Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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miércoles, 8 de febrero de 2017

Destacados del P. Ignacio Gaztelu en el segundo día de Quinario




Continuamos estas meditaciones en las Cinco Llagas de Cristo que están en su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a meditar en otra de las Llagas. 
Cuando se habla de lo que hace impuro al hombre se refiere al pecado.
Ya Pío XII nos dijo que el pecado de nuestro tiempo es la falta de conciencia de pecado.

Dios es bueno y todo lo que ha creado lo ha hecho como participación de su propia belleza y bondad. Lo que ocurre es que el hombre prefiere suplantar a Dios, que es el pecado primero, pero también es un pecado permanente.
Cuántos hoy en día quieren suplantar a la conciencia y decirnos lo que está bien y lo que está mal... hasta en qué momento comienza la vida.

Con valentía la Iglesia está llamada a defender la verdad, aunque se quede sola.
Hoy hay una confusión sobre la verdad. Es mejor quedarse solo en la verdad que ir con muchos a la mentira. No tiene que preocuparnos ser incomprendidos, perseguidos, porque ya esto le ocurrió al Señor.
Constantemente nos debatimos en ese combate contra el mal.

El que se pone en manos del que puede sanar está ya en camino de la curación.
Hay muchas personas que siendo enfermas -como nosotros, aunque en nuestro caso hemos comprendido nuestra fragilidad -, que viven en el pecado y no lo reconocen.
Nos invita la Iglesia a pensar en esto.

El mismo próximo cambio en el misal (“por muchos" en lugar de "por todos los hombres ") ya nos indica que Dios no salva a quien no quiere salvarse. Aunque Dios no se cansa de perdonarnos - acordémonos de la parábola del hijo pródigo- y no nos abandona, nos tiende la mano, sin embargo el Señor no va a avasallar nuestra libertad. El amor se propone y se espera, no se puede obligar. Como dice San Agustín: el que te creó sin tí, no te salvará sin tí.

Lo que falla en este mundo es que muchos no conocen la mano tendida del Señor. Por eso esto es una Llaga profunda. Por eso en cada oración y en cada Eucaristía pedimos por la conversión de los pecadores. También por nosotros. El Señor quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la Verdad.

En lugar de quejarnos, ofrezcamos nuestra cruz por la conversión de los pecadores. Pidamos al Señor que por sus Benditas y Sagradas Llagas, que los pecadores lleguen al la comunión con la Santa Iglesia.