Fuente: ALFA Y OMEGA
Solemnidad
de la Santísima Trinidad (ciclo B)
«En
el nombre de la Trinidad»
Santiguarse es uno de los primeros gestos que los
padres enseñan a los niños con respecto a la fe. Con la frase «en el nombre del
Padre y del Hijo y el Espíritu Santo» comenzamos a menudo nuestras oraciones.
La señal de la cruz es, probablemente, el gesto que más nos define como
cristianos. La celebración eucarística está, asimismo, repleta de expresiones
que confirman que la liturgia es obra de la Santísima Trinidad. Desde el
comienzo de la Misa hasta la bendición final los saludos, oraciones, himnos o
el símbolo de la fe manifiestan que Dios Uno y Trino es quien lleva a cabo la
obra de nuestra redención. Sin embargo, es en el Bautismo donde con mayor
claridad han quedado plasmadas las palabras centrales del Evangelio de este
domingo, en el momento de derramar el agua sobre quien recibe este sacramento.
En definitiva, la Trinidad no solo es el origen de nuestra salvación o de la
celebración de la misma, sino el ámbito en el que nos situamos los cristianos,
ya sea en las celebraciones como en la vida. Para comprender el significado de
Dios Uno y Trino no tenemos más modos de acceso que lo que Dios mismo nos ha
revelado. A simple vista podríamos pensar que esto supone una gran limitación,
y que nuestras posibilidades de acceso a Dios serían en la práctica nulas. Por
otro lado, el concepto de Trinidad podría entenderse como el ejemplo más
señalado de la incomprensibilidad de un dogma de fe o, peor aún, que el hecho
de que Dios sea Uno y Trino afectaría poco o nada a la comprensión o a la vida
del hombre, como si entre Dios y el hombre existiera un abismo infinito e
insalvable. Sin embargo, para nosotros la idea de Dios no es un concepto
abstracto ni el fruto de una profunda reflexión humana de carácter filosófico o
teológico. Dios se ha dado a conocer, se ha revelado, y gracias a ello podemos
conocerlo y amarlo de una manera sencilla. Para cerciorarnos de esto basta con
acudir a la Sagrada Escritura. Toda ella nos habla del acercamiento de Dios
hacia el hombre, a pesar de que este a menudo se ha olvidado de Dios. En esa
aproximación unilateral hacia nosotros irrumpirá en la historia, caminará con
su pueblo y tendrá un vínculo plenamente personal con la humanidad. Dios toma
la iniciativa y conoce a su pueblo, lo ama, lo guía e incluso cuando los
hombres se apartan de Él manifiesta con mayor fuerza su misericordia. Y lo que
se afirma de Dios con respecto a Israel, tras la Muerte y Resurrección de
Cristo se afirma de Dios con relación a su Iglesia, conformando un vínculo tan
estrecho que es calificado tantas veces como esponsal. Así pues, nunca la idea
de Trinidad hará referencia a la visión estática y fría de un Dios desligado
del mundo y de los asuntos de la humanidad, sino a alguien que es relación de
personas y que nos ha creado precisamente a imagen y semejanza de su mismo ser.
A imagen y
semejanza
En efecto,
el libro del Génesis narra la creación del hombre, dotado de voluntad y
entendimiento, como la culminación de su obra inicial. Aparte de presentar al
hombre como la más excelsa de las criaturas de Dios, en los capítulos que
tratan de explicarnos la relación del hombre con Dios en el comienzo de la
humanidad se quiere insistir en que el camino del pueblo de Israel y de cada
persona ha de ser el de un progresivo conocimiento y amor de Dios. Por lo
tanto, ni Dios se revela desde el primer momento por completo, ni el hombre
conoce y ama al Señor de inmediato. El instante central de la manifestación de
Dios a los hombres va a ser la encarnación del Hijo de Dios y los hechos y
palabras que realizará y dirá. No son pocos los pasajes evangélicos que
reflejan la estrecha unidad entre el Padre y el Hijo, sobre todo algunos de san
Juan que hemos escuchado hace algunos domingos. Por otro lado, la afirmación
final, «sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los
tiempos», muestra que la presencia y acción del Espíritu Santo continúan
guiando la existencia de la Iglesia y la de cada uno de nosotros. De este modo,
los hombres puede seguir comprobando que Dios camina junto a ellos y que nunca
se olvida de sus criaturas.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte que Jesús les habla indicado. Al verlo, ellos se postraron,
pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado
pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
Juan 20, 19-23