III Domingo del tiempo ordinario (ciclo
C)
Ungido y enviado
Contemplamos en el Evangelio de este domingo los primeros
pasos del ministerio mesiánico de Jesús. Su tarea fundamental es cumplir la
misión encomendada por el Padre y anunciar el cumplimiento de las antiguas
profecías en Él. Jesús aparece como el Mesías enviado por Dios para anunciar su
Palabra de salvación a todos los hombres, especialmente a los más pobres.
En el hermoso pasaje del libro de Nehemías, seleccionado
como primera lectura, el sacerdote y escriba Esdras recupera el Libro de la Ley entre las ruinas del
templo de Jerusalén. El pueblo de Israel, que vuelve del exilio, apenas
recuerda ya la Palabra
de Dios. Esdras se apresura a convocar la asamblea, levanta un estrado en la
plaza pública y comienza a leer el Libro de la Ley de Dios en presencia de todos. La descripción
del autor sagrado es conmovedora por la riqueza de detalles descriptivos: «Todo
el pueblo estaba atento al Libro de la
Ley […] al abrir el libro, el pueblo entero se puso en pie […]
los levitas leían el Libro de la
Ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma
que comprendieran la lectura».
El pueblo de Dios escucha atento la Palabra de Dios con
veneración y los levitas la explican para ser comprendida. Dios habla al pueblo
por medio de su Palabra proclamada. Y el pueblo responde con aclamaciones de
adhesión a ella: «Amén»; y celebrando un banquete de gozo y comunión.
En el Evangelio de Lucas, Jesús inaugura su ministerio
mesiánico en Galilea asistiendo en sábado a la sinagoga de Nazaret. Participa
en la liturgia sinagogal, donde se proclama la lectura continua del Pentateuco
y posteriormente se elige un pasaje de los profetas como segunda lectura.
Jesús, invitado a hacer la segunda lectura, selecciona y lee el texto de
Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí […] me ha ungido […] y me ha
enviado […]». Es una profecía mesiánica que anuncia la identidad y misión del
futuro Mesías, bien conocida por los judíos fieles y practicantes. A
continuación, Jesús interpreta este texto ante la atenta y desconcertada mirada
de todos: «Hoy se ha cumplido esta Escritura». Dice el texto que todos tenían
los ojos fijos en él y que estaban admirados de su doctrina.
Jesús comienza su ministerio público, tras su bautismo y
tentaciones en el desierto, manifestándose Mesías precisamente en su pueblo,
entre sus conocidos y parientes. Él es el Ungido de Dios por el Espíritu para
ser enviado a anunciar la
Buena Noticia del Reino a los desheredados y pecadores de la
tierra, necesitados de la salvación.
En Nazaret comienza a anunciar la Palabra de Dios; y allí
comienza el pueblo a escuchar su Palabra. Esta es la lógica propuesta por el
Evangelio: Dios habla y el pueblo escucha; Dios propone y el pueblo responde.
Y esta lógica teológica de la revelación se manifiesta
también en nuestra celebración l itúrgica. Primero Dios habla en la liturgia de
la Palabra y
después el pueblo responde con su oración. Escuchamos la Palabra de Dios en las
lecturas bíblicas proclamadas no como si fuera la lectura literaria de una obra
clásica, sino como Palabra de Dios «viva y eficaz» para nosotros, como dice san
Pablo. ¿Qué quiere decir esto? Que no es una palabra muerta, sino eficaz,
porque actúa interiormente –por obra del Espíritu Santo– en aquel que la escucha
con fe. En las lecturas proclamadas en la liturgia «Dios habla a su pueblo».
Alguien podría objetar que siempre proclamamos la misma Palabra bíblica y que
esto puede resultar aburrido y tedioso. Es verdad que siempre es la misma
Palabra, pero nosotros siempre somos diferentes. En cada momento de nuestra
vida, la Palabra
de Dios puede ser una luz viva, eficaz, decisiva, como muy bien comprendió el
salmista cuando afirma: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida […] son
descanso del alma […] alegran el corazón […] y dan luz a los ojos» (Sal. 18).
Aurelio García Macías
Congregación para el Culto Divino yla
Disciplina de los Sacramentos
Congregación para el Culto Divino y
Evangelio
Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un
relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los
transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores
de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, ilustre
Teófilo, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para
que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su
fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo
alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la
sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la
lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró
el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los
cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los
oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y
devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos
clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que
acabáis de oír».
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21