Domingo 33º del tiempo ordinario

Comentario: Rvdo. P. D. Pedro Iglesias Martínez
Hoy recordamos cómo, al
comienzo del año litúrgico, la Iglesia nos preparaba para la primera llegada de
Cristo que nos trae la salvación. A dos semanas del final del año, nos prepara
para la segunda venida, aquella en la que se pronunciará la última y definitiva
palabra sobre cada uno de nosotros.
Ante el Evangelio de hoy
podemos pensar que “largo me lo fiáis”, pero «Él está cerca» (Mc 13,29). Y, sin
embargo, resulta molesto —¡hasta incorrecto!— en nuestra sociedad aludir a la
muerte. Sin embargo, no podemos hablar de resurrección sin pensar que hemos de
morir. El fin del mundo se origina para cada uno de nosotros el día que
fallezcamos, momento en el que terminará el tiempo que se nos habrá dado para
optar. El Evangelio es siempre una Buena Noticia y el Dios de Cristo es Dios de
Vida: ¿por qué ese miedo?; ¿acaso por nuestra falta de esperanza?
Ante la inmediatez de ese juicio
hemos de saber convertirnos en jueces severos, no de los demás, sino de
nosotros mismos. No caer en la trampa de la autojustificación, del relativismo
o del “yo no lo veo así”... Jesucristo se nos da a través de la Iglesia y, con
Él, los medios y recursos para que ese juicio universal no sea el día de
nuestra condenación, sino un espectáculo muy interesante, en el que por fin, se
harán públicas las verdades más ocultas de los conflictos que tanto han
atormentado a los hombres.
La Iglesia anuncia que tenemos
un salvador, Cristo, el Señor. ¡Menos miedos y más coherencia en nuestro actuar
con lo que creemos! «Cuando lleguemos a la presencia de Dios, se nos
preguntarán dos cosas: si estábamos en la Iglesia y si trabajábamos en la
Iglesia, Todo lo demás no tiene valor» (Card. J.H. Newman).