Solemnidad del Corpus Christi (ciclo A)
El pan vivo bajado del cielo
Celebramos este domingo la solemnidad del Corpus Christi;
una fiesta que nos invita a detenernos en torno al misterio eucarístico y a su
significado para la vida de la
Iglesia. Para comprender lo que implica el don de la Eucaristía , el
Evangelio nos presenta la última parte del discurso de san Juan sobre el pan de
vida. Comienza el pasaje con las palabras «yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre». En el Antiguo Testamento
el pan es, ante todo, un don de Dios, esencial para la subsistencia del hombre.
Por eso, en la oración que el Señor enseña a sus discípulos parece resumir en
este alimento todo lo necesario para la vida del hombre, al mismo tiempo que
anticipa el don eucarístico.
El maná y la
Eucaristía
Cuando los judíos escuchaban «pan bajado del cielo»
pensaban inevitablemente en el maná, el alimento que Dios dio a Israel durante
la marcha por el desierto, conforme escuchamos este domingo en la primera
lectura, del libro del Deuteronomio. El maná tenía un carácter misterioso. Pero
a través de este medio de subsistencia Dios hace patente su presencia en medio
de su pueblo, que recordará siempre este don poniendo en el arca, junto a las
tablas de la ley, un vaso con maná.
Del mismo modo que Dios se preocupó por alimentar a su
pueblo cuando estaba en el desierto, Jesús ofrece a sus discípulos un don aún
mayor: la Eucaristía ,
esencial para la vida. Jesús no se refiere a la vida física, sino a la vida
verdadera, la que une a Dios con el hombre para siempre y a los hombres entre
sí. Esta es la «vida eterna» de la que nos habla.
Pan de comunión
Durante estos días muchos niños han recibido por primera
vez al Señor en la
Eucaristía. Han hecho la comunión. San Pablo nos dice en la
carta a los Corintios que el cáliz que bendecimos y el pan que partimos son
comunión. ¿Qué significa esto? Unión íntima y profunda. El Señor quiere
ofrecernos el vínculo más hondo que puede existir con él mismo. Pero recibir al
Señor crea al mismo tiempo un lazo estrecho entre los cristianos, tal y como
afirma Pablo: «el pan es uno, nosotros, siendo muchos formamos un solo cuerpo,
pues todos comemos del mismo pan». Por lo tanto, la Eucaristía no puede ser
considerada nunca como un hecho privado. Su celebración nunca ha sido un
acontecimiento reservado para unos pocos, de manera exclusiva. Cuando acudimos
a Misa no elegimos quién nos acompañará, y, probablemente, en el mismo lugar
haya personas completamente desconocidas para nosotros, de distintas
profesiones, condición o, incluso, nacionalidad. Por eso, la Eucaristía ha sido
siempre un antídoto frente a cualquier tentación de particularismo. De hecho,
durante muchos años la única celebración eucarística que había en cada ciudad
era la presidida por el obispo, donde en torno a la Eucaristía y al obispo
se visibilizaba la única comunidad, expresión de la unidad de la Iglesia. El caminar en
procesión junto al Señor sacramentado permite hoy día seguir reflejando la
unión de quienes, como miembros de la Iglesia , dirigimos la mirada hacia el Señor
resucitado.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el
pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Disputaban los judíos entre
sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo
vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es
el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron
y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Juan 6, 51-58