IV Domingo de Adviento (ciclo A)
El «Dios-con-nosotros»
Queda solo una semana para que estemos celebrando la Natividad del Señor. En
este domingo el tiempo de Adviento da un giro. Si durante tres semanas el
Evangelio nos ha preparado para la acogida del Reino de los cielos, a partir de
ahora nos detenemos en la contemplación de su primera venida. Nos disponemos a
conmemorar el nacimiento del Salvador. Tal y como nos relata el episodio
evangélico de este domingo, Jesús nace de María, desposada con José, descendiente
del rey David. El pueblo judío, a quien Mateo dirige en primer lugar su
Evangelio, sabía que el Mesías debía ser un hijo de David. De hecho, el pasaje
de hoy se encuentra a continuación de la genealogía de Jesucristo. De este
modo, Mateo contempla a Jesús entroncado en la tradición hebrea y perteneciente
a la estirpe de Abrahán y de David.
Siglos antes del nacimiento del Salvador, el profeta
Isaías ya había señalado uno de los signos que anunciarían la llegada de la
salvación al pueblo de Israel. Lo escuchamos en la primera lectura de hoy: una
virgen encinta, una virgen madre; algo imposible para el hombre, pero no para
Dios. La tradición de la
Iglesia siempre ha tenido en gran estima la virginidad y la
maternidad reales de María, y, particularmente en algunos momentos históricos,
ha tenido que explicar y defender la relevancia de esta doble condición de
María. A pesar de que a los ojos humanos puede resultar dificultoso comprender
la virginidad de María, a lo largo de la historia no han faltado tampoco
quienes han puesto en duda la
Encarnación verdadera del Hijo de Dios. No fueron pocos los
que en los primeros siglos del cristianismo pusieron en tela de juicio que
Cristo hubiera asumido realmente la carne. El hacerse carne tiene gran
transcendencia, ya que Dios quiere ser «Emmanuel, que significa
Dios-con-nosotros» con una carne concreta, para que nosotros seamos salvados
íntegramente. Por ello, se insiste en que María es la-que-da-a-luz a
Jesucristo. Así pues, Dios ha tomado la iniciativa de realizar la salvación de
su pueblo, haciéndose uno de nosotros con todas las consecuencias. Esto implica
asumir la debilidad, hacerse pequeño e indefenso, como cualquiera de nosotros.
Con ello, el Señor nos muestra que ha querido implicarse por completo en toda
situación humana, haciéndola suya.
La
figura de José
Sabemos que los Evangelios son parcos en las alusiones
hacia el patriarca san José. Por eso, toda referencia al tercer miembro de la Sagrada Familia
tiene gran relevancia a la hora de comprender con mayor profundidad el modo
escogido por Dios para llevar a cabo la salvación. En primer lugar, el padre
legal es quien da nombre al hijo y ello significa aportarle una identidad
concreta en la sociedad en la que vive. José, descendiente de Abrahán e «hijo
de David», como es llamado por el ángel, será la persona de la que Dios ha
querido servirse para insertar plenamente al niño Jesús en la historia humana y
en el linaje del que nacería el Mesías. En segundo lugar, la tradición cristiana
ve un paralelismo entre la fe que José muestra en este relato y la de su
antepasado Abrahán, padre en la fe del pueblo judío. Del mismo modo que Dios
probó la fe de Abrahán, mandándole sacrificar a su único hijo, el Señor, a
través del ángel, le pide a José que se fíe completamente de Él y que le ponga
el nombre de Jesús al niño que nacerá de María. De esta manera, Dios ha querido
contar con José, que es justo y se ha fiado del Señor, para que el niño Jesús
quede plenamente insertado en la historia humana.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su
madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella
esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y
no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado
esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió
para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la Virgen
concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa
“Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el
ángel del Señor y acogió a su mujer.
Mateo 1, 18-24