XXVI
Domingo del Tiempo ordinario (ciclo B)
Mancos al Cielo
La semana pasada leí un titular que decía: «No sabemos
cómo el Big Bang ha creado el universo». Es asombroso. Con tal
de obviar que existe un Dios creador, hay bastante gente que parece dispuesta a
escribir cualquier sinsentido. No es fácil pasar por alto que el mundo es
creación. La misma palabra «crear» forma parte de nuestro lenguaje, porque este
nació en el marco de la fe en un Dios que ha llamado al ser a lo que no era; es
decir, que ha creado todo lo que existe de la nada. La moda impone no hablar de
Dios. Sin embargo, difícilmente podemos prescindir de esa idea tan nuestra de
la creación. Pero si no es Dios el creador, ¿quién podrá ser? ¿Esa criatura del
hombre llamada Big Bang?
Hoy vivimos en una cultura que lleva siglos tratando de
pensar un mundo sin Dios. Un mundo sin Dios es un mundo sin origen personal. Es
un mundo que no se debe a ninguna libertad creadora ni a ningún plan
inteligente y amoroso de nadie. La alternativa tal vez más extendida postula
que la naturaleza es un montón de casualidades fruto de la organización azarosa
de la materia. El único capaz de poner orden, el único inteligente sería el ser
humano. Todo está, por tanto, a su disposición, sin límite alguno más que su
propia voluntad. Es la antropología del superhombre, que, liberado de los
sueños religiosos del pasado, impondría, por fin, su poder a la naturaleza para
someterla por completo a su servicio.
En Laudato si, su encíclica ecológica «sobre
el cuidado de la casa común», el Papa Francisco denuncia con fuerza este error
básico de la cultura moderna dominante. Si obviamos al Creador –dice muy bien
el Papa– entonces nos ponemos nosotros en su lugar. Pero esta impostura ha
llevado a la Humanidad
a una «espiral de autodestrucción». El hombre esclavo del «paradigma
tecnocrático» ha pensado que no hay ningún límite a su voluntad de poder sobre
el mundo. Como si la naturaleza fuera propiedad suya, mera materia bruta,
olvidando que es un regalo que ha recibido y que habla un lenguaje que refleja
la inteligencia y el amor de quien lo ha creado.
El superhombre quiere explotar el mundo a tope. No conoce
otra cosa. El mundo no le dice nada; solo se le presenta como objeto de
explotación. Para él no hay ninguna meta superior a la que aspirar. Es un
hombre fabricador, un hombre técnico. El superhombre es ciego y sordo para el
lenguaje del bien, de la belleza, de la verdad que en realidad habla la
creación entera. Por eso la violenta y va camino de destruirla; y a sí mismo
con ella, empezando por los más débiles.
El Evangelio, en cambio, nos habla de la buenísima noticia
de la Vida , de
la vida divina, de la que toda vida de este mundo es participación y reflejo.
Es la Vida por
la que merece la pena el sacrificio pasajero y la renuncia voluntaria incluso a
algunas cosas buenas de este mundo maravilloso de Dios. Porque este no florece
más que a la luz de la Vida. Y
puestos ante la tesitura de tener que elegir, es preferible ir mancos o cojos
al Cielo, que estarse con los dos brazos o los dos pies en el infierno de la
autodestrucción irreversible.
+ Juan Antonio Martínez Camino
Obispo auxiliar de Madrid
Evangelio
En aquel tiempo dijo Juan a Jesús:
«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu
nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros».
Jesús respondió:
«No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi
nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a
favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua porque seguís al Mesías, os
aseguro que no quedará sin recompensa.
Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen,
más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen
al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida
que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te
hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los
dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar
tuerto en el reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el
gusano no muere y el fuego no se apaga».
Marcos 9, 38-48