Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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jueves, 10 de noviembre de 2016

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXXIII Domingo del tiempo ordinario (ciclo C)
Fin

Prosigue el tono final del año litúrgico en los textos y oraciones de la liturgia. Es inevitable que la Iglesia dirija su mirada al momento final de la historia y medite sobre la realidad de los últimos días a la luz de la enseñanza de Jesús. La Palabra de Dios habla del momento final del tiempo y del espacio: «No quedará piedra sobre piedra que no sea destruida», afirma el texto evangélico que comentamos. Igual que comprobamos la caducidad de las cosas, de la vida del hombre… llegará también el final de todo lo creado. Este mundo tiene fin. ¿Cómo vivir cristianamente todo esto?

Destrucción
Jesús anuncia la inminente destrucción del templo de Jerusalén y la gente aprovecha para preguntarle sobre el final de los tiempos.
El anuncio de la destrucción del magnífico templo reformado y agrandado por Herodes tiene una dimensión histórica, que hace referencia a su efectiva destrucción en el año 70, por el Ejército romano de Tito; y una dimensión religiosa, pues la desaparición del templo, signo de la presencia de Dios, era considerada en la literatura profética como consecuencia de una infidelidad del pueblo de Israel a la alianza. El rechazo a aceptar a Jesús como enviado de Dios que viene a establecer la nueva y definitiva alianza lleva a su máxima expresión esa infidelidad de Israel; por eso, el impresionante templo de Jerusalén será destruido; a pesar de su riqueza y magnificencia, desaparecerá.
La curiosidad de los oyentes por conocer cuándo se cumplirá este anuncio da pie a Jesús para advertir de que «el fin no vendrá enseguida». Sus palabras avisan de la aparición de falsos salvadores, que se presentarán como mesías anunciando la inminencia del fin del mundo, vinculado a la caída de Jerusalén; amén de otros signos cósmicos que anticiparán también al mencionado final.
Jesús advierte a sus discípulos sobre las persecuciones que tendrán que soportar («os echarán mano, os perseguirán, os entregarán por mi causa») y les invita a no tener miedo, a no alarmarse y convertir esta «desgracia» en una oportunidad de «gracia», porque pueden aprovechar el momento para dar testimonio de la fe en Jesucristo. Aun ante las amenazas de muerte, la fe nos exige que no devolvamos mal por mal; porque, incluso en medio de la tribulación, permanece la promesa de Dios, tal como recuerda el Deuteronomio 31, 6: «Tu Dios no te dejará ni te desamparará». Jesús asegura la protección permanente de Dios («yo os daré boca y sabiduría»), que garantiza su salvación, si perseveran fieles en su vida y testimonio de fe («con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»).

El final de la historia
La Palabra de Dios profetiza la llegada del «día final». Sus palabras nos previenen frente a la actitud ingenua de los escépticos que niegan el final del mundo existente. Todo lo creado tiene su fin. Será entonces cuando conoceremos la verdad de la vida y de la historia. Dios, que aparecía al inicio del mundo como «el Creador», aparecerá finalmente como el Eterno y, por tanto, el dominador de las consecuencias devastadoras del tiempo, de la materia, del dolor y de la muerte. Comprenderemos, por fin, que Dios es el Señor de todo, el Kyrios. Y ante Él juzgaremos la propia vida en verdad y con justicia.

La espera perseverante
Mientras llega ese momento final, no podemos adoptar una actitud de espera pasiva. San Pablo previene a los cristianos de Tesalónica frente a este peligro. Apoyados en falsos profetas, esperaban ociosos la venida inminente de Cristo. La apatía y el miedo provienen de una mala interpretación de la literatura apocalíptica. Lo desconocido que nos espera al final de los tiempos es incontrolable; lo único que podemos controlar es nuestra respuesta a las circunstancias históricas actuales.
El Evangelio nos invita a combatir la ociosidad con el trabajo y la entrega comprometida; a vivir firmes y perseverantes en la promesa del Señor. Los cristianos no podemos desentendernos de la historia; hemos de ser –como decía la Carta a Diogneto– «el alma del mundo», fermento en medio del mundo, dinamismo en el corazón de la historia.


  Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos




Evangelio

En aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré boca y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Lucas 21, 5-19


Exterior de la iglesia del Sagrado Corazón, en Haití, después del terremoto de 2010