Queridos
hermanos: Paz y Bien.
Iniciando la cuaresma, en camino hacia
la Pascua os envié un saludo. Lo hago ahora de nuevo, en Pascua, en el contexto
de la pandemia que sigue afligiendo a nuestro mundo y que nos recuerda que
estamos en una misma barca: a todos nos ha sorprendido y a todos nos afecta. De
especial manera saludo a nuestros hermanos, amigos, familiares y colaboradores
que lo están sufriendo más de cerca. Para todos, mi cariño y mi oración.
Nos
sentimos vulnerables como nunca. Males habituales como las hambrunas que no
cesan, el drama de los refugiados, las injusticias cotidianas de todo tipo, los
conflictos abiertos en tantos lugares, la agresión continuada a nuestro planeta
y tantas otras situaciones deshumanas no habían logrado una reacción mundial
como la que se está dando, tal vez porque en esta ocasión nos hemos visto
amenazados de cerca, en primera persona: “mi vida” corre peligro. La reacción
global ha sido inaudita: confinamiento, cese de actividades - ocupaciones hasta
ahora “imprescindibles”- han sido dejadas de lado; agendas y programaciones han
saltado por los aires.
El tiempo, sin embargo, no se ha
detenido. Sabíamos que estaban por llegar los días de la Semana Santa y de la
Pascua; los esperábamos, pero no esperábamos vivirlos de esta manera. Hemos
contactado con comunidades de diferentes lugares y nos mantenemos en
comunicación con numerosos hermanos. Una buena parte está redescubriendo el don
de la comunidad con momentos de diálogo, oración y ocio, que no eran tan
habituales. A otros no les está resultando tan fácil estar tanto tiempo juntos
y confinados; parecen días perdidos e improductivos: “¡Con todo lo que hay que
hacer! ¡Con la falta que hago!”. Otros, a pesar de las cuarentenas, prefieren
“estar fuera” a través de los medios y de las redes sociales más que “quedarse
en casa”.
En todo caso, la mayoría nos hemos
quedado sin poder vivir este tiempo como lo habíamos previsto. Pareciera que
este año estos días santos han tomado las riendas y quieren ser los
protagonistas, sin prisas; quieren tomarse su tiempo.
Esta Semana Santa y esta Pascua
“quieren hacernos”, despacito, y no que nosotros los hagamos a ellos. No
quieren ser sometidos a nuestro estrés organizativo tan típico de estas fechas.
¿Qué habrán planificado estos días para nosotros? ¿Cuáles serán sus planes?
Posiblemente quieren que focalicemos nuestra atención en la manera en que Jesús
cuidó y logró salvar su vida tantas veces amenazada, incluso desde su inicio
(cf. Mt 1,19; 2,13).
Jesús, de hecho, se lo tomó muy en
serio; él nos enseña que sí, que en efecto la vida es importante, ¡lo más
importante que tenemos! Toca cuidarla con todo el corazón. Por eso valoró y amó
la suya, pero sin narcisismos egoístas. Amaba el tesoro que había encontrado en
ella: la vida del Padre y el camino para la vida de todos (cf. Jn 17,21). Por
eso hizo todo lo humanamente posible para conservarla y defenderla, ¡y lo
logró! ¿Cómo? Ofreciéndola al Padre, entregándola a los que lo adversaban,
regalándola a todos.
Desde lo que nos está tocando afrontar
en esta época, de alguna manera podemos decir que Jesús, el nacido de mujer,
hizo de su vida una larga y rigurosa cuarentena: no dejó los confines de este
mundo antes de tiempo ni se dejó seducir por otra terapia que no fuera la
voluntad del Padre, Señor y dador de vida. Aceptó muchos límites y, por más que
le insistieron, no intentó sobrepasarlos (cf. Mc 3,31; 8,32; Lc 4,1-13;
9,33.54; 22,49.63-65; 23,8.39; Jn 6,15; etc.). De haberlo hecho habría perdido
la vida.
Este tiempo sigue siendo de Dios.
Aprovechémoslo, despacito, con creatividad, para seguir contemplando cómo
salvar la vida al modo de Jesús; para adentrarnos en el misterio Pascual; para
recrear la vida fraterna en comunidad. Aprovechemos para hacer un silencio
fructuoso que nos permita después compartir lo que estamos descubriendo.
Aprovechemos para empatizar entrañablemente con quienes de forma habitual
tienen la vida en peligro y comprometernos más con ellos. Aprovechemos para
repensar modos de vida y de consumo, ideando respuestas solidarias y concretas
a situaciones sociales y económicas que golpearán aún más fuerte a nuestro
entorno una vez superada la pandemia.
No dejemos de acoger estos días en la
fe y en la esperanza, viviendo la caridad con todos los que tenemos más
cercanos, sin dejar de orar confiados por el mundo, nuestra casa común. Son
tiempos que no escapan de la mano ni del Corazón de Dios. Todo lo que está
aconteciendo nos llama a ser más humanos, sensibles y solidarios. Agradezcamos
el testimonio de tantos gestos cotidianos que se multiplican por todas partes
de personas, también de hermanos nuestros, que llevan afecto y consuelo a
quienes peor lo están pasando.
Que nos preocupe y nos ocupe siempre
más la vida, ¡toda vida! Cuando así lo hacemos somos testigos de la Pascua, del
sepulcro vacío y de la mañana de Resurrección.
Hagamos de nuestra vida, como el
hermano Francisco de Asís, "un instrumento de PAZ", ya que no estamos
amenazados de muerte. Estamos amenazados de VIDA, amenazados de ESPERANZA,
amenazados de AMOR.
¡¡NO
BUSQUÉIS ENTRE LOS MUERTOS AL QUE VIVE,
HA
RESUCITADO!!
¡¡FELIZ
PASCUA DE RESURRECCIÓN!!
Julián
Bartolomé Rivera, O.F.M
Director Espiritual