III Domingo del tiempo
ordinario (ciclo A)
Está cerca el reino de
los cielos
Queramos o no, desde que nacemos somos guiados por alguien
que nos aporta luz. De nuestros padres y hermanos mayores vamos recibiendo
paulatinamente determinados valores, enseñanzas y costumbres. Asimismo, los
padres nos alimentan, se preocupan por nuestra salud y nos proporcionan una
educación. Al leer la referencia de Mateo a Isaías en el Evangelio de hoy,
observamos que el pueblo de Dios tenía conciencia a menudo de caminar sin rumbo
ni dirección. Ciertamente, sabían que Dios estaba presente en medio de ellos y
que, a lo largo de los siglos, personas elegidas por Dios los habían dirigido.
Aun así, les faltaba el apoyo definitivo. Por eso escuchamos que «el pueblo
habitaba en tinieblas», hasta que «vio una luz grande». El pasaje del Evangelio
de hoy quiere resaltar que la aparición de Jesucristo entre los suyos supone
una verdadera iluminación para su caminar, poniendo fin a una etapa tenebrosa.
No se entiende el comienzo de la vida pública de Jesús sin comprender su
presencia como una verdadera iluminación a quienes van a entrar en contacto con
él. En este sentido, no es casualidad que el Benedictus, cántico evangélico de
Lucas, destinado a la oración de alabanza matutina, se refiera a Jesucristo
diciendo: «Nos visitará el Sol que nace de lo alto (Oriens ex alto), para
iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». Puesto que sin el
sol no existiría la vida sobre la tierra, la tradición cristiana siempre ha
contemplado en el astro rey a Jesucristo, que viene a traernos la verdadera y
definitiva vida gracias a su luz.
El comienzo de la predicación
Cuando los días de Juan Bautista llegan a su fin, Jesús se
establece en Cafarnaún e inicia su actividad pública. La región, Galilea, se
encontraba bastante alejada geográficamente de Jerusalén, el centro religioso
para los israelitas. Pero además se trata de una zona despreciada por los
judíos, especialmente por los más fervorosos, debido a que entre sus habitantes
había bastantes paganos. No en vano se la designa como «Galilea de los
gentiles». La elección de este lugar, periférico para los judíos, revela la
predilección de Jesús por los más olvidados y los más pequeños desde el
comienzo de su predicación. Las primeras palabras que el Señor dirige a quienes
lo escuchan son: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». La
exhortación al cambio de vida está motivada por la Buena Nueva de la
inminencia del reinado del Señor. La presencia de Cristo trae un mensaje de esperanza.
El término evangelio no es original del cristianismo. Estaba asociado a las
disposiciones del emperador romano, ya que sus decisiones eran consideradas
como buena noticia para los habitantes de las regiones sometidas a su dominio.
La utilización del vocablo para referirse a las palabras y obras del Señor
sirve, pues, para mostrar al mundo que Jesucristo es el verdadero salvador y
señor de los hombres y no existe poder humano que se le pueda comparar. Sin
embargo, para acceder por completo a este reino es preciso dejar atrás la vida
de tinieblas.
Los primeros discípulos
Junto a la invitación a la conversión escuchamos el relato
de la vocación de los primeros apóstoles, a quienes los hace discípulos, es
decir, partícipes de su vida y su ministerio. Forma parte también de la
manifestación de Dios a los hombres el haber querido servirse de personas
concretas para asociarlos a su obra de salvación. La elección de unos sencillos
pescadores y la inmediatez de su respuesta ponen de manifiesto que para seguir
a Jesucristo no se precisa una preparación previa específica. Es necesaria, eso
sí, la completa disponibilidad a la invitación del Maestro.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se
retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en
el territorio de Zabulón y Neftali, para que se cumpliera lo dicho por medio
del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al
otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de
muerte, una luz les brilló».
Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Paseando junto al mar de Galilea vio a dos
hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el
mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores
de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo
siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de
Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con
Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y
lo siguieron.
Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus
sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda
dolencia en el pueblo.
Mateo 4, 12-23