Alcanzamos este cuarto día del Quinario.
Hoy me acompaña Jesús, el seminarista mayor de los que tenemos, que si
Dios quiere, será el próximo en ser ordenado.
Las dos lecturas nos hablan de la acción salvífica de Dios en los
hombres. Dichoso el que está absuelto de
su culpa, decía el salmo. El Señor nos ha dejado un instrumento con el cual
se puede recuperar la santidad primera del bautismo. Con la confesión. Por eso
hacen falta hombres que puedan celebrar este sacramento.
El santo cura de Ars reflexionaba ante sus fieles: ¿Quién es el que da la
vida divina, quién el que trae al Señor, quien es el que bendice la unión, el
que da el perdón, el que a la hora de la muerte nos da el viático....? Siempre el sacerdote.
El sacerdote es una vasija de barro, somos débiles. Pero llevamos la
gracia de Dios a los fieles. El Señor quiso escoger a los débiles. Y a veces en
hombres tan torpes quiso el Señor poner su confianza.
Recemos por los sacerdotes, para que sean santos, para que sean un puente
entre Dios y los hombres. Pedid por los
que estamos y para que lleguen más. Hoy que vivimos esta escasez de vocaciones.
Pedid por el seminario, por la perseverancia de los seminaristas. Para que no
les falte nunca la ilusión. Para que busquen la gloria de Dios. Y también por las vocaciones religiosas. Por
los contemplativos. Es un tesoro tremendo para la Iglesia. Pero hay que
pedirlo. Hacen falta hombres y mujeres
que cumplan con su vocación. Que haya lluvia de vocaciones.
Muchos y santos sacerdotes; porque un solo sacerdote santo hace más que
cien que no lo sean. Como el santo cura de Ars a aquél niño: “tú me muestras el camino para llegar a Ars,
yo te enseñaré el camino para llegar al cielo”.