Solemnidad de la Natividad del Señor
Y habitó entre nosotros
A menudo pensamos y hablamos de la Navidad como si se tratara
únicamente de la celebración del cumpleaños de Jesús. De igual modo que
nosotros invitamos a nuestros familiares y amigos a nuestra casa cuando
cumplimos años, también el Señor nos convoca ahora en su casa para celebrar el
suyo. Esta explicación funciona hasta que nos encontramos con un pasaje del
Evangelio como el de la Misa
del día de hoy. Es curioso que, precisamente en este día, poco o nada se nos
diga del nacimiento de Jesús. Cierto es que las lecturas tanto de la Misa de Medianoche o del
Gallo como de la Misa
de la Aurora ,
tomadas del evangelista Lucas, sí nos refieren algunas circunstancias que
rodearon el parto del Salvador. En cambio, el prólogo del Evangelio según san
Juan, que es el texto que tenemos ante nosotros, en lugar de hacer una
descripción de los pormenores del momento concreto, prefiere darnos a conocer
la identidad del que nace, su procedencia, el modo de acercarse a los hombres
y, sobre todo, las consecuencias que todo ello tiene para nuestra salvación. El
centro de estas líneas es que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros».
«En él estaba la vida»
«La vida era la luz de los hombres»
Pero no solo las oraciones de la Misa guardan relación con el
Evangelio de hoy. Uno de los elementos navideños que nos recuerdan a Cristo
como verdadera vida es el árbol de Navidad. La Iglesia recomienda
colocarlo en los hogares, ya que este árbol señala a Cristo como verdadero
árbol de la vida, de hoja perenne, que no muere. En el árbol, adornado con
luces, se nos presenta a Cristo, luz del mundo, que con su nacimiento nos guía
hacia Dios y nos impulsa a vivir también a la luz de su vida. De este modo, se
nos recuerda de un modo visual que «el Verbo era la luz verdadera, que alumbra
a todo hombre, viniendo al mundo». Estamos ante la luz del mundo, que brilla en
las tinieblas.
Sin duda, san Juan Evangelista pretende mostrarnos, a
través de este pasaje, que con el nacimiento del Señor ha comenzado la
definitiva Revelación de Dios. Se nos transmite la vida verdadera, se nos
ofrece una nueva luz en medio de las tinieblas. Dicho de otra manera, Dios, a
quien nadie ha visto jamás, se nos ha dado a conocer a través de su Hijo
unigénito, hecho hombre, hecho pequeño. Por lo tanto, para poder contemplar la
gloria de Dios, que se nos manifiesta hoy, no nos queda más opción que mirar
hacia ese niño y acoger la gracia y la verdad que nos trae.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto
a Dios, y el Verbo era Dios.
Este estaba en el principio junto a Dios. Por
medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla
no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran
por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El
Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el
mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino
a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio
poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido
de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de
Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí,
porque existía antes que yo”». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia
tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad
nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios
unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Juan 1, 1-18