XXXII Domingo del tiempo ordinario (ciclo
C)
La esperanza última
Para comprender cuál es la esperanza última que tiene el
creyente, hay que partir de textos veterotestamentarios y recorrer el lento y
largo camino que, desde la oscuridad, lleva a la luminosa profesión de fe que
leemos en el segundo libro de los Macabeos (primera lectura): «Tú, rey malvado,
nos arrancas de la vida presente, pero cuando hayamos muerto por su ley, el rey
del universo nos resucitará para la vida eterna […] Vale la pena morir a manos
de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará».
El Evangelio nos presenta una de las controversias de
Jesús con las distintas clases teológicas. Los saduceos, partido
aristocrático-conservador, enfrentados sobre todo con los fariseos en lo que
respecta a la
Resurrección , quieren poner a prueba a Jesús. Pero Jesús, contra
el pavor de la muerte, contra la curiosidad morbosa sobre el futuro del hombre,
manifiesta la esperanza pascual unida al Dios de la vida. Dios es vida y el que
cree en Él vive con Él y para Él. Siempre que celebramos la Eucaristía debemos
experimentar que Dios vence nuestra mortalidad y siembra en nosotros un germen
de inmortalidad. «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo
lo resucitaré en el último día».
La vida es un camino, lleno de etapas intermedias, hasta
llegar a la definitiva. El presente florecerá en un futuro de gloria. Este es
el gran consuelo y esperanza que Dios nos da.
Si Cristo no resucitó, es vana nuestra fe. En su
Resurrección se basa la esperanza de nuestra propia resurrección. Esta
esperanza relativiza a todos los cristianos los absolutos de su existencia. Le
corrige sus ideas e ideales más inconmovibles. Le pone en cuestión la misma
vida. La muerte y el martirio serán el paso a una vida nueva.
El cristiano, que en el Bautismo muere con Cristo para
resucitar con Él, deberá pedir continuamente la esperanza y las fuerzas que
necesita para vivir en consecuencia y hasta el fin ese Bautismo.
La esperanza relativiza el presente. El cristiano no puede
establecer alianzas definitivas que lo distraigan de su camino. Su meta está
siempre más lejos. Pero la esperanza sostiene el presente, lo hace fecundo e
importante. La esperanza del futuro estimula y alimenta el empeño en el
presente por encima de sus límites, heridas y tensiones. Los cristianos en el
mundo son profetas de la vida y de la alegría.
Andrés Pardo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
y canónigo de la catedral
Evangelio
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos,
los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos
dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos,
que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano”. Pues bien, había
siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero
se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por
último también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos
será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo: «En
este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean
juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre
los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden
morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la
resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el
episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac,
Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos
están vivos».
Lucas 20, 27-38