FIESTA DE LA SAGRADA
FAMILIA
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron
una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no
encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado
en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que
le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has
tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les
contestó: «¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de
mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos
a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su
corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y los hombres.
Comentario:
Rvdo. P. D. J. Antonio Mateo García
Hoy contemplamos, como
continuación del Misterio de la Encarnación, la inserción del Hijo de Dios en
la comunidad humana por excelencia, la familia, y la progresiva educación de
Jesús por parte de José y María. Como dice el Evangelio, «Jesús progresaba en
sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).
El libro del Siracida,
nos recordaba que «el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el
derecho de la madre sobre su prole» (Si 3,2). Jesús tiene doce años y
manifiesta la buena educación recibida en el hogar de Nazaret. La sabiduría que
muestra evidencia, sin duda, la acción del Espíritu Santo, pero también el
innegable buen saber educador de José y María. La zozobra de María y José pone
de manifiesto su solicitud educadora y su compañía amorosa hacia Jesús.
No es necesario hacer
grandes razonamientos para ver que hoy, más que nunca, es necesario que la
familia asuma con fuerza la misión educadora que Dios le ha confiado. Educar es
introducir en la realidad, y sólo lo puede hacer aquél que la vive con sentido.
Los padres y madres cristianos han de educar desde Cristo, fuente de sentido y
de sabiduría.
Difícilmente se puede
poner remedio a los déficits de educación del hogar. Todo aquello que no se
aprende en casa tampoco se aprende fuera, si no es con gran dificultad. Jesús
vivía y aprendía con naturalidad en el hogar de Nazaret las virtudes que José y
María ejercían constantemente: espíritu de servicio a Dios y a los hombres,
piedad, amor al trabajo bien hecho, solicitud de unos por los otros,
delicadeza, respeto, horror al pecado... Los niños, para crecer como
cristianos, necesitan testimonios y, si éstos son los padres, esos niños serán
afortunados.
Es necesario que todos
vayamos hoy a buscar la sabiduría de Cristo para llevarla a nuestras familias.
Un antiguo escritor, Orígenes, comentando el Evangelio de hoy, decía que es
necesario que aquel que busca a Cristo, lo busque no de manera negligente y con
dejadez, como lo hacen algunos que no llegan a encontrarlo. Hay que buscarlo
con “inquietud”, con un gran afán, como lo buscaban José y María.