Domingo
29º del tiempo ordinario
Se
acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro,
queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que
haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu
derecha y otro a tu izquierda».
Jesús
replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de
beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».
Contestaron: «Lo somos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo
beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero
el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo: está ya
reservado».
Los
otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús,
reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los
pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el
que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea
esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan,
sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
Comentario: Rvdo. P. D. Antonio Carol Hostench
Hoy, nuevamente, Jesús trastoca
nuestros esquemas. Provocadas por Santiago y Juan, han llegado hasta nosotros
estas palabras llenas de autenticidad: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a
ser servido, sino a servir y a dar su vida» (Mc 10,45).
¡Cómo nos gusta estar bien
servidos! Pensemos, por ejemplo, en lo agradable que nos resulta la eficacia,
puntualidad y pulcritud de los servicios públicos; o nuestras quejas cuando,
después de haber pagado un servicio, no recibimos lo que esperábamos.
Jesucristo nos enseña con su
ejemplo. Él no sólo es servidor de la voluntad del Padre, que incluye nuestra
redención, ¡sino que además paga! Y el precio de nuestro rescate es su Sangre,
en la que hemos recibido la salvación de nuestros pecados. ¡Gran paradoja ésta,
que nunca llegaremos a entender! Él, el gran rey, el Hijo de David, el que
había de venir en nombre del Señor, «se despojó de su grandeza, tomó la
condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres (…) haciéndose obediente
hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Fl 2,7-8). ¡Qué expresivas son las
representaciones de Cristo vestido como un Rey clavado en cruz! A modo de
catequesis, contemplamos cómo servir es reinar, y cómo el ejercicio de
cualquier autoridad ha de ser siempre un servicio.
Jesús trastoca de tal manera
las categorías de este mundo que también reditúa el sentido de la actividad
humana. No es mejor el encargo que más brilla, sino el que realizamos más
identificados con Jesucristo-siervo, con mayor Amor a Dios y a los hermanos. Si
de veras creemos que «nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus
amigos» (Jn 15,13), entonces también nos esforzaremos en ofrecer un servicio de
calidad humana y de competencia profesional con nuestro trabajo, lleno de un
profundo sentido cristiano de servicio. Como decía la Madre Teresa de Calcuta:
«El fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del
servicio es la paz».