Fuente: ALFA Y OMEGA
VI
Domingo de Pascua (ciclo B)
«Nadie tiene amor más grande»
Este domingo continuamos leyendo el capítulo 15
del Evangelio según san Juan, que integra el corazón del mensaje de Jesús a sus
discípulos en el ámbito de la última cena. Los términos que más se repiten son
permanecer y, sobre todo, amar. Con este discurso, Jesús no busca dar una
explicación teórica sobre lo que significa el amor de modo genérico, sino
situarse Él mismo como mediador de ese amor entre Dios y los hombres. Él es,
sin duda, la constatación máxima de la predilección del Padre por nosotros. Por
otro lado, es natural preguntarse sobre el significado de este pasaje y el de
hace ocho días –que comparaba nuestro vínculo con el Señor con el de la vid y
los sarmientos– en el contexto de la Pascua. En efecto, el ritmo de lecturas
dominicales de este tiempo –centrado las tres primeras semanas en las
apariciones del Señor–, parece haberse truncado con el Evangelio del domingo
del Buen Pastor. Sin embargo, una vez comprobado el hecho de la Resurrección,
los discípulos han de ir asumiendo paulatinamente el estilo de vida propio del
Maestro, para que ellos la concreten en su vida y la transmitan al resto de
miembros de la Iglesia. El tiempo pascual celebra de modo especial el nacimiento
y la extensión de la Iglesia, como constatamos con la continua lectura del
libro de los Hechos de los Apóstoles. Y quienes se acercan a ella no solo deben
conocer unas determinadas reglas y modos de comportamiento. La pertenencia a
este cuerpo, el cuerpo de Cristo, va unida a una comprensión de la propia vida
en función del modo de vivir, de obedecer y de amar de Cristo. Se trata de
asumir el tipo de amor al que estamos llamados, cuál es la procedencia de ese
amor y cuál es la máxima expresión del amor de Dios con los hombres.
Dios como
fuente de amor
Esta afirmación nos previene contra la tentación
de pensar que el amor verdadero procede de modo exclusivo de nuestros buenos
sentimientos y deseos hacia los demás, o de una generosidad y benevolencia innatas.
Al mismo tiempo, nos permite entender que el amor efectivo no siempre está
unido con el afectivo. Jesús se ubica varias veces como lugar al que podemos
mirar para comprender esta realidad, en particular con las frases «que os améis
unos a otros como yo os he amado» y «nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por sus amigos». Por lo tanto, si el Padre es la fuente del amor, Jesús
es el mediador por excelencia de ese amor, que nos muestra y transmite a
nosotros, no únicamente para que respondamos a Dios con ese amor. De hecho, el
pasaje de este domingo no insiste en la necesidad de responder a Dios amándolo
como Él nos ama, pero sí subrayando varias veces que nos amemos entre nosotros
de esa manera. Así pues, solo podemos amar verdaderamente a los hermanos si lo
hacemos de la misma manera que Dios nos ha amado y se ha entregado por
nosotros. Supone, en definitiva, una llamada a entregar la vida. Las palabras
de Jesús a sus discípulos son, a la vez, una confesión de la predilección que
tiene por ellos; algo que puede hacerse extensivo a los cristianos de todos los
tiempos. Si el amor parte de Dios, la elección parte del Señor y supone la
concreción de ese amor. Dios nos ama eligiéndonos para una misión, mirándonos
personalmente e involucrándonos en la vida de la Iglesia de este modo. Al
contrario de lo que frecuentemente sucede en la vida ordinaria, donde
habitualmente se busca a las personas por determinados intereses, Dios no
necesita absolutamente nada de nosotros. Nos ama, nos elige y nos envía a una
misión mirando solo por nosotros. El objetivo de este amor y envío es «para que
vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca».
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de
esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo
no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi
nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».
Juan 15, 9-17