Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

jueves, 31 de marzo de 2016

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

II Domingo de Pascua (ciclo C)
Para que creas

El segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia concluye la Octava Pascual, es decir, los ocho días posteriores al domingo de Pascua, en el que los nuevos cristianos, que habían recibido la iniciación cristiana en la gran noche sacramental de la Vigilia Pascual, concluían su formación inicial y se ponían sus vestiduras blancas, características de su nueva incorporación a Cristo. Por eso, se llama a este domingo, también, dominica in albis (domingo blanco), o domingo de Tomás, por el hermoso texto evangélico que se proclama.
A lo largo de este tiempo de la cincuentena pascual –que san Atanasio consideraba como «el gran domingo» de Pascua–, se proclamarán las apariciones de Jesús Resucitado a sus discípulos. Estas acontecen regularmente el primer día de la semana judía y cada ocho días, para recordar el día santo de la resurrección del Señor. El relato evangélico de este domingo describe al grupo de los apóstoles reunidos y ofuscados por el miedo y la inseguridad. Se describe una comunidad triste y desorientada. Tenían miedo a los judíos. Las puertas cerradas son signo de la debilidad interior que paraliza el corazón de la comunidad.
En este contexto, Jesús se hace presente en medio de ellos y se manifiesta resucitado. Su saludo pascual es siempre el mismo y repetido: «Paz a vosotros». Inmediatamente, el corazón compungido de los discípulos se alegra al ver al Señor. Son los frutos de la Pascua: la alegría y la paz. Y es en este momento, según el Evangelio de Juan, cuando los capacita con la fuerza de su Espíritu y los envía a la misión.
La escena aumenta su dramatismo cuando se advierte la ausencia de Tomás y de su comprensible incredulidad ante el testimonio de los hermanos: «Hemos visto al Señor». Los discípulos dan ya testimonio experiencial de Cristo Resucitado. Los que no habían creído a las mujeres intentan ahora convencer a Tomás. Pero no lo logran.
Tomás desconfía del testimonio unánime de los hermanos. No puede admitir la posibilidad del Resucitado. Está cerrado a la novedad del misterio anunciado por Jesús. Pone condiciones: «Si no lo veo con mis propios ojos y lo compruebo personalmente, no lo creeré». Representa al hombre escéptico de todos los tiempos con problemas de fe, y no es fácil admitir lo extraordinario en mentes tan racionalistas como las de Tomás.
Sin embargo, Jesucristo conoce muy bien el corazón humano. No pacta con mediocridades ni con las modas del momento. Conoce nuestras dudas y torpezas, por eso nos invita a la confianza. Solo el Evangelio puede curar nuestras dudas y preocupaciones, como sanó la incredulidad soberbia de Tomás. El encuentro con el Resucitado transformó la duda en confesión de fe; al escéptico en apóstol; al incrédulo en creyente: «¡Señor mío y Dios mío!». La duda no puede ahogar la posibilidad de la fe. ¡Qué bien lo entendió el cardenal Newman cuando afirmaba: «La fe es la capacidad de soportar las dudas»!
El reproche de Jesús a Tomás puede valer también para nosotros: «¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?... No seas incrédulo, sino creyente». El Señor nos invita a la fe y a la confianza en Él. Incluso en medio de las dificultades, el Señor nos dice que la solución no pasa por exigir señales, sino en creer en Jesús: «¡Dichosos los que crean sin haber visto!». Es la última bienaventuranza de Jesús recogida en el Evangelio de Juan: la bienaventuranza de la fe. Creer significa vivir; y la vida es cuestión de fe. Así termina la primera conclusión del Evangelio de Juan: «Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 30).
Esta es la finalidad de todo lo escrito en su Evangelio: para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida. Juan concluye la narración sobre la vida de Jesús llamando a la fe de sus discípulos como condición indispensable para que haya vida en ellos. El que cree en Jesucristo vive; y el que vive de Jesucristo, cree.


  Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos


Evangelio

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.


Juan 20, 19-31