V Domingo del tiempo
ordinario (ciclo A)
Sal de la tierra y luz
del mundo
Jesús continúa señalando a sus discípulos el camino de
seguimiento a su persona. Aprender del Maestro implica un modo de estar, de
hablar y de actuar. Solo así es posible configurarse paulatinamente con la
persona de Jesucristo. Con otras palabras: la vocación del cristiano es un gran
don recibido, pero, para no perderlo, es preciso transmitirlo a quienes nos
rodean.
La sal y la luz
Puesto que el Señor utiliza hoy dos imágenes concretas –la
sal y la luz–, podemos detenernos brevemente en el significado de estas
realidades. La sal es una sustancia, ordinariamente blanca, cristalina, de
sabor propio, muy soluble en agua, que se emplea para sazonar y conservar
alimentos. Partiendo de la realidad y de la función de este elemento, la
cultura de Oriente Medio vincula la sal con ciertos valores, como la alianza,
la solidaridad, la vida y la sabiduría. El término luz integra varios
significados íntimamente ligados a la visibilidad y a la claridad. En concreto,
en este pasaje se alude a la lámpara, objeto destinado a alumbrar. La luz es
imprescindible para la vida humana y, por ello, desde los inicios de la
historia de la salvación se ha querido dar énfasis a su función. Así se ve, por
ejemplo, cuando el libro del Génesis la presenta como la primera obra de la
creación. Partiendo de la vinculación entre los conceptos de luz y vida, la Escritura hace
referencia principalmente a dos aspectos unidos a la salvación: en primer
lugar, Dios es presentado como luz para iluminar a los hombres; en segundo
lugar, el hombre, al acoger la luz del Señor, puede ser lámpara para los demás.
Este último sentido es el que predomina en el pasaje del Evangelio de hoy.
Una misión que realizar
El hecho de que el Señor concluya este episodio con el
mandato «brille así vuestra luz ante los hombres» nos permite ver el fin último
de nuestras acciones: que los hombres den gloria al Padre al ver nuestras
buenas obras. No vivimos ni actuamos, por lo tanto, para nosotros mismos. Para
llevar adelante nuestra misión debemos ser conscientes de que tenemos que huir
de la comodidad. No tanto de una comodidad material, que también, como de una
conformidad total con la mentalidad y obrar aceptados como normales por el
mundo. Esta neutralidad políticamente correcta contrasta con el sabor que
supone ser sal de la tierra. Frente a los aspectos más insípidos de un mundo
que tantas veces no nos ofrece nada nuevo, sino siempre distintas variantes de
lo mismo, el cristiano, con sus palabras y obras, está llamado a presentar,
como diluido, el sabor de quien hace nuevas todas las cosas, Jesucristo.
También la sal sirve para preservar de la corrupción, del hastío y de la
tristeza que provoca caminar día tras día sin un horizonte de vida. Asimismo,
nos planteamos cómo hemos de ser luz para los demás. La referencia «para que
vean vuestras buenas obras» permite entender que esa luz ha de partir ante todo
de nuestras acciones. El Señor no nos pide que seamos ejemplo ante los demás
por nuestra inteligencia, cultura, riqueza o popularidad. No se trata de una
luz relacionada en primer término con el ámbito de las ideas. Se nos pide algo
más concreto: obras de misericordia y justicia. Por ello vemos que en la
primera lectura de hoy, tomada del profeta Isaías, se afirma de quien practica
las obras de misericordia que «surgirá tu luz como la aurora» y «brillará tu
luz en las tinieblas». Más explícito es el salmo responsorial, al señalar que
«el justo brilla en las tinieblas como una luz».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquél tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros
sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la
luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para
ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Brille así vuestra
luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en los cielos».
Mateo 5, 13- 16