II Domingo del tiempo
ordinario (ciclo A)
“Lo he visto y he dado
testimonio”
Aunque con la fiesta del Bautismo del Señor se concluye el
tiempo de Navidad, las lecturas del domingo II del tiempo ordinario están
todavía relacionadas con la presentación-aparición de Cristo ante los hombres.
En este sentido, la Epifanía ,
que significa manifestación, se prolonga con el Bautismo del Señor y con las
primeras apariciones de la vida pública del Salvador. Solo así se comprende la
llamativa cercanía entre las ideas centrales abordadas en el Evangelio del
domingo pasado y las del pasaje de hoy. Una vez más, esta aparente repetición
en la temática elegida pretende que profundicemos sobre la identidad,
procedencia y misión de Jesucristo, conforme se nos ha transmitido por el
evangelista Juan. Si en el día del Bautismo del Señor, Mateo describía el
acontecimiento, hoy nos detenemos en el significado profundo de este hecho.
La importancia de los testigos
Llama la atención que por dos veces aparezca la palabra
testimonio en el fragmento que tenemos ante nosotros. La primera, en boca del
Evangelista, cuando dice: «Y Juan [Bautista] dio testimonio diciendo»; la
segunda, en boca del Bautista, constatando que «yo lo he visto y he dado
testimonio de que este es el Hijo de Dios». Si nos fijamos, la manera que Dios
ha elegido para revelarse no se circunscribe únicamente a los gestos y a las
palabras de su Hijo, aun cuando se trate de acontecimientos inauditos o
milagrosos. Todo ello habría caído en el olvido pocos años después de la muerte
y resurrección del Señor, de no ser porque ha habido quien nos lo ha
transmitido. En consonancia con este método, la elección de las lecturas de las
celebraciones litúrgicas de los últimos domingos realza, al menos de dos
maneras, la función indispensable de los testigos ante lo que sucede. En primer
lugar, se asigna un papel relevante y activo a las personas ante las que Jesús
se manifiesta: los pastores, los Magos o Juan Bautista y sus discípulos. En
efecto, la presencia en la carne de Dios entre los hombres se realiza ante
individuos concretos, asentados en un lugar y en un momento histórico
determinado. No estamos ante un relato mitológico, sino ante una realidad
visible y palpable por todos los allí presentes. En segundo lugar, los relatos
del evangelista Juan han ocupado un puesto central durante estos días. Él se
erige como testigo privilegiado de la salvación de Dios llevada a cabo por
Jesucristo.
«Este es el Cordero de Dios»
Ahora bien, ¿cuál es el contenido fundamental de la
manifestación que hoy tiene lugar? Nos lo refiere el Evangelista, en boca de
Juan Bautista, al principio y al final del pasaje. A través de dos
declaraciones, el fragmento se focaliza en la identidad y la misión de Jesús:
«este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» y «este es el hijo
de Dios». Todo israelita que oía hablar del cordero, pensaba de inmediato en la
víctima del sacrificio. Ya en el libro del Génesis, cuando Abrahán se dispone a
sacrificar a su hijo, se hace notar que faltaba el cordero para el sacrificio.
La muerte de Cristo en la cruz hizo comprender que el verdadero cordero no
consistía ya en un animal, sino en el propio Hijo de Dios. La referencia a
Cristo como Cordero se ha arraigado de tal manera en la fe cristiana, que la
liturgia contempla que los fieles nos dirijamos durante la misa varias veces a
Cristo aclamándolo como cordero, destacando la letanía Agnus Dei durante la
fracción del pan. Por otra parte, se enuncia la misión del Señor, al afirmar
«que quita el pecado del mundo». Con ello se incide en el deseo de Dios de que
«mi salvación alcance hasta el confín de la tierra», tal y como leemos en la
primera lectura de hoy, tomada del libro de Isaías.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él,
exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es
aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí,
porque existía antes que yo.” Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con
agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al
Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo
conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien
veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu
Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».
Juan 1, 29-34