El pasado domingo 7 de octubre la Santa Sede declaró como Doctor de la Iglesia Católica a San Juan de Ávila, patrón de nuestro Seminario de Asidonia-Jerez. Con motivo de esta gozosa declaración, nuestro Obispo D. José Mazuelos acompañado de varios presbíteros, seminaristas y fieles de nuestra diócesis viajaron hasta Roma para asistir a la ceremonia de proclamación.
Posteriormente, concretamente el pasado 10 de octubre, nuestro Obispo D. José Mazuelos celebró una Eucaristía de Acción de Gracias en la iglesia parroquial de San Juan de Ávila por esta proclamación. En la misma, nuestro obispo dejó claro la importancia que tiene el patrón del clero andaluz sobre la Iglesia andaluza en general y nuestro seminario diocesano en particular.
A continuación ofrecemos la Carta Apostólica donde S. S. el Papa Benedicto XVI proclama a San Juan de Ávila como nuevo Doctor de la Iglesia Católica intercalada con fotos de la Santa Misa donde tuvo lugar su proclamación.
Nota: Fotos publicadas en la página de la Santa Sede (www.vatican.va/phome_sp.htm)
CARTA
APOSTÓLICA
San
Juan de Ávila, sacerdote diocesano,
proclamado
Doctor de la Iglesia universal
BENEDICTO
PP. XVI
Ad
perpetuam rei memoriam.
1. Caritas
Christi urget nos (2 Co 5,
14). El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, es la clave de la experiencia
personal y de la doctrina del Santo Maestro Juan de Ávila, un «predicador
evangélico», anclado siempre en la Sagrada Escritura, apasionado por la verdad
y referente cualificado para la «Nueva Evangelización».
La primacía de la gracia que impulsa al buen obrar,
la promoción de una espiritualidad de la confianza y la llamada universal a la
santidad vivida como respuesta al amor de Dios, son puntos centrales de la
enseñanza de este presbítero diocesano que dedicó su vida al ejercicio de su
ministerio sacerdotal.
El 4 de marzo de 1538, el Papa Pablo III expidió la
Bula Altitudo Divinae
Providentiae, dirigida a Juan
de Ávila, autorizándole la fundación de la Universidad de Baeza (Jaén), en la
que lo define como «praedicatorem
insignem Verbi Dei». El 14 de
marzo de 1565 Pío iv expedía una Bula confirmatoria de las facultades
concedidas a dicha Universidad en 1538, en la que le califica como«Magistrum
in theologia et verbi Dei praedicatorem insignem» (cf. Biatiensis Universitas,1968).
Sus contemporáneos no dudaban en llamarlo «Maestro», título con el que figura
desde 1538, y el Papa Pablo VI, en la homilía de su canonización, el 31 de mayo de 1970,
resaltó su figura y doctrina sacerdotal excelsa, lo propuso como modelo de
predicación y de dirección de almas, lo calificó de paladín de la reforma
eclesiástica y destacó su continuada influencia histórica hasta la actualidad.
2. Juan de Ávila vivió en la primera amplia mitad
del siglo XVI. Nació el 6 de enero de 1499 ó 1500, en Almodóvar del Campo
(Ciudad Real, diócesis de Toledo), hijo único de Alonso Ávila y de Catalina
Gijón, unos padres muy cristianos y en elevada posición económica y social. A
los 14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la prestigiosa Universidad de
Salamanca; pero abandonó estos estudios al concluir el cuarto curso porque, a
causa de una experiencia muy profunda de conversión, decidió regresar al
domicilio familiar para dedicarse a reflexionar y orar.
Con el propósito de hacerse sacerdote, en 1520 fue
a estudiar Artes y Teología a la Universidad de Alcalá de Henares, abierta a
las grandes escuelas teológicas del tiempo y a la corriente del humanismo
renacentista. En 1526, recibió la ordenación presbiteral y celebró la primera
Misa solemne en la parroquia de su pueblo y, con el propósito de marchar como
misionero a las Indias, decidió repartir su cuantiosa herencia entre los más
necesitados. Después, de acuerdo con el que había de ser primer Obispo de
Tlaxcala, en Nueva España (México), fue a Sevilla para esperar el momento de
embarcar hacia el Nuevo Mundo.
Mientras se preparaba el viaje, se dedicó a
predicar en la ciudad y en las localidades cercanas. Allí se encontró con el
venerable Siervo de Dios Fernando de Contreras, doctor en Alcalá y prestigioso
catequista. Éste, entusiasmado por el testimonio de vida y la oratoria del
joven sacerdote San Juan, consiguió que el arzobispo hispalense le hiciera
desistir de su idea de ir a América para quedarse en Andalucía y permaneció en
Sevilla, compartiendo casa, pobreza y vida de oración con Contreras y, a la vez
que se dedicaba a la predicación y a la dirección espiritual, continuó estudios
de Teología en el Colegio de Santo Tomás, donde tal vez obtuvo el título de
Maestro.
Sin embargo en 1531, a causa de una predicación
suya mal entendida, fue encarcelado. En la cárcel comenzó a escribir la primera
versión del Audi, filia. Durante estos años recibió la
gracia de penetrar con singular profundidad en el misterio del amor de Dios y
el gran beneficio hecho a la humanidad por Jesucristo nuestro Redentor. En
adelante será éste el eje de su vida espiritual y el tema central de su
predicación.
Emitida la sentencia absolutoria en 1533, continuó
predicando con notable éxito ante el pueblo y las autoridades, pero prefirió
trasladarse a Córdoba, incardinándose en esta diócesis. Poco después, en 1536,
le llamó para su consejo el arzobispo de Granada donde, además de continuar su
obra de evangelización, completó sus estudios en esa Universidad.
Buen conocedor de su tiempo y con óptima formación
académica, Juan de Ávila fue un destacado teólogo y un verdadero humanista.
Propuso la creación de un Tribunal Internacional de arbitraje para evitar las
guerras y fue incluso capaz de inventar y patentar algunas obras de ingeniería.
Pero, viviendo muy pobremente, centró su actividad en alentar la vida cristiana
de cuantos escuchaban complacidos sus sermones y le seguían por doquier.
Especialmente preocupado por la educación y la instrucción de los niños y los
jóvenes, sobre todo de los que se preparaban para el sacerdocio, fundó varios
Colegios menores y mayores que, después de Trento, habrían de convertirse en
Seminarios conciliares. Fundó asimismo la Universidad de Baeza (Jaén),
destacado referente durante siglos para la cualificada formación de clérigos y
seglares.
Después de recorrer Andalucía y otras regiones del
centro y oeste de España predicando y orando, ya enfermo, en 1554 se retiró
definitivamente a una sencilla casa en Montilla (Córdoba), donde ejerció su
apostolado perfilando algunas de sus obras y a través de abundante
correspondencia. El arzobispo de Granada quiso llevarlo como asesor teólogo en
las dos últimas sesiones del concilio de Trento; al no poder viajar por falta
de salud redactó los Memoriales que influyeron en esa reunión
eclesial.
Acompañado por sus discípulos y amigos y aquejado
de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos, entregó su alma al
Señor en su humilde casa de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569.
3. Juan de Ávila fue contemporáneo, amigo y
consejero de grandes santos y uno de los maestros espirituales más prestigiosos
y consultados de su tiempo.
San Ignacio de Loyola, que le tenía gran aprecio,
deseó vivamente que entrara en la naciente Compañía de Jesús; no sucedió así,
pero el Maestro orientó hacia ella una treintena de sus mejores discípulos.
Juan Ciudad, después San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria, se
convirtió escuchando al Santo Maestro y desde entonces se acogió a su guía
espiritual. El muy noble San Francisco de Borja, otro gran convertido por
mediación del Padre Ávila, que llegó a ser Prepósito general de la Compañía de
Jesús. Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, difundió en sus diócesis
y por todo el Levante español su método catequístico. Otros conocidos suyos
fueron San Pedro de Alcántara, provincial de los Franciscanos y reformador de
la Orden; San Juan de Ribera, obispo de Badajoz, que le pidió predicadores para
renovar su diócesis y, arzobispo de Valencia después, tenía en su biblioteca un
manuscrito con 82 sermones suyos; Teresa de Jesús, hoy Doctora de la Iglesia,
que padeció grandes trabajos hasta que pudo hacer llegar al Maestro el
manuscrito de su Vida; San Juan de la Cruz, también
Doctor de la Iglesia, que conectó con sus discípulos de Baeza y le facilitaron
la reforma del Carmelo masculino; el Beato Bartolomé de los Mártires, que por
amigos comunes conoció su vida y santidad y algunos más que reconocieron la
autoridad moral y espiritual del Maestro.
4. Aunque el «Padre Maestro Ávila» fue, ante todo,
un predicador, no dejó de hacer magistral uso de su pluma para exponer sus
enseñanzas.
Es más, su influjo y memoria posterior, hasta nuestros días, están
estrechamente vinculados no sólo con el testimonio de su persona y de su vida,
sino con sus escritos, tan distintos entre sí.
Su obra principal, el Audi, filia, un clásico de la espiritualidad,
es el tratado más sistemático, amplio y completo, cuya edición definitiva
preparó su autor en los últimos años de vida. El Catecismo oDoctrina
cristiana, única obra que
hizo imprimir en vida (1554), es una síntesis pedagógica, para niños y mayores,
de los contenidos de la fe. El Tratado
del amor de Dios, una joya
literaria y de contenido, refleja con qué profundidad le fue dado penetrar en
el misterio de Cristo, el Verbo encarnado y redentor. El Tratado sobre el sacerdocio es un breve compendio que se
completa con las pláticas, sermones e incluso cartas. Cuenta también con otros
escritos menores, que consisten en orientaciones o Avisos para la vida espiritual. Los Tratados de Reforma están relacionados con el concilio
de Trento y con los sínodos provinciales que lo aplicaron, y apuntan muy
certeramente a la renovación personal y eclesial. Los Sermones y Pláticas, igual que elEpistolario, son escritos que abarcan todo el
arco litúrgico y la amplia cronología de su ministerio sacerdotal. Los
comentarios bíblicos —de la Carta
a los Gálatas a la Primera carta de Juan y otros— son exposiciones sistemáticas
de notable profundidad bíblica y de gran valor pastoral.
Todas estas obras ofrecen contenidos muy profundos,
presentan un evidente enfoque pedagógico en el uso de imágenes y ejemplos y
dejan entrever las circunstancias sociológicas y eclesiales del momento. El
tono es de suma confianza en el amor de Dios, llamando a la persona a la
perfección de la caridad. Su lenguaje es el castellano clásico y sobrio de su
tierra manchega de origen, mezclado a veces con la imaginación y el calor
meridional, ambiente en que transcurrió la mayor parte de su vida apostólica.
Atento a captar lo que el Espíritu inspiraba a la
Iglesia en una época compleja y convulsa de cambios culturales, de variadas
corrientes humanísticas, de búsqueda de nuevas vías de espiritualidad, clarificó
criterios y conceptos.
5. En sus enseñanzas el Maestro Juan de Ávila
aludía constantemente al bautismo y a la redención para impulsar a la santidad. Explicaba que la vida espiritual cristiana, que es participación en la vida
trinitaria, parte de la fe en Dios Amor, se basa en la bondad y misericordia
divina expresada en los méritos de Cristo y está toda ella movida por el
Espíritu; es decir, por el amor a Dios y a los hermanos. «Ensanche vuestra
merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con que el Padre nos
dio a su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las
cosas»(Carta 160),
escribe. Y también: «Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca» (Ib. 62), por esto, «la prueba del
perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo» (Ib. 103). Manifiesta también gran
aprecio a las cosas creadas, ordenándolas en la perspectiva del amor.
Al ser templos de la Trinidad, alienta en nosotros
la misma vida de Dios y el corazón se va unificando, como proceso de unión con
Dios y con los hermanos. El camino del corazón es camino de sencillez, de
bondad, de amor, de actitud filial. Esta vida según el Espíritu es marcadamente
eclesial, en el sentido de expresar el desposorio de Cristo con su Iglesia,
tema central del Audi, filia. Y es también mariana: la
configuración con Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, es un proceso de
virtudes y dones que mira a María como modelo y como madre. La dimensión
misionera de la espiritualidad, como derivación de la dimensión eclesial y
mariana, es evidente en los escritos del Maestro Ávila, que invita al celo
apostólico a partir de la contemplación y de una mayor entrega a la santidad.
Aconseja tener devoción a los santos, porque nos manifiestan a todos «un grande
Amigo, que es Dios, el cual nos tiene presos los corazones en su amor [...] y
Él nos manda que tengamos otros muchos amigos, que son sus santos» (Carta 222).
6. Si el Maestro Ávila es pionero en afirmar la
llamada universal a la santidad, resulta también un eslabón imprescindible en
el proceso histórico de sistematización de la doctrina sobre el sacerdocio.
A
lo largo de los siglos sus escritos han sido fuente de inspiración para la
espiritualidad sacerdotal y se le puede considerar como el promotor del
movimiento místico entre los presbíteros seculares. Su influencia se detecta en
muchos autores espirituales posteriores.
La afirmación central del Maestro Ávila es que los
sacerdotes, «en la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el
oficio del mismo Redentor» (Carta 157), y que actuar in persona Christi supone encarnar, con humildad, el
amor paterno y materno de Dios. Todo ello requiere unas condiciones de vida,
como son frecuentar la Palabra y la Eucaristía, tener espíritu de pobreza, ir
al púlpito «templado», es decir, habiéndose preparado con el estudio y con la
oración, y amar a la Iglesia, porque es esposa de Jesucristo.
La búsqueda y creación de medios para mejor formar
a los aspirantes al sacerdocio, la exigencia de mayor santidad del clero y la
necesaria reforma en la vida eclesial constituyen la preocupación más honda y
continuada del Santo Maestro. La santidad del clero es imprescindible para
reformar a la Iglesia. Se imponía, pues, la selección y la adecuada formación
de los que aspiraban al sacerdocio. Como solución propuso crear seminarios y
llegó a insinuar la conveniencia de un colegio especial para que se preparasen
en el estudio de la Sagrada Escritura. Estas propuestas alcanzaron a toda la
Iglesia.
Por su parte, la fundación de la Universidad de
Baeza, en la que puso todo su interés y entusiasmo, constituyó una de sus
aspiraciones más logradas, porque llegó a proporcionar una óptima formación
inicial y continuada a los clérigos, teniendo muy en cuenta el estudio de la
llamada «teología positiva» con orientación pastoral, y dio origen a una
escuela sacerdotal que prosperó durante siglos.
7. Dada su indudable y creciente fama de santidad,
la Causa de beatificación y canonización del Maestro Juan de Ávila se inició en
la archidiócesis de Toledo, en 1623.
Se interrogó pronto a los testigos en
Almodóvar del Campo y Montilla, lugares del nacimiento y muerte del Siervo de
Dios, y en Córdoba, Granada, Jaén, Baeza y Andújar. Pero por diversos problemas
la Causa quedó interrumpida hasta 1731, en que el arzobispo de Toledo envió a
Roma los procesos informativos ya realizados. Por decreto de 3 de abril de 1742
el Papa Benedicto XIV aprobó los escritos y elogió la doctrina del Maestro
Ávila, y el 8 de febrero de 1759 Clemente XIII declaró que había ejercitado las
virtudes en grado heroico. La beatificación tuvo lugar, por el Papa León XIII,
el 6 de abril de 1894 y la canonización, por el Papa Pablo VI, el 31 de mayo de
1970. Dada la relevancia de su figura sacerdotal, en 1946 Pío XII lo nombró
Patrono del clero secular de España.
El título de «Maestro» con el que durante su vida,
y a lo largo de los siglos, ha sido conocido San Juan de Ávila motivó que a
raíz de su canonización se planteara la posibilidad del Doctorado. Así, a
instancias del cardenal Don Benjamín de Arriba y Castro, arzobispo de
Tarragona, la XII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (julio
1970) acordó solicitar a la Santa Sede su declaración de Doctor de la Iglesia
Universal. Siguieron numerosas instancias, particularmente con motivo del XXV
Aniversario de su Canonización (1995) y del v Centenario de su nacimiento
(1999).
La declaración de Doctor de la Iglesia Universal de
un santo supone el reconocimiento de un carisma de sabiduría conferido por el
Espíritu Santo para bien de la Iglesia y comprobado por la influencia benéfica
de su enseñanza en el pueblo de Dios, hechos bien evidentes en la persona y en
la obra de San Juan de Ávila. Éste fue solicitado muy frecuentemente por sus
contemporáneos como Maestro de teología, discernidor de espíritus y director
espiritual. A él acudieron en búsqueda de ayuda y orientación grandes santos y
reconocidos pecadores, sabios e ignorantes, pobres y ricos, y a su fama de
consejero se unió tanto su activa intervención en destacadas conversiones como
su cotidiana acción para mejorar la vida de fe y la comprensión del mensaje
cristiano de cuantos acudían solícitos a escuchar su enseñanza. También los
obispos y religiosos doctos y bien preparados se dirigieron a él como
consejero, predicador y teólogo, ejerciendo notable influencia en quienes lo
trataron y en los ambientes que frecuentó.
8. El Maestro Ávila no ejerció como profesor en las
Universidades, aunque sí fue organizador y primer Rector de la Universidad de
Baeza. No explicó teología en una cátedra, pero sí dio lecciones de Sagrada
Escritura a seglares, religiosos y clérigos.
No elaboró nunca una síntesis sistemática de su
enseñanza teológica, pero su teología es orante y sapiencial. En el Memorial ii al concilio de Trento da dos
razones para vincular la teología y la oración: la santidad de la ciencia
teológica y el provecho y edificación de la Iglesia. Como verdadero humanista y
buen conocedor de la realidad, la suya es también una teología cercana a la
vida, que responde a las cuestiones planteadas en el momento y lo hace de modo
didáctico y comprensible.
La enseñanza de Juan de Ávila destaca por su
excelencia y precisión y por su extensión y profundidad, fruto de un estudio
metódico, de contemplación y por medio de una profunda experiencia de las
realidades sobrenaturales. Además su rico epistolario bien pronto contó con
traducciones italianas, francesas e inglesas.
Es muy de notar su profundo conocimiento de la
Biblia, que él deseaba ver en manos de todos, por lo que no dudó en explicarla
tanto en su predicación cotidiana como ofreciendo lecciones sobre determinados
Libros sagrados. Solía cotejar las versiones y analizar los sentidos literal y
espiritual; conocía los comentarios patrísticos más importantes y estaba
convencido de que para recibir adecuadamente la revelación era necesario el
estudio y la oración, y que se penetrara en su sentido con ayuda de la
tradición y del magisterio. Del Antiguo Testamento cita sobre todo los Salmos, Isaías y el Cantar de los cantares. Del Nuevo, el apóstol Juan y San
Pablo que es, sin duda, el más recurrido. «Copia fiel de San Pablo», lo llamó
el Papa Pablo VI en la bula de su canonización.
9. La doctrina del Maestro Juan de Ávila posee, sin
duda, un mensaje seguro y duradero, y es capaz de contribuir a confirmar y
profundizar el depósito de la fe, iluminando incluso nuevas prospectivas
doctrinales y de vida.
Atendiendo al magisterio pontificio, resulta evidente su
actualidad, lo cual prueba que su eminens
doctrina constituye un
verdadero carisma, don del Espíritu Santo a la Iglesia de ayer y de hoy.
La primacía de Cristo y de la gracia que, en
términos de amor de Dios, atraviesa toda la enseñanza del Maestro Ávila, es una
de las dimensiones subrayadas tanto por la teología como por la espiritualidad
actual, de lo cual se derivan consecuencias también para la pastoral, tal como
Nos hemos subrayado en la encíclica Deus caritas est. La confianza, basada en la
afirmación y la experiencia del amor de Dios y de la bondad y misericordia
divinas, ha sido propuesta también en el reciente magisterio pontificio, como
en la encíclica Dives in misericordia y en la exhortación apostólica
postsinodal Ecclesia in Europa, que es una verdadera proclamación
del Evangelio de la esperanza, como también hemos pretendido en la encíclica Spe salvi. Y cuando en la carta apostólica Ubicumque et semper, con la que acabamos de instituir
el Pontificio Consejo para promover la Nueva Evangelización, decimos: «Para
proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de
Dios», emerge la figura
serena y humilde de este «predicador evangélico» cuya eminente doctrina es de
plena actualidad.
10. En 2002, la Conferencia Episcopal Española tuvo
noticia del Studio
riassuntivo sull’eminente dottrina ravvisata nelle opere di San Giovanni
d’Avila, de la Congregación
para la Doctrina de la Fe.
Este estudio concluía de modo netamente afirmativo, y en 2003 un
buen número de Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos, Presidentes de
Conferencias Episcopales, Superiores Generales de Institutos de vida
consagrada, Responsables de Asociaciones y Movimientos eclesiales,
Universidades y otras instituciones, y personas particulares significativas, se
unieron a la súplica de la Conferencia Episcopal Española por medio de Cartas
Postulatorias que manifestaban al Papa Juan Pablo II el interés y la oportunidad
del Doctorado de San Juan de Ávila.
Retornado el expediente a la Congregación de las
Causas de los Santos y nombrado un Relator para esta Causa, fue necesario
elaborar la correspondiente Positio. Concluido este trabajo, el
Presidente y el Secretario de la Conferencia Episcopal Española junto con el
Presidente de la JuntaPro Doctorado y
la Postuladora de la Causa firmaron, el 10 de diciembre de 2009, la definitiva
Súplica (Supplex libellus) del Doctorado para el Maestro Juan
de Ávila. El 18 de diciembre de 2010 tuvo lugar el Congreso Peculiar de
Consultores Teólogos de dicha Congregación, en orden al Doctorado del Santo
Maestro. Los votos fueron afirmativos. El 3 de mayo de 2011, la Sesión Plenaria
de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación decidió, con voto también
unánimemente afirmativo, proponernos la declaración de San Juan de Ávila, si
así lo deseábamos, como Doctor de la Iglesia universal. El día 20 de agosto de
2011, en Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud, anunciamos al
Pueblo de Dios que, «declararé próximamente a San Juan de Ávila, presbítero,
Doctor de la Iglesia universal». Y el día 27 de mayo de 2012, domingo de
Pentecostés, tuvimos el gozo de decir en la Plaza de San Pedro del Vaticano a
la multitud de peregrinos de todo el mundo allí reunidos: «El Espíritu que ha hablado por medio de los
profetas,con los dones de la sabiduría y de la ciencia continúa inspirando
mujeres y hombres que se empeñan en la búsqueda de la verdad, proponiendo vías
originales de conocimiento y de profundización del misterio de Dios, del hombre
y del mundo. En este contexto tengo la alegría de anunciarles que el próximo 7
de octubre, en el inicio de la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos,
proclamaré a san Juan de Ávila y a santa Hildegarda de Bingen, doctores de la
Iglesia universal [...] La santidad de la vida y la profundidad de la doctrina
los vuelve perennemente actuales: la gracia del Espíritu Santo, de hecho los
proyectó en esa experiencia de penetrante comprensión de la revelación divina y
diálogo inteligente con el mundo, que constituyen el horizonte permanente de la
vida y de la acción de la Iglesia. Sobre todo, a la luz del proyecto de una
nueva evangelización a la cual será dedicada la mencionada Asamblea del Sínodo
de los Obispos, y en la vigilia del Año de la Fe, estas dos figuras de santos y
doctores serán de gran importancia y actualidad».
Por lo tanto hoy, con la ayuda de Dios y la
aprobación de toda la Iglesia, esto se ha realizado. En la plaza de San Pedro,
en presencia de muchos cardenales y prelados de la Curia Romana y de la Iglesia
católica, confirmando lo que se ha realizado y satisfaciendo con gran gusto los
deseos de los suplicantes, durante el sacrificio Eucarístico hemos pronunciado
estas palabras:
«Nosotros, acogiendo el deseo de muchos hermanos en
el episcopado y de muchos fieles del mundo entero, tras haber tenido el parecer
de la Congregación para las Causas de los Santos, tras haber reflexionado
largamente y habiendo llegado a un pleno y seguro convencimiento, con la plenitud
de la autoridad apostólica declaramos a san Juan de Ávila, sacerdote diocesano,
y santa Hildegarda de Bingen, monja profesa de la Orden de San Benito, Doctores
de la Iglesia universal, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo».
Esto decretamos y ordenamos, estableciendo que esta
carta sea y permanezca siempre cierta, válida y eficaz, y que surta y obtenga
sus efectos plenos e íntegros; y así convenientemente se juzgue y se defina; y
sea vano y sin fundamento cuanto al respecto diversamente intente nadie con
cualquier autoridad, conscientemente o por ignorancia.
Dado en Roma, en San Pedro, con el sello del
Pescador, el 7 de octubre de 2012, año octavo de Nuestro Pontificado.
BENEDICTO PP. XVI