La
consecuencia del pecado no es la enfermedad corporal; la que enferma es nuestra
alma, y nos hace mudos, soberbios (no queremos reconocer nuestros fallos…).
Nos quedamos
mudos y callados porque nos empecinamos en nuestro propio pecado y no somos
capaces de pedir ayuda.
Dejamos de
ser lo que verdaderamente somos.
Ser conscientes
de lo malo que es el pecado y de lo malvado que
es el demonio.
Al médico no
le mentiríamos. El Señor quiere que seamos sinceros y que confiemos en Él y en
su medicina.
Los que nacen
sordos terminan mudos también. Si no escuchamos al Señor no somos capaces de
hablar con Él. Recordar el rito del éfeta
en el sacramento del bautismo.
Que el Señor
nos de la paz y el entendimiento.