VI Domingo del tiempo
ordinario (ciclo A)
He venido a dar
plenitud
Mateo escribe su Evangelio dirigido fundamentalmente al
ámbito judío. Esto significa que utiliza determinados conceptos que, siendo
familiares para los destinatarios primeros, pueden resultar confusos para otro
tipo de oyentes. Hoy encontramos al comienzo del pasaje evangélico una alusión
a la Ley y a los
Profetas, conceptos que deben ser aclarados. El término Ley o, en hebreo,
torah, tiene un significado más amplio y no tan jurídico como el nomos de nuestra
tradición griega-latina. No se refiere sin más a un cuerpo de preceptos a
través de los cuales se gobierna una comunidad. Se designa una enseñanza dada
por Dios a los hombres para organizar su conducta. La tradición del Antiguo
Testamento considera a Moisés el principal transmisor de esa Ley. Estamos,
pues, ante uno de los pilares más sobresalientes en la escala de valores de
cualquier israelita de la época en la que se redactó el Evangelio. Al igual que
el templo, que es algo más que el lugar físico, o el sábado, que es de
institución divina, la Ley
es algo que remite inmediatamente a Dios. Así pues, la Ley revela a Dios y tiene como
fuente a Dios mismo. Y Moisés fue la persona escogida por el Señor para subir
al monte Sinaí y darla a conocer al pueblo elegido. Cuando el Evangelio habla
de «la Ley y los
Profetas», Mateo se está refiriendo al conjunto de todas las Escrituras
existentes hasta ese momento. En realidad, todo el Antiguo Testamento es una
profecía del Nuevo.
Continuidad y cumplimiento
Desde los inicios del cristianismo hasta nuestros días han
existido corrientes de pensamiento que contraponen el Antiguo Testamento con el
Nuevo. Según esta teoría, que con el correr del tiempo se ha concretado en
diversas variantes, con la novedad traída por Jesús ya no tendría sentido fijar
nuestra atención en la
Antigua Alianza. Tampoco sería oportuno dar lugar en las
celebraciones litúrgicas a una Escritura que, tras la presencia y las
enseñanzas de Jesús, carecería absolutamente de valor. De manera simplista,
incluso se llega a presentar a dos dioses opuestos: el Dios del Antiguo
Testamento, cargado de rasgos negativos, frente a Jesús, cuya vida y
predicación anularía cualquier enseñanza bíblica anterior a él. A esta errónea
y simplista visión se llega aislando determinados elementos de la Escritura para darles un
valor absoluto y único. Es cierto que Jesús muestra oposición a la tradición de
los antiguos, promovida por los escribas y los fariseos. Sin embargo, no hace
lo mismo con la Ley. Si
censura estas costumbres es porque fomentan el incumplimiento de la Ley y de la Palabra de Dios. Jesús nos
dice que debe cumplirse «hasta la última letra o tilde de la ley».
La nueva Ley
¿En qué consiste entonces la novedad aportada por
Jesucristo? Sobre todo en que la
Ley y los Profetas adquieren pleno sentido a través del
Señor. Jesús manifiesta su autoridad mediante el modo de presentarse ante los
discípulos: al decir «se dijo… pero yo os digo», por un lado se sitúa como el
nuevo legislador, se sitúa en el lugar de Dios. Ciertamente, la redacción
admite una interpretación que contrapondría lo que se dijo frente a lo que
Jesús dice. Sin embargo, el contenido no solo refrenda la enseñanza anterior a
él, sino que le aporta mayor radicalidad. El Señor nos llama a una adhesión
interna y total a la voluntad de Dios, que nazca de lo más profundo del corazón
del hombre. No se trata únicamente de no matar, sino de no albergar en el
interior ninguna violencia. Ese mismo dominio del corazón se nos pide en
relación con el adulterio. Asimismo, se nos llama a una sinceridad perfecta,
que no solo ha de concretarse en los momentos más solemnes de la vida, sino con
el día a día de una vida transparente.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis
que he venido a abolir la Ley
y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo
que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última
letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos
importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el
reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de
los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el
que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la
cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”,
tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la
condena de la gehenna del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu
ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas
contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte
con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo
os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con
ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más
te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna. Si tu mano
derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un
miembro que ir a parar entero a la gehenna.
Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”.
Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer –no hablo de unión ilegítima– y
se casa con otra, comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No
jurarás en falso” y “cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no
juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí
viene del Maligno».
Mateo 15, 17- 37