XXIX Domingo del
tiempo ordinario (ciclo C)
Siempre y sin
desfallecer
Todavía persiste en muchos
cristianos la insana disputa sobre la preeminencia entre acción u oración,
lucha o contemplación. La
Sagrada Escritura ayuda a descubrir que no se trata de una
disyuntiva, sino de dos acentos de una misma realidad: la oración no puede
sustituir ni evadir la acción; pero la acción comprometida precisa de la
oración para orientar el compromiso y lograr buen fin. El discípulo de Jesús
ora y actúa, lucha y contempla. Como enseñaba san Ignacio de Loyola:
contemplativos en la acción y activos en la contemplación.
La lógica de la acción
es la eficacia
Cuando se exalta la eficacia
como el máximo valor de una sociedad, el ser humano termina siendo reducido a
un instrumento valorado más por lo que produce que por lo que es. La historia
testifica que estos reduccionismos antropológicos no solo han atentado contra
la humanidad sino que han expulsado a Dios de la vida pública. En un contexto
así, la religión no se entiende, los valores evangélicos son despreciados y la
oración es una actividad inútil e improductiva a eliminar. Conviene reflexionar
sobre este aspecto porque hoy día muchas personas siguen opinando así. En una
sociedad que valora tanto el tiempo y en la que hay urgentes necesidades: ¿para
qué sirve la oración?
La lógica de la
oración es la confianza
Precisamente el texto evangélico
que comentamos trata de responder a esta pregunta. Así lo explica el primer
versículo a modo de introducción general del relato: «Jesús decía a sus
discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin
desfallecer». El Señor enseña a sus discípulos, en primer lugar, que «es
necesario» orar, es decir, que la oración es esencial en su seguimiento. Si
Jesús oraba, también sus discípulos. Y, en segundo lugar, el Señor va dando
también indicaciones a sus discípulos de cómo han de orar. En este relato
puntualiza que siempre y sin desfallecer.
Para ilustrarlo, Jesús pone el
ejemplo de un juez y una viuda a modo de parábola. El juez que «ni temía a Dios
ni le importaban los hombres» es definido como «injusto». Descrito así, es de
esperar su falta de calidad moral para juzgar justamente. Como era habitual en
aquel tiempo, los jueces abusaban de su poder y autoridad frente a los
indefensos, y no siempre aplicaban justamente las leyes a favor del inocente,
sino del mejor postor. El juez de la parábola no escuchaba ni atendía a una
pobre viuda desamparada.
La viuda aparece en el texto
como una persona vulnerable a quien se niega la justicia constantemente por
parte del juez. Sin embargo, ella es persistente en suplicar y exigir justicia
hasta lograr su objetivo. Finalmente, el juez accede a considerar su caso, no
por la honorable motivación de hacer justicia, sino para evitar la constante
molestia e importunidad de la viuda. Las súplicas persistentes de la viuda
desamparada triunfan sobre la obstrucción del juez injusto.
Jesús establece una cierta
analogía entre la viuda y sus discípulos para advertir que, en primer lugar,
deben orar a Dios Padre; y, en segundo lugar, con la misma perseverancia y
confianza que la viuda de la parábola. Si hasta un juez injusto se rindió a
hacer justicia a una pobre viuda, «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que
claman ante él día y noche?». Dios supera en justicia y compasión al juez
injusto.
Jesús presenta, de nuevo, a un
personaje despreciado y marginado –la viuda– como ejemplo para los oyentes. La
indefensión de la pobre viuda la obliga a interceder con constancia ante un
juez injusto, invocando justicia. Su convicción y confianza fue la fuerza para
perseverar insistiendo ante el juez y lograr su objetivo.
Esta parábola evangélica
propuesta por Jesús estimula a confiar y ser constantes en la oración. Solo se
persevera en la oración si hay confianza de ser escuchados por Dios, si hay fe
en Dios. La fe es la base de la oración. La fe mantiene la insistencia y
persistencia en la oración de los creyentes, mientras dura la historia, hasta
que el Señor vuelva. Pero, como finaliza el texto evangélico, que sirve de
reflexión para todos los seguidores de Jesús, «cuando venga el Hijo del Hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?».
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Lucas 18, 1-8