Fuente: ALFA Y OMEGA
II
Domingo de Adviento (ciclo C)
«Preparad
el camino al Señor»
En este segundo domingo de Adviento la Palabra de
Dios nos invita a meditar sobre la venida del Señor, a través de la figura de Juan el
Bautista, quien resume en sí mismo todo el Antiguo Testamento y lo
une al Nuevo. Así, Lucas presenta de una manera solemne la entrada en escena
del precursor: «En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, mientras
Poncio Pilato era procurador de Judea, […] bajo los sumos sacerdotes Anás y Caifás,
fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto» (Lc
3,1-2).
A través de esta introducción tan particular,
Lucas nos muestra cómo el Evangelio quiere
ser historia (hasta donde sea posible), pretende ser información objetiva
también para los no creyentes (aquellos que viven en el Imperio, y se
interrogan sobre ese tal Jesús al cual adoran los cristianos), aunque sin dejar
de ser Evangelio dirigido a la fe. Así, lo primero que lleva a cabo el
evangelista es aquello que hace un historiador: datar, señalar fechas. Porque
se trata de acontecimientos reales. Lucas dejará claro desde el principio que
esto no es una filosofía ni la enseñanza de unos maestros, ni un invento
humano, sino que es algo que ha sucedido realmente, y que se puede dar cuenta
de ello. También esta introducción testimonia la vocación profética de Juan,
que acepta ser instrumento de la Palabra de Dios. A través de la escucha
obediente y el consentimiento de un hombre dispuesto a darle voz, a través de
Juan, que se convirtió en profeta, la Palabra –que es la verdadera
protagonista– puede llevar a cabo el camino de la salvación.
La historia de Juan se desarrolla en el desierto,
un lugar muy especial donde la persona entra en su alma en silencio, donde es
posible simplificar la vida, en la soledad más profunda, a la que Dios nos
lleva para escuchar mejor su voz, que siempre habla al corazón (cf. Os 2, 16).
Así, Juan, que ya se ha convertido en el mensajero de la Palabra, «recorre toda
la región del Jordán predicando un bautismo del arrepentimiento para el perdón
de los pecados» (Lc 3,3). El lugar es el Jordán, un río que atraviesa el
desierto en el mismo sitio donde muchos siglos antes un pueblo fugitivo cruzó
las aguas para llegar a la tierra prometida (cf. Jos 3,14-17). Ahora se pasa de
nuevo por el agua, pero hacia una tierra diferente: ya no es un territorio,
sino el perdón de los pecados. De este modo, Juan llama con fuerza a la
conversión, es decir, a volver a Dios mediante un cambio de mentalidad, que se
debe traducir en obras concretas (cf. Lc 3, 8).
Es significativo cómo Lucas recurre a la Escritura
(Lc 3,4-6), citando un pasaje del profeta Isaías, para expresar la misión del
Bautista: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad
sus senderos; que se eleven los valles, desciendan los montes y colinas; que lo
torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de
Dios» (Is 40,3-5). Son palabras de consuelo, que anuncian el nuevo éxodo
definitivo que Dios ha preparado para su pueblo. Al mismo tiempo, son una
advertencia urgente para quienes leen y meditan el Evangelio: al igual que
Juan, el cristiano está llamado a preparar cada día un camino en su interior.
Nuestro corazón, tortuoso e impenetrable, se vuelve tantas veces inaccesible,
de tal manera que entre nosotros y el perdón de Dios hay un sendero lleno de
baches, de barrancos por llenar, que son auténticos abismos, desilusiones, desánimos
y desesperanzas… Pero también hay montañas que bajar: orgullos y soberbias,
pretensiones arrogantes, y todo lo que nos haga volar por encima de nosotros
mismos. Por estos caminos la Palabra de Dios no puede llegar al corazón. Así,
quien quiera seguir a Jesús y ver «la salvación de Dios» está llamado a la
conversión.
Con Juan Bautista, el precursor, Dios está a punto
de visitar a su pueblo. La voz que clama en el desierto nos prepara para el
juicio de Dios, no con actos puramente externos, sino con la conversión del
corazón. El Adviento es un tiempo de cambio radical, un momento propicio para
preparar el camino del Señor, una oportunidad única para hacer limpieza en
nuestro interior y ordenar los sentimientos para que venga el Reino de Dios.
Vivamos intensamente este tiempo previo a la Navidad, que nos invita a renovar
nuestra esperanza, a profundizar en la espera de Jesucristo. Y mientras nos
vamos acercando a tocar la carne de la Palabra, sintamos cómo la Navidad tira
de nosotros, acelera el tiempo y mete en nuestra alma con prisa y urgencia el
mismo grito del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor».
JUAN ANTONIO RUIZ RODRIGO
Director de la Casa de Santiago
de Jerusalén
Evangelio
En el año decimoquinto del imperio del emperador
Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de
Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio
tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra
de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la
comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz
del que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus
senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajados; lo
torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la
salvación de Dios».
Lucas 3, 1-6