Domingo de Ramos (ciclo C)
Gloria y cruz
Con el Domingo de Ramos se inaugura la Semana Santa , la
grande y santa Semana, como la denominan algunas Iglesias orientales, en la que
celebramos los misterios centrales de la fe cristiana: la Pasión , Muerte, sepultura y
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Los ritos de este domingo comienzan conmemorando la
entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, que continúan con la solemne
celebración eucarística, en la que se proclaman unos textos bíblicos de gran
hondura y belleza. Sin embargo, es un día que podríamos denominar agridulce,
claroscuro, porque se contraponen dos sentimientos diversos en la misma
celebración.
Por un lado, es una fiesta de alegría. Se conmemora la
solemne entrada de Jesús en la
Ciudad Santa de Jerusalén, donde se encontraba un gran gentío
para celebrar la fiesta de la
Pascua. Los judíos allí presentes, al advertir la presencia
del famoso Nazareno, salen curiosos a conocer a Jesús y le reciben como a
persona importante, con cantos, aclamaciones, batiendo ramos en alto y
alfombrando las calles con sus mantos. Muchos de los presentes creían aclamar a
un nuevo profeta, un posible guerrillero libertador del pueblo romano o un
futuro rey. Los evangelistas recogen en labios de la masa popular la famosa exclamación
que servía de acogida a los peregrinos en el templo de Jerusalén: «Bendito el
que viene en el nombre del Señor». ¡Bendito! Así se refleja en la procesión
jubilosa de los fieles en este Domingo, con los Ramos bendecidos, acompañando a
Cristo victorioso. Se presiente alegría, canto, algarabía, júbilo…
«Como oveja llevada al matadero»
Sin embargo, muchas veces me he preguntado: ¿cuál sería el
sentimiento de Jesús al entrar en Jerusalén? En medio de aquella gente
exaltada, bien sabía Él que era la última etapa de su vida, que llegaba a
Jerusalén «como oveja llevada al matadero», que entraba en la ciudad para
morir. Por eso, la liturgia del rito romano utiliza en este día el color rojo;
se proclama el texto de la
Pasión del Señor, como el Viernes Santo; y se denomina a este
día Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor. En la solemne entrada de Jesucristo en
Jerusalén se percibe ya su ofrenda voluntaria en la cruz por toda la humanidad.
Y el mismo pueblo que lo aclamaba «¡Bendito!», pocos días después le
considerará ¡maldito! Jesús vive el duro contraste entre la acogida jubilosa y
la repulsa violenta de su pueblo.
Así como en el Viernes Santo la tradición de la Iglesia siempre ha
proclamado el texto de la
Pasión según Juan, en este domingo se proclama el texto de la Pasión de Lucas. Un hermoso
texto en el que Lucas quiere presentar la Pasión de Jesucristo como un signo de amor y de
misericordia. Hay muchos matices en los varios episodios que describen el final
de la vida de Jesús, pero llama la atención que Lucas acentúa la inocencia de
Jesús frente a las acusaciones de los poderes políticos y religiosos, trata de
mitigar la culpabilidad de los judíos y de los discípulos y, sobre todo,
resalta el perdón de Jesús para con todos. Todo el relato es como un solemne
camino ascendente hacia la crucifixión de Jesús. Pero Lucas no solo recuerda la
centralidad de la crucifixión del Señor, sino también su finalidad. ¿Por qué ha
muerto Jesús? Para manifestar el amor misericordioso de Dios para con todos.
¿Para qué ha muerto Jesús? Para salvar lo que estaba perdido, para redimir a la
humanidad pecadora, para conducir de nuevo el hombre hacia Dios.
¡Qué profundidad la de estos días santos! El pueblo
cristiano siempre se preparó con especial intensidad para vivir esta santa
semana acompañando a Jesucristo en las celebraciones litúrgicas, en las
procesiones y actos de piedad, en horas de silencio y oración... ¿Por qué no
vives tú también esta experiencia espiritual allí donde te encuentras? Entra en
el misterio de Jesucristo celebrado en estos días, y experimentarás que sales
renovado.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla
Disciplina de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
Cuando llegó la hora, se sentó Jesús a la mesa y los
apóstoles con Él y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con
vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta
que se cumpla en el reino de Dios»... Y, tomando pan, después de pronunciar la
acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo
mismo con el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que
es derramada por vosotros»... Salió y se encaminó al monte de los Olivos, y lo
siguieron los discípulos. Al llegar, les dijo: «Orad para no caer en la
tentación». Y se apartó de ellos y, arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si
quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya ».
[...] Apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce.
Después de prenderlo, se lo llevaron a casa del sumo sacerdote. Cuando se hizo
de día, lo condujeron al Sanedrín. Le dijeron: «¿Eres tú el Hijo de Dios?» Él
les dijo: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad
tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de tu boca». Y lo
llevaron a presencia de Pilato, que dijo: «No encuentro ninguna culpa en este
hombre. Le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo
a gritos que lo crucificara. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que
pedían. Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera , lo crucificaron allí, a Él y a los
malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen». [...] Uno de los malhechores crucificados lo
insultaba. Pero el otro decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
[...] Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu». Y dicho esto, expiró.
Lucas 22, 14-23, 56