Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Comentario:
Monseñor F. Xavier Ciuraneta y Aymi, Obispo Emérito de Lleida
«Haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
Hoy, la liturgia nos invita a adorar a
la Trinidad Santísima, nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un
solo Dios en tres Personas, en el nombre del cual hemos sido bautizados. Por la
gracia del Bautismo estamos llamados a tener parte en la vida de la Santísima
Trinidad aquí abajo, en la oscuridad de la fe, y, después de la muerte, en la
vida eterna. Por el Sacramento del Bautismo hemos sido hechos partícipes de la
vida divina, llegando a ser hijos del Padre Dios, hermanos en Cristo y templos del
Espíritu Santo. En el Bautismo ha comenzado nuestra vida cristiana, recibiendo
la vocación a la santidad. El Bautismo nos hace pertenecer a Aquel que es por
excelencia el Santo, el «tres veces santo» (cf. Is 6,3).
El don de la santidad recibido en el Bautismo
pide la fidelidad a una tarea de conversión evangélica que ha de dirigir
siempre toda la vida de los hijos de Dios: «Ésta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación» (1Tes 4,3). Es un compromiso que afecta a todos los
bautizados. «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad»
(Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40).
Si nuestro Bautismo fue una verdadera
entrada en la santidad de Dios, no podemos contentarnos con una vida cristiana
mediocre, rutinaria y superficial. Estamos llamados a la perfección en el amor,
ya que el Bautismo nos ha introducido en la vida y en la intimidad del amor de
Dios.
Con profundo agradecimiento por el
designio benévolo de nuestro Dios, que nos ha llamado a participar en su vida
de amor, adorémosle y alabémosle hoy y siempre. «Bendito sea Dios Padre, y su
único Hijo, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros».