Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Jerez de la Frontera

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viernes, 14 de septiembre de 2018

Evangelio y comentario

Fuente: ALFA Y OMEGA

XXIV Domingo del tiempo ordinario (ciclo B)
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

El pasaje que tenemos ante nosotros puede considerarse el final de la primera parte y el comienzo de la segunda del Evangelio de Marcos. Este autor comenzaba haciendo alusión a Jesucristo, Hijo de Dios. Al final del Evangelio se escucha la confesión del centurión romano: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
Hoy Pedro reconoce a Jesús como el Mesías. Estamos ante un episodio central en la mente de Marcos, ya que no se trata simplemente de un momento señalado de la vida del Señor, sino que es el resumen de la interpretación que el evangelista hace de la persona y la misión del Señor. De hecho, aparece con claridad el primero de los anuncios de Jesús acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Quién es Jesús
La pregunta fundamental sobre la identidad de Jesús no es nueva en Marcos. A lo largo de los distintos domingos hemos visto cómo quienes rodean a Jesús se preguntan sobre la autoridad con la que habla o el poder de sus acciones. Su ministerio había tenido gran éxito. Había hablado como no lo había hecho nadie hasta entonces, manifestando siempre una bondad y fuerza sin parangón. Por eso su persona suscita numerosos interrogantes: quién es este, quién es este para perdonar pecados, no es este el carpintero, o quién es este a quien los vientos y el mar le obedecen, constituyen el preludio de la pregunta directa y explícita que hoy plantea el mismo Señor.
Sorpresa, admiración, alabanza, por un lado, así como escándalo, persecución e, incluso, la decisión de eliminarlo condensan las reacciones de quienes han visto y escuchado a Jesús. Lo llamativo de este pasaje es que, cuando han pasado veinte siglos desde estos acontecimientos, la doble cuestión sobre la identidad y misión del Señor sigue estando vigente, tanto para los creyentes como para los que no se confiesan cristianos.

La opinión de la gente y la de los discípulos
No faltan actualmente posturas e interpretaciones de la figura de Jesús. Si se lanza la cuestión a la calle no produce generalmente indiferencia. También entre quienes se definen como ateos o agnósticos existe habitualmente una opinión sobre Jesucristo, que, además, no suele ser negativa, aunque a veces adolezca de gran superficialidad. Desde quienes consideran a Jesús como el mayor revolucionario de todos los tiempos a quienes lo reconocen como Hijo de Dios y salvador de los hombres vemos la cierta correspondencia con esa respuesta: «unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». En esa triple respuesta se resume la opinión pública sobre Jesús: alguien que habla en nombre de Dios. Sin embargo, en el momento en el que Pedro toma la palabra y reconoce a Jesús como Mesías, da la impresión de que se produce un silencio, ya que el Señor ordena no hablar a nadie acerca de esto. ¿Por qué tiene tanta importancia reconocer a Jesús como el Mesías? ¿Qué implica para los discípulos y para nosotros?
Sabemos que Mesías significa lo mismo que Cristo, es decir, el Ungido, que era el rey prometido desde antiguo, procedente de la estirpe de David, y que sería Hijo de Dios. El motivo de que Jesús prohíba terminantemente desvelar su identidad estriba en que en tiempos de Jesús la expectativa mesiánica se vinculaba a la del rey triunfador, es decir, un personaje cuya misión era la de rebelarse contra el poder político establecido con la fuerza de las armas. Por eso también Jesús habla de sí mismo como Hijo del hombre, un título que hace referencia al de un hombre llamado a una misión, pero sin connotaciones militares.
Con el anuncio de su Pasión el Señor está explicando el significado de seguirlo: negarse a sí mismo, cargar con su cruz y seguirle, sabiendo que «quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».



  Daniel A. Escobar Portillo
 Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid




Evangelio

En  aquel tiempo Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran con nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, increpó a Pedro: «¡Aléjate de mí, Satanás!¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará».

  

Marcos 8, 27-35