Fuente: ALFA Y OMEGA
II
Domingo de Pascua (ciclo B)
Reconocer
al Señor en la comunidad
Finalizados los días de la Pasión del Señor,
durante esta semana estamos celebrando la Resurrección de Cristo como si de un
único día se tratara. En realidad este periodo será prolongado hasta el día de
Pentecostés, 50 días después del de Pascua. Sabemos que la configuración del
tiempo pascual nace principalmente de la Escritura; en concreto, dos son las
alusiones temporales más destacadas: la de los 40 días, cuando celebramos la
Ascensión del Señor, y la de los 50 días, unidos a la fiesta de Pentecostés.
Sin embargo, en relatos como los de este domingo detectamos otras dos
referencias temporales: la del primer día de la semana, ligado a la
Resurrección y a la manifestación del Señor vivo ante sus discípulos, y la del
octavo día. No podemos pasar por alto, ante todo, que san Juan quiere hacernos
ver que Jesús se presenta cuando «estaban los discípulos en una casa», es
decir, se hallaban reunidos. Así pues, la primera aparición del Señor a los
apóstoles se realiza en comunidad. Este modo de revelarse está, sin duda, en
consonancia con el modo que Dios ha tenido a la hora de llevar a cabo su obra
de salvación. Hemos sido salvados en comunidad. Por eso, la primera vez que
Jesús es reconocido vivo tras haber muerto en la cruz, lo hace en presencia de
la comunidad, siendo testigos los fundamentos de la Iglesia, que son los
apóstoles. Este hecho tiene relevantes consecuencias, pero quizá la primordial
sea que no es posible reconocer a Jesucristo resucitado si no es pasando por la
comunidad, que es la Iglesia. De no darse este paso, ciertamente podríamos
formarnos una imagen de Jesús más o menos concorde con la realidad pero, desde
luego, no sería posible conocer verdaderamente a Jesucristo. No hemos de
olvidar, en este sentido, que tampoco los judíos o romanos que tuvieron trato
con Jesús antes de morir tuvieron experiencia del Señor resucitado, salvo
aquellos que se integraron en la nueva comunidad de la Iglesia. De este modo,
el Nuevo Testamento no nos da noticia de que Pilato, Herodes o quienes
promovieron el proceso de condena contra Jesús tuvieran relación con el Señor
tras resucitar.
Reunidos
semanalmente
No es
indiferente, en segundo lugar, que la comunidad aparezca reunida el primer día
y el octavo día. Aparte de descubrir la evidente coincidencia de día de la
semana, el domingo, el Evangelio nos marca desde el principio de la vida de la
Iglesia un ritmo semanal en el que la comunidad se reúne. Acercarse a este
pasaje evangélico permite descubrir que los primeros cristianos ya se reunían
semanalmente y que reconocieron al Resucitado en esa dinámica. Por eso es determinante
entender desde aquí el motivo de nuestra celebración semanal en comunidad.
Lejos de tratarse de una costumbre adquirida con el paso del tiempo, o un mero
precepto eclesiástico introducido en un momento preciso, la celebración
dominical está presente en la vida de la Iglesia desde el mismo momento de la
Resurrección del Señor. Asimismo, aparte de poder tener experiencia del Señor,
ese es el lugar en el que Jesús derrama sus dones. El primero de ellos es la
paz, término que aparece como el primero que sale de la boca del Jesús
resucitado. Junto con la paz y alegría producidas al ver al Señor, encontramos
el don del Espíritu Santo, puntualizando el Evangelio que «sopló sobre ellos»,
para enfatizar que Jesús mismo es el origen de este don. Al mismo tiempo, desde
el inicio de la presencia en la Iglesia de quien ha vencido a la muerte,
aparecen tanto la misión, mediante la frase «como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo», como la afirmación del poder de perdonar o retener
pecados. Con ello descubrimos que encontrarse con el Señor resucitado significa
también ser enviados a una tarea concreta recibida del mismo Cristo.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia de Madrid
Evangelio
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento
sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos
cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto
el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo
creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con
ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz
a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó
Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has
creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no
están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se
han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para
que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Juan 20, 19-31