Felicitación de nuestro Obispo, D. José Mazuelos y carta de Navidad
"Tanto
amó Dios al Mundo que envió a su único Hijo" (Jn 3, 16). Estas palabras,
cumplidas en su día en Belén de Judá, en "la plenitud de los
tiempos", se siguen haciendo realidad sacramentalmente en la Iglesia,
todas las generaciones, porque el Hijo de Dios ha querido quedarse con nosotros
"todos los días hasta el fin del mundo".
Cada Navidad
el Niño-Dios viene a nuestro encuentro en toda su grandeza -porque es Dios y
porque es Amor- y en toda su debilidad: busca un "hogar" que lo
acoja, porque allí donde un corazón se abre al mensaje del Evangelio, "la
Palabra se hace carne" y pone su tienda entre nosotros (cf Jn 1, 18).
La Iglesia nos invita, pues, a celebrar con gozo y
alegría la Natividad del Señor. Acojamos la luz del Verbo de Dios, encarnado
por amor a los hombres, que nos abre la puerta a la vida divina, a la vida de
la gracia, que, en Jesucristo, nos introduce en el diálogo de amor eterno del
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Vivir la Navidad es acoger a Dios y a
los hombres. Es, por tanto, convertirse en constructores de la paz como
nos invita el Santo Padre en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del
año 2013, ya que Aquel que ha venido es el esperado como "Luz de las
Naciones" y "Príncipe de la Paz".
Vivir la Navidad es dejarse
iluminar por la luz de la paz que irradia del Hijo de Dios. Benedicto XVI en su
citado mensaje nos habla de un humanismo abierto a la trascendencia y del
reconocimiento de que, en Dios estamos llamados a constituir una sola familia
humana. A esa Luz se contempla la belleza y la dignidad de la vida humana desde
el primer instante de su concepción hasta su muerte natural; se ilumina el
principio de objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas gubernativas
que atentan contra la dignidad humana, como el aborto y la eutanasia, por parte
de los ordenamientos jurídicos y la administración de la justicia. Y es
verdadera lámpara que guía los pasos de la humanidad mostrándole las verdaderas
razones para vivir una vida llena de esperanza y para amar desinteresadamente
puesto que el corazón humano ha sido creado para realizarse humana y felizmente
en la entrega -generosa y gratuita- a favor de otro corazón humano.
Ese, es el
ejemplo que nos muestra Jesús y el modelo que contemplamos en el Portal, bajo
el amparo de José y María y la contemplación muda del buey y la mula. Por
tanto, La Navidad nos invita como a los Magos a seguir el sendero del amor como
camino seguro para la superación de todas nuestras dificultades. Jesús quiso
nacer de la Virgen María y vivir en el seno de una familia puesta bajo la
custodia de José, para ser solidario con nuestra condición humana y reforzar
los lazos que unen a los miembros de una misma familia, como comunidad humana
primera y fundamental. Ésta tiene como vocación natural promover la vida
y llevarla a plenitud en toda su dignidad, y al mismo tiempo transmitir la fe
como el fundamento necesario para que todo hombre y toda mujer encuentren su
misión en el mundo y su función en la historia: acompaña a las personas en su
crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco.
En Belén y en Nazaret se clarifica para la humanidad el papel decisivo de
la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico,
ético, pedagógico, económico y político, pues de ella depende en gran medida la
estabilidad y la paz de la más amplia sociedad cívica en la que se desarrolla
nuestra vida; y por lo mismo, también la comunidad básica y primordial a partir
de la cual la Iglesia se expande y crece como Pueblo de Dios y cumple su misión
de ser el icono trinitario del amor de Dios en el mundo. Así lo pone de
manifiesto Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de
2013: la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como
la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde
un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en
realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter
particular y su papel insustituible en la sociedad. En concreto, la familia cristiana
lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la
medida del amor divino
"Príncipe
de la Paz"
Vivir la Navidad es acoger a Dios y a los hombres. Es, por
tanto, convertirse en constructores de la paz como nos invita el Santo
Padre en su citado mensaje, ya que Aquel que ha venido es el esperado como
"Luz de las Naciones" y "Príncipe de la Paz".
También la
Navidad nos habla de un Nuevo Año, de construir un futuro, anteponiendo el bien
común a los particularismos egoístas. Un futuro, como dice el Papa, cimentado
en el deseo de paz, que es un don de Dios y forma parte del diseño de
Dios sobre el hombre. Y para ello es necesario trabajar para que sea realidad
la libertad religiosa de las personas y de las comunidades desde un punto de
vista positivo, en sus varias articulaciones, como libertad de, por ejemplo,
testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar
actividades educativas. Evitar la ideología del liberalismo radical y de la
tecnocracia defendiendo los derechos civiles y políticos y especialmente el
derecho al trabajo. Así como también la necesidad de un nuevo modelo de
desarrollo, integral, solidario y sostenible, posibilitando una nueva visión de
la economía que busque el bien común y esté guiada por una correcta
escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como
referencia última, que garantiza el principio de gratuidad como manifestación
de fraternidad y de la lógica del don.
Es
fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados
monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor
coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres.
Acoger al Niño Dios es descubrir, por tanto, la belleza y la necesidad de una
ética de comunión cimentada en una antropología veraz que supere otras visiones
éticas basadas en presupuestos teórico-prácticos puramente subjetivistas y
pragmáticos, que suscitan modelos de convivencia según criterios de poder o de
beneficio, en los que los medios se convierten en fines y viceversa y hacen
inviable la convivencia armónica y pacífica a la que estamos llamados a vivir y
establecer María: Reina de la familia, Reina de la Paz.
Por último, Navidad es
contemplar a María, la Madre de Dios, y como Ella acoger al Niño Jesús en
nuestro corazón, como la verdad sobre el hombre, que constituye el único camino
para alcanzar la libertad, el amor y la justicia. Es saber que la luz de Belén
viene a denunciar como falso dios, que ciega al hombre en su camino, el reinado
de la dictadura del relativismo y de la moral totalmente autónoma. El camino de
la plenitud de la paz se encuentra en el reconocimiento de la
imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada
hombre.
Por último pidamos a Nuestra Madre la Santísima Virgen de Belén a
nuestro Patriarca San José y al Niño Jesús, que la próxima fiesta de la Sagrada
Familia, sea también una jornada de Amor, alegría y Paz para todos los hogares.
Así sea.