Fuente: ALFA Y OMEGA
XIII
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
La
cercanía con el que sufre
En continuidad con el domingo pasado, tenemos ante
nosotros una nueva muestra de dominio y poder sobre una realidad que pone en
peligro la vida del hombre. Si en la tempestad calmada Jesús era capaz de
dominar los fenómenos meteorológicos, de nuevo vamos a ver su fuerza ante una
realidad que acecha al hombre, e incluso históricamente ha fomentado que se
cuestione la misma existencia de Dios: la existencia de la enfermedad y de la
muerte. No son pocos, de hecho, quienes ante el dolor y el sufrimiento se
rebelan contra Dios o llegan a negar su presencia en el mundo. San Marcos nos
coloca frente a dos momentos que manifiestan cómo actúa el Señor: la curación
de una mujer que desde hacía mucho tiempo padecía hemorragias y la resurrección
de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga. En estos versículos asistimos a
una respuesta privilegiada: la que Jesús en persona da a quien vive afligido
ante la amenaza de la enfermedad o la muerte, mostrándonos que el Reino de Dios
está presente entre nosotros. De nuevo un domingo más vemos que su acción
refleja el señorío y dominio de Jesucristo como Señor de la vida plena, en la
que ha de ser eliminado cualquier atisbo de enfermedad y sufrimiento. Jesús nos
dice que aunque estos sean una realidad humana no tienen, en cambio, la última
palabra. Así lo presenta también el libro de la Sabiduría, uno de cuyos pasajes
leemos este domingo como primera lectura: «Dios no ha hecho la muerte», sino
que esta entró en el mundo a causa de la envidia del diablo. Igualmente hay una
referencia a la creación, cuando se señala que Dios ha hecho al hombre a imagen
de su propio ser, remitiéndonos, al mismo tiempo, a la bondad de la creación
que manifiesta el libro del Génesis. En línea con el interés mostrado por Jesús
en responder a los problemas reales de las personas con las que se encuentra,
el pasaje de este domingo contempla dos planos de la salvación: en primer
lugar, la salud física. Este es el sentido primero e inmediato que se descubre.
El Señor suprime un mal que aqueja a alguien, provocando la admiración y el
reconocimiento entre quienes son testigos de ello. En segundo lugar, lo
sucedido remite a la identidad de su artífice, desencadenando la pregunta sobre
quién es Jesús. En este sentido, junto a la revelación de su persona, los
discípulos fueron descubriendo progresivamente que las acciones curativas del
Señor eran signo de la salvación completa que Dios ha venido a traer al hombre
mediante su Hijo. A través del encuentro con Jesucristo el hombre descubre que
la salvación íntegra no puede circunscribirse a la mera salud física, a una
ausencia de aflicción o a solucionar un determinado aspecto parcial de nuestra
existencia; el hombre aspira a una salud total y definitiva, para lo cual
Jesucristo aparece como la verdadera respuesta.
Los gestos
concretos
No es indiferente el modo concreto a través del
cual Jesús lleva a cabo la salvación. Aparte de las palabras del Señor, el
Evangelio da cuenta de varios gestos, tales como la imposición de manos, el
contacto con el manto o el hecho de coger de la mano a la niña. El encuentro de
Jesús con la hemorroísa, ampliamente difundido en la iconografía cristiana, ha
servido siempre como paradigma de comprensión de lo que sucede cuando la
Iglesia celebra los sacramentos. Así, el Catecismo de la Iglesia católica se
refiere a ellos como a fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo. Con todo, en
ninguno de los dos episodios de este domingo podemos pasar por alto la enorme
confianza tanto de Jairo como de la mujer que padecía flujos de sangre. La
eficacia de la acción del Señor, pues, es real, pero ello no significa que Dios
fuerce la voluntad. En definitiva, solo es posible acceder a la salvación que
Dios prepara para nosotros si respondemos afirmativamente a lo que Él nos
propone.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca
a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al
mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se
echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven,
impón las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía
mucha gente. Llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se
ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que
hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No
permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de
Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de
los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: «¿Qué
estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida». Se
reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la
niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le
dijo: «Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña
se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía 12 años. Y quedaron fuera de sí
llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que dieran
de comer a la niña.
Marcos 5, 21-24. 35b-43