XXXXI Domingo del
tiempo ordinario (ciclo C)
Buscar y salvar
Jesús está ya al final de su
largo viaje hacia Jerusalén. Entre las enseñanzas de esta última etapa se
encuentra la acogida de Jesús a los niños y mendigos –al contrario de lo
acostumbrado en el uso local– y la dificultad de renunciar a las riquezas en
favor del Reino de Dios, como expresa el relato del joven rico, que rechaza el
seguimiento de Cristo por su amor a los bienes terrenales. Ciertamente, es
difícil que los ricos se salven, pero no imposible. Y para mostrar un ejemplo,
Lucas ofrece el hermoso relato de Zaqueo, en el que un hombre rico y pecador se
convierte y se salva.
La escena se sitúa en Jericó,
verdadero centro económico y lugar estratégico en la ruta hacia Jerusalén.
Jesús entra en la ciudad y la gente, expectante, se amalgama en torno a las
calles por donde atravesaba la ciudad.
La pequeñez del hombre
Zaqueo es denominado en el texto
como «jefe de publicanos», es decir, una especie de supervisor de publicanos y,
por tanto, «rico», porque eran una comunidad adinerada. Recaudaban impuestos
entre los judíos para los romanos, pero ellos aprovechaban para abusar con
tarifas excesivas y enriquecerse injustamente. Eran despreciados tanto por los
romanos como por los judíos, porque eran ladrones e impuros. Gozaban de mala
reputación entre la gente y eran pecadores ante la Ley de Dios. Su soledad y
culpabilidad era compensada por su riqueza. Sin embargo, Zaqueo es presentado
en el relato no como una persona odiosa; sino como alguien que quiere ver
desesperadamente a Jesús. El evangelista no explica los motivos de tal deseo;
pero se entretiene en detalles particulares que definen un comportamiento
notable en Zaqueo. El gentío y su baja estatura impiden lograr su objetivo. No
consigue ocupar ningún lugar principal o cercano al evento, sino que acepta un
segundo puesto entre la multitud. Es entonces cuando, corriendo delante de la
multitud, busca como alternativa subirse a un árbol y esperar a que pase Jesús
por allí. Zaqueo se siente ajeno y solo en medio de tanta gente; no participa
de la algarabía del acontecimiento, pero… quiere ver a Jesús y se pone al
alcance del Señor.
La grandeza de Dios
Podemos imaginar la sorpresa de
todos cuando, al llegar a aquel sitio, Jesús levantó los ojos, miró a Zaqueo y
dirigiéndose a él por su nombre le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es
necesario que hoy me quede en tu casa». ¿Cómo es posible que en medio de tanta
gente, Jesús se fijara precisamente en Zaqueo, un pecador? Es Jesús quien toma
la iniciativa. Es ahora Él quien tiene urgencia de ver y entrar en casa de
Zaqueo. Zaqueo buscó ver a Jesús, y ahora Jesús busca a Zaqueo para salvarlo.
El texto dice que lo recibió «muy contento», porque probablemente vio en la
mirada de Jesús la comprensión y el amor que no encontró en ningún otro de sus
contemporáneos. Y es esa actitud de misericordia y compasión de Jesús la que
transforma la actitud de Zaqueo y provoca su conversión, su cambio de vida,
como expresa el desprendimiento de sus riquezas y la reparación de las
injusticias causadas: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los
pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Es la
reacción de un corazón perdonado y amado, que excede, incluso, lo que requiere la Torá. Es entonces cuando
Jesús responde con una sentencia que aprueba el comportamiento de Zaqueo;
asegura el perdón y la salvación de Dios para este pecador que estaba perdido;
y responde a las críticas de los que murmuraban contra Jesús por el gesto
escandaloso de hospedarse en casa de un pecador: «Hoy ha sido la salvación de
esta casa, pues también este es hijo de Abrahán». No solo le concede el perdón,
sino que le restituye a la vida de la comunidad judía de los descendientes de
Abrahán.
Buscar y salvar lo
perdido.
No olvidemos la actitud del
resto de los protagonistas del relato: «Todos murmuraban». Jesús se expone a sí
mismo a la crítica de aquellos judíos al visitar la casa de Zaqueo. Jesús era
admirado por aquella multitud; Zaqueo, sin embargo, era odiado. A juicio de los
presentes, este no merecía ser honrado con la presencia de Jesús en su casa.
Sin embargo, Jesús reacciona contra este juicio popular y llama a Zaqueo «hijo
de Abrahán» para significar que no está desheredado de la bendición prometida a
Abrahán, es decir, que es pleno miembro de la comunidad judía.
Y es entonces cuando enseña que
salvación de Dios está dirigida en primer lugar para quienes más lo necesitan:
para aquellos que están perdidos del recto camino, los pecadores, los que están
alejados de Dios. «El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que
estaba perdido». Esta es la finalidad de la misión del Hijo de Dios: buscar y a
salvar lo que está perdido. Este relato de la conversión de Zaqueo refleja la
misericordia entrañable de Dios para con los pecadores y la conversión posible
de un pecador en seguidor comprometido de Jesucristo.
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla Disciplina
de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, data prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa». Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador». Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más». Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Lucas 19, 1-10