habían vivido un encuentro especial con Jesús y este les había llamado a ser sus discípulos (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20; Lc 5, 1-11). Respondieron con generosidad porque sintieron en lo hondo de su ser que aquello era algo bello por lo que merecía la pena dejarlo todo.

Ahora, siete de los apóstoles han vuelto al lago y han echado las redes al mar, «pero aquella noche no pescaron nada». Echar las redes es su modo de vivir y saben hacerlo; tienen experiencia, pero aquella noche no han tenido éxito. Se les ha echado encima el amanecer y, a pesar del agotamiento, todavía están intentando pescar algo. En ese momento aparece una persona en la orilla, a la que no logran reconocer porque está a un centenar de metros de distancia. Les hace una pregunta: «Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?». Jesús sabe bien que no tienen pescado, pero pregunta. Es algo evidente. Sin embargo lo que Jesús busca es poner de manifiesto que aquello en lo que los discípulos están poniendo su seguridad no puede saciar su hambre de felicidad.

La acción se sitúa en la noche, que ya está a punto de amanecer, aunque todavía es noche. En esa noche donde se experimenta la impotencia y la inutilidad. Y ahí es donde se oye la llamada del Señor: «Echad las redes a la derecha de la barca». Les está pidiendo que cambien de dirección, que salgan de sus inercias, de lo fácil, de lo acostumbrado. ¿Acaso la barca no se ha movido hacia todos los lados durante la noche? ¿Acaso los peces han girado conforme ellos giraban? Pero a pesar de todo los apóstoles siguieron la sugerencia y echaron las redes a la derecha. ¿Qué ocurrió? «Echaron la red y no podían arrastrarla por la abundancia de peces». «Simón Pedro sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres». El número es significativo porque en los bestiarios de la época griega se indicaba que en el mar Mediterráneo había precisamente 153 clases de peces diferentes. Es un número que simboliza, por tanto, la totalidad. Hemos pasado de la nada a la plenitud.

En el mismo lugar, sirviéndose de las mismas redes que antes, ahora los apóstoles obtienen frutos abundantes de pesca. De no tener nada, de utilizar las redes para simplemente sobrevivir, los apóstoles han pasado a tener pescado en abundancia. ¿Qué ha cambiado? Sencillamente que ahora Cristo está presente y ellos, siguiendo su voz, han obrado de otro modo con los mismos instrumentos.

También nosotros, sin cambiar de lugar, con las mismas redes en las que apoyamos nuestra existencia, pero usadas de otro modo, nuestra vida puede tener un sabor diferente. Esa persona de la que quizás no estemos contentos nos puede llenar de gozo; ese estudio o trabajo que nos produce hastío nos puede ayudar a realizarnos; la historia de nuestra relación con la familia, quizás jalonada de momentos muy oscuros, puede ser fuente de paz… Solo tenemos que obedecer a Cristo y lanzar las redes a la derecha, en otra dirección.

¿Quién ordena a los apóstoles que echen las redes a la derecha? ¿Quién los espera en la orilla con pan y pez, es decir, con el banquete –o sea, con la Eucaristía–? Jesús resucitado, el Señor. El centro de los discípulos es comer su cuerpo, su carne, y beber su sangre (cf. Jn 6).

El discípulo amado –no Pedro– es el primero que reconoce al Señor. Aunque Juan 21 –que es el epílogo de todo el Evangelio– se centra en el pastoreo de Pedro, sin embargo el primero que contempla y adora es el discípulo amado. Y desde el amor se va a plantear la misión de Pedro, desde una dimensión muy honda. En ese diálogo con Pedro, Jesús no le pregunta si le gusta el pastoreo, si le interesan las ovejas. Pedro tiene sus intereses, sus limitaciones. Pero hay un eje del que se deriva la vocación de Pedro, la llamada de Jesús, y la vocación de todo cristiano en este momento de la historia: «¿Me amas más que estos?», es decir, ¿has dado un paso adelante en tu vinculación conmigo, en tu reconocimiento afectivo, en la hondura de tu amor? Porque solo nuestra unión con el Señor servirá para que Él pueda pronunciar nuestro nombre, para que pueda encargarnos de alguna dimensión de la evangelización y de la pastoral cristiana, para que colaboremos con Él en apacentar este mundo. Ese es el centro.

 

 

JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO

Director de la Casa de Santiago de Jerusalén

 

 

 

 

 

Evangelio

 

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

 

Juan 21, 1-14