Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

jueves, 1 de junio de 2017

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

Solemnidad de Pentecostés (ciclo A)
«Recibid el Espíritu Santo»

Estamos acostumbrados a comprender la venida del Espíritu Santo según la narración de los Hechos de los Apóstoles, la primera lectura de la Misa de este domingo. El escenario acostumbrado para narrar la venida del Espíritu está dominado por las imágenes del estruendo del viento y de las lenguas, como llamaradas, posándose sobre la cabeza de cada uno de los discípulos. Sin embargo, la fiesta de Pentecostés es la coronación del año litúrgico, debido a que celebra la culminación de la obra de Jesús. Igualmente, es imprescindible poner en relación el don del Espíritu con las apariciones del Señor resucitado.

Sopló sobre ellos
El Evangelio relata la aparición de Jesús al atardecer del día en que había resucitado, «al anochecer de aquel día, el primero de la semana». Se nos muestra con ello que la venida del Espíritu Santo es un acontecimiento estrechamente unido a la encarnación y a la resurrección. Para esto murió y resucitó el Señor: para comunicarnos el Espíritu Santo. De hecho, el evangelista había aludido ya al don del Espíritu en el momento de la muerte de Jesús. En lugar de decir que expiró, afirma que entregó el Espíritu. Además, el hecho de mostrar las llagas no es solo un argumento para defender la identidad entre el que fue crucificado y el que ahora vive. Constituye una manifestación del vínculo entre su pasión y muerte y los dones que ahora otorga a la comunidad.
El soplo es una de las imágenes que refleja de un modo más claro la llegada del Espíritu Santo. Jesús sopla sobre los discípulos, dándoles el Espíritu Santo. De este modo se hace alusión al relato de la Creación del hombre, que afirma que Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida (Gn 2, 7). Soplando sobre los apóstoles, el Señor, a través de su propio cuerpo, les da de modo nuevo el aliento de Dios. En cierto modo los convierte en nuevas criaturas.
No pasa desapercibido el detalle de que el Señor entra en un lugar cerrado «por miedo a los judíos». Este dato acentúa, por una parte, que, tras haber resucitado, el Señor tiene el dominio absoluto sobre el tiempo y el espacio, pudiendo abrir lo que está cerrado, tanto en sentido local como personal; por otra parte, anticipa lo que sucederá en los discípulos como consecuencia de su presencia entre ellos: abrirse al mundo. De hecho, a partir de la venida del Espíritu Santo no será posible ya volver a encontrar a los apóstoles en un lugar cerrado. La valentía que adquieren, gracias al impulso del Espíritu, les moverá no solo a salir a las calles, sino también a hablar sin miedo en el templo de lo que han visto y oído. Del mismo modo que para el Señor, tras su resurrección, ya no hay obstáculo que se interponga a su acción, nada podrá impedir a los discípulos llevar a cabo la misión que han recibido de comunicar la presencia del Resucitado.

Un don y una compañía
El pasaje de este domingo fue proclamado el domingo de la octava de Pascua; en esa ocasión para referirnos la primera aparición del Señor a los apóstoles. Al escuchar a los 50 días el mismo relato, la liturgia nos permite profundizar en las consecuencias del acontecimiento pascual, tanto para los apóstoles como para nosotros. En su día hablamos de la alegría de la paz como frutos de la Pascua. Ahora nos detenemos en la importancia del Espíritu sobre la primera comunidad de discípulos.
En definitiva, el Espíritu es un don que reciben los discípulos desde el momento en que la Pascua del Señor ha tenido lugar. Muerte, resurrección y envío del Espíritu Santo corresponden a la misma realidad: el don total que Dios hace a los hombres. Su entrega máxima. Del mismo modo que el pueblo de Israel quedó liberado del faraón tras su salida de Egipto y, tras cincuenta días, se sella la alianza en el Sinaí, con la muerte y resurrección de Cristo, el hombre ha sido liberado. Comprender que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia significa que nunca caminamos solos, sino que llevamos un compañero de viaje que nos asiste, nos guía, nos consuela y nos anima.

  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia Adjunto de Madrid




Evangelio

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


Juan 20, 19-23