Jesús
y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería
que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y
después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y
les daba miedo preguntarle.
Llegaron
a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutíais por el
camino?». Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era
el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y acercando
a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un
niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge
a mí, sino al que me ha enviado».
Comentario: Rvdo. P. D. Pedro
José Ynaraja Díaz
Hoy, nos cuenta el Evangelio que Jesús marchaba con sus discípulos,
sorteando poblaciones, por una gran llanura. Para conocerse, nada mejor que
caminar y viajar en compañía. Surge entonces con facilidad la confidencia. Y la
confidencia es confianza. Y la confianza es comunicar amor. El amor deslumbra y
asombra al descubrirnos el misterio que se alberga en lo más íntimo del corazón
humano.
Con emoción, el Maestro habla
a sus discípulos del misterio que roe su interior. Unas veces es ilusión;
otras, al pensarlo, siente miedo; la mayoría de las veces sabe que no le
entenderán. Pero ellos son sus amigos, todo lo que recibió del Padre debe
comunicárselo y hasta ahora así ha venido haciéndolo. No le entienden, pero
sintonizan con la emoción con que les habla, que es aprecio, prueba de que
ellos cuentan con Él, aunque sean tan poca cosa para lograr que sus proyectos
tengan éxito. Será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días (cf.
Mc 9,31).
Muerte y resurrección. Para
unos serán conceptos enigmáticos; para otros, axiomas inaceptables. Él ha
venido a revelarlo, a gritar que ha llegado la suerte gozosa para el género
humano, aunque para que así sea le tocará a Él, el amigo, el hermano mayor, el
Hijo del Padre, pasar por crueles sufrimientos.
Pero, ¡oh triste paradoja!:
mientras vive esta tragedia interior, ellos discuten sobre quien subirá más
alto en el podio de los campeones, cuando llegue el final de la carrera hacia
su Reino. ¿Obramos nosotros de manera diferente? Quien esté libre de ambición,
que tire la primera piedra.
Jesús proclama nuevos valores.
Lo importante no es triunfar, sino servir; así lo demostrará el día culminante
de su quehacer evangelizador lavándoles los pies. La grandeza no está en la
erudición del sabio, sino en la ingenuidad del niño. «Aun cuando supieras de
memoria la Biblia entera y las sentencias de todos los filósofos, ¿de qué te
serviría todo eso sin caridad y gracia de Dios?» (Tomás de Kempis). Saludando
al sabio satisfacemos nuestra vanidad, abrazando al pequeñuelo estrujamos a
Dios y de Él nos contagiamos, divinizándonos.