SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Domingo 34º del tiempo ordinario
Jesús
le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi
guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino
no es de aquí». Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú
lo dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para
ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
Comentario: Rvdo. P. D. Frederic Rafols i Vidal
Hoy,
Jesucristo nos es presentado como Rey del Universo. Siempre nos ha llamado la
atención el énfasis que la Biblia da al nombre de “Rey” cuando lo aplica al
Señor. «El Señor reina, vestido de majestad», hemos cantado en el Salmo 92.
«Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús mismo. «Bendito el rey que
viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la gente cuando Él entraba en
Jerusalén.
Ciertamente,
la palabra “Rey”, aplicada a Dios y a Jesucristo, no tiene las connotaciones de
la monarquía política tal como la conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una
cierta relación entre el lenguaje popular y el lenguaje bíblico respecto a la
palabra “rey”. Por ejemplo, cuando una madre cuida a su bebé de pocos meses y
le dice: “Tú eres el rey de la casa”. ¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo:
que para ella este niñito ocupa el primer lugar, que lo es todo para ella. Esta
expresión popular se parece más a lo que queremos decir cuando aclamamos a Dios
como nuestro Rey y nos ayuda a entender la afirmación de Jesús sobre su realeza:
«Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36).
Para
los cristianos nuestro Rey es el Señor, es decir, el centro hacia el que se
dirige el sentido más profundo de nuestra vida. Al pedir en el Padrenuestro que
venga a nosotros su reino, expresamos nuestro deseo de que crezca el número de
personas que encuentren en Dios la fuente de la felicidad y se esfuercen por
seguir el camino que Él nos ha enseñado, el camino de las bienaventuranzas.
Pidámoslo de todo corazón, pues «dondequiera que esté Jesucristo, allí estará
nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).