Domingo 28º del tiempo ordinario
Cuando
salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me
llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no
matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no
estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él
replicó: «Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño». Jesús se le quedó
mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, da
el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–, y luego sígueme». A
estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús,
mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los
ricos entrar en el reino de Dios!». Los discípulos se extrañaron de estas
palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios
a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar
por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos
se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les
quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo
puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo
y te hemos seguido». Jesús dijo: «Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o
hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras por mí y por el Evangelio,
recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y
madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura vida eterna».
Comentario: Rvdo. P. D. Xavier Serra Permanyer
Hoy vemos cómo Jesús —que nos
ama— quiere que todos entremos en el Reino de los cielos. De ahí esta
advertencia tan severa a los “ricos”. También ellos están llamados a entrar en
él. Pero sí que tienen una situación más difícil para abrirse a Dios. Las
riquezas les pueden hacer creer que lo tienen todo; tienen la tentación de
poner la propia seguridad y confianza en sus posibilidades y riquezas, sin
darse cuenta de que la confianza y la seguridad hay que ponerlas en Dios. Pero
no solamente de palabra: qué fácil es decir «Sagrado Corazón de Jesús, en ti
confío», pero qué difícil se hace decirlo con la vida. Si somos ricos, cuando
digamos de corazón esta jaculatoria, trataremos de hacer de nuestras riquezas
un bien para los demás, nos sentiremos administradores de unos bienes que Dios
nos ha dado.
Decía la Madre Teresa: «Dios
no puede llenar lo que está lleno de otras cosas». Tenemos el peligro de tener
a Dios como un elemento más en nuestra vida, un libro más en la biblioteca;
importante, sí, pero un libro más. Y, por tanto, no considerarlo en verdad como
nuestro Salvador.
Pero tanto los ricos como los
pobres, nadie se puede salvar por sí mismo: «¿Quién se podrá salvar?» (Mc
10,26), exclamarán los discípulos. «Para los hombres, imposible; pero no para
Dios, porque todo es posible para Dios» (Mc 10,27), responderá Jesús.
Confiémonos todos y del todo a Jesús, y que esta confianza se manifieste en
nuestras vidas.