Domingo 4º del Tiempo Ordinario
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel
refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”: haz también aquí en tu tierra lo que hemos
oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es
bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en
tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo
una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado
Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos
leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de
ellos fue curado más que Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron
furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del
monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se
abrió paso entre ellos y se alejaba.
Comentario: Rvdo. P.
D. Pedro Suñer Puig
Hoy, en este domingo cuarto del tiempo ordinario, la liturgia
continúa presentándonos a Jesús hablando en la sinagoga de Nazaret. Empalma con
el Evangelio del domingo pasado, en el que Jesús leía en la sinagoga la
profecía de Isaías: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos
(...)» (Lc 4,18-19). Jesús, al acabar la lectura, afirma sin tapujos que esta
profecía se cumple en Él.
El Evangelio comenta que los de Nazaret se extrañaban que de
sus labios salieran aquellas palabras de gracia. El hecho de que Jesús fuese
bien conocido por los nazarenos, ya que había sido su vecino durante la
infancia y juventud, no facilitaba su predisposición para aceptar que era un
profeta. Recordemos la frase de Natanael: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»
(Jn 1,46). Jesús les reprocha su incredulidad, recordando aquello: «Ningún
profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Y les pone el ejemplo de
Elías y de Eliseo, que hicieron milagros para los forasteros, pero no para los
conciudadanos.
Por lo demás, la reacción de los nazarenos fue violenta.
Querían despeñarlo. ¡Cuántas veces pensamos que Dios tiene que realizar sus
acciones salvadoras acoplándose a nuestros grandilocuentes criterios! Nos
ofende que se valga de lo que nosotros consideramos poca cosa. Quisiéramos un
Dios espectacular. Pero esto es propio del tentador, desde el pináculo: «Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo» (Lc 4,9). Jesucristo se ha revelado como
un Dios humilde: el Hijo del hombre «no ha venido a ser servido, sino a servir»
(Mc 10,45). Imitémosle. No es necesario, para salvar a las almas, ser grande
como San Javier. La humilde Teresa del Niño Jesús es su compañera, como patrona
de las misiones.